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La gota en la piedra | 05/08/2025

Nación de traidores

Milan M.A. Gonzales
Milan M.A. Gonzales

Soñó un día Bolívar a su hija predilecta libre, justa y fuerte. Junto a Sucre ofrendaron sus vidas por esa nación. Hoy, sus nombres reposan en mármol y bronce, en calles y plazas, pero no en la conciencia colectiva de un pueblo que corre por pan y gasolina. La historia fue dejada en la lontananza del olvido, allí donde los desfiles ahogan la vergüenza bajo toneladas de mistura.

El Bicentenario es la mejor oportunidad para hacer un balance real, sin edulcorantes. Porque después de 200 años, ya no sirve la autocompasión, ni el silencio cómodo, ni la hipocresía, ni la farsa. Si queremos que algo cambie, hay que hablar en serio.

En Bolivia se celebra. Siempre se celebra. Se alzan vasos, se alzan copas, se alzan botellas ¡Salud! Se canta el himno, se visten los colores de la tricolor, que hoy compite con la Wiphala, como si fuera poco haber liberado al país del yugo español. Mas esa bandera ondea sobre cerros hundidos, sobre jóvenes que trabajan con los pulmones reventados por el polvo de la miseria, en los socavones del Cerro Rico de Potosí, que ya no es más aquel cerro, y que poco le queda de rico.

¿Por qué Bolivia sigue en la miseria?

Porque el poder ha sido históricamente un botín. Porque quien ha tenido la oportunidad ha saqueado sin misericordia, porque siempre hay alguien que se recicla con una nueva máscara. O acaso la papeleta para votar tendrá nuevos apellidos, nuevos rostros. No, son los discursos del ahogo, apenas camuflados bajo otro color y lema.

Porque la corrupción dejó de ser anomalía y se volvió sistema, pan de todos los días. Porque mientras haya carnaval, fútbol y feriado, el resto puede esperar.

Bolivia es un país que se rindió sin haber luchado con la entrega que merecía. Las empresas relevantes fueron vendidas, rematadas o saqueadas. Los contratos se firmaron en silencio, sin el pueblo. Las ilusiones se fueron como se fue el gas.

La patria herida sigue siendo una isla. Una tierra a la que cuesta llegar tres días desde casi cualquier parte del mundo que no sea un país vecino. Sus fronteras se miran con recelo, como si la sola mención del nombre generara urticaria en quienes están más cerca. No puede ser que sigamos siendo vistos como la cloaca sudamericana. No puede ser que mientras se va la vida, sigamos viviendo en una nación de traidores.

Hoy seguimos aplaudiendo la pobreza maquillada de folklore. Seguimos aplaudiendo al nuevo Melgarejo de turno. Antes esclavos del conquistador español; hoy, esclavos de la retórica que cada quien ve por conveniente. Antes sometidos a imperios; hoy sometidos al egoísmo, a nuestra ceguera, a nuestra estupidez.

En el país de las paradojas, los ladrones son autoridades, y las autoridades, rehenes. Seguimos sin darnos cuenta de que Bolivia es un chiste afuera. No por ignorancia ajena, sino por lo que representamos: un país campeón en el ranking de corrupción, entre otras cosas, como ser diplomáticos que no logran escribir una oración sin tacha.

Ya basta de ser víctimas, pobres víctimas, siempre víctimas. Hay que poner las cosas en orden. La historia no se endereza con autocompasión, sino con responsabilidad.

Un exlíder cocalero, acusado de pedofilia, no puede, por ningún motivo, representar la grandeza del indígena boliviano. El indígena de Bolivia no necesita tutores ni caudillos: tiene suficiente peso histórico, suficiente sangre pagada, se merece hace mucho una vida mejor. El país no necesita más divisiones. A su ciudadano no se le honra con discursos ni con símbolos baratos; se le honra con justicia, con oportunidades, con verdad.

Se adora a la Pachamama como a la Iglesia, ambas resultado de una sociedad igualmente tibia, porque hay que estar bien con Dios y con el diablo, por si acaso.

Se saca pecho por la coca, mientras la cocaína construye sigilosamente su milicia.

¿Queda esperanza? Bolivia necesita a alguien con el temple, la claridad y el carácter de Bolívar, de Sucre, o de tantos otros hombres consecuentes, hombres de palabra. O incluso ¿por qué no? a alguien mejor que ellos. Bolivia necesita una nueva clase de líder, uno que no sueñe con hacerse eterno en el poder, sino útil mientras dure. Que no vea al Estado como botín, sino como causa. Que no prometa refundaciones, sino que sude con su pueblo.

¿Por qué no un educador como Jaime Escalante, si de ganas se trata? ¿Por qué no alguien que entienda que la transformación no comienza con decretos sino con ejemplos? De seguro existe ese alguien entre los niños que habitan en los andes o en el oriente, uno lo suficientemente serio, con carácter y tesón, convicción y coraje. Que lleve la patria en las entrañas.

Alguien que, con el tiempo, desarrolle ideas claras, una causa justa. Alguien que se rodee de un pequeño grupo de leales, no de aduladores. Alguien que entienda que la historia no se repite sola, que hay que empujarla para que ocurra el cambio. Alguien que venga a hacer, no solo a firmar contratos.

Entonces, quizá, la esperanza no esté a siglos de distancia.

Tal vez esté más cerca.



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