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Política | 05/08/2025   03:30

|ESPECIAL BICENTENARIO|“Pero no pareces de Bolivia”: 200 años de ser y no ser|Daniel Mollericona|

En conmemoración a los 200 años de la fundación de Bolivia, Brújula Digital presenta su Especial Bicentenario que propone un recorrido plural por las múltiples capas que configuran la historia, la identidad y el porvenir del país. Son 17 ensayos que son publicados en este espacio.

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Brújula Digital|05|08|25|

Daniel Mollericona Alfaro

De tanto en tanto se viraliza en redes la queja de recibir un: “Oye, pero no pareces boliviano/a”. La reacción suele venir con sorpresa o indignación: “¿Qué es tener cara de boliviano/a?”[i] o se responde “Bolivia es mucho más que eso”. Ese “eso” que no se dice es, en pocas palabras, el rostro indígena. Y en esa defensa de lo “mucho más” se esconde algo inquietante: la idea de una Bolivia no indígena. 

Pero entonces, ¿qué es “parecer boliviano”? ¿Quién parece, quién no? ¿Cuánto de nosotros basta para encajar en ese espejo? En este bicentenario, mirarnos en ese espejo puede ser difícil ya que no implica celebrar en algarabía al patriotismo. Pero también puede ayudarnos entender los futuros de una convivencia nacional. ¿A qué se parece Bolivia? Esa es la gran pregunta.

En este texto propongo una forma de abordar esa pregunta a la luz de nuestros 200 años. Primero sugiero que se debe reconocer las cosas que nos dividen, los temas que nos separan. Y pongo mi apuesta a que hay tres grandes clivajes que estructuran la experiencia boliviana: la clase, lo regional y lo étnico/racial. 

Mi argumento es que, si bien la clase y la región han sido politizadas y articuladas, aunque tensamente al imaginario de nación, a las posibilidades de nuestra identidad nacional, lo étnico/racial ha sido, y es, evitado y silenciado. Esta omisión proviene del mito de la libertad e igualdad en una nueva nación excluyente fundada hace 200 años, se profundizó con el silenciamiento de 1952 y hoy corre el riesgo de repetir su ocultamiento por los errores de la época plurinacional. Pero es una trampa. Necesitamos vernos en el espejo de lo étnico/racial, no seguir evitándolo antes de aceptar que sea alguien más quien nos diga qué es –o qué no es– “parecer de Bolivia”.

De clivajes y espejos

Los clivajes se utilizan en las ciencias sociales para entender qué nos separa en un cuerpo democrático, cuáles son nuestras divisiones estructurales. Los clivajes tienen la característica de que dividen, pero al mismo tiempo mantienen cohesionada la unidad política[ii]

Fuera de su tradicional uso en las contiendas electorales, podemos utilizar el concepto de clivaje para entender los espejos en que debemos vernos, para reconocer qué nos divide y qué nos une en términos de solidaridad y convivencia social. Si bien nuestra nación surge en mitos normativos de la modernidad –“los sacrosantos derechos de honor, vida, libertad, igualdad, propiedad y seguridad”, como decía nuestra acta de fundación–, aún hay cosas que nos separan estructuralmente. 

En resumen, como muchas otras naciones modernas de Latinoamérica, nacimos en la exclusión estructural: una élite de criollos con dinero, centralizados en ciertos espacios geográficos y en sus ideas de soberanía moderna, excluyeron de la gran mesa de la libertad a la mayoría de la nación. Nadie niega que “los libertadores” tuvieran ideales, aspiraciones o sueños. Pero, como en el cacho, lo que se ve se anota. Y no hay otra forma de suavizar la historia. He ahí la epopeya de libertad del bicentenario.

Desde entonces, uno de los clivajes más importantes de Bolivia es la clase: las divisiones económicas entre ricos y pobres que han sido, y siguen siendo, debatidas en nuestra historia bicentenaria. Uno de los grandes esfuerzos de construcción nacional para superar la división de clases en Bolivia fue el proceso de 1952, después de los dolores de la guerra del Chaco. 

Debemos recordar que, en el lenguaje del binarismo nación–antinación de Carlos Montenegro, hay momentos clave donde se condenó explícitamente esa división entre ricos y pobres. Obras como El saqueo de Bolivia critican a los sectores de la élite económica que pusieron sus intereses fuera de la nación. O El poder y la caída de Almaraz, donde se expone cómo una clase de élite se apropió de la estructura de poder, ampliando sus intereses sobre el resto de la nación: el poder de los grandes empresarios.

La influencia marxista también ha marcado esta historia, tan bien narrada por Guillermo Lora o como en la famosa Tesis de Pulacayo, donde se presenta una lucha de clases sociales en Bolivia, con la minería como vanguardia. Y esto no sólo surge desde la izquierda: la clase social es una tensión constante en la formación social boliviana.

Otro clivaje importante es la región. Jaime Mendoza nos decía que la meseta andina –esa unidad geográfica– generaba una evolución natural en lo que sería Bolivia: “El factor geográfico, en todos esos casos, ha obrado de un modo incontrastable, podríamos decir, fatal”[iii]. Sin embargo, a pesar de esas perspectivas idealizadas de la nación y su geografía, tenemos fuertes tensiones regionales en Bolivia. Por lo menos dos han sido especialmente importantes que han desencadenado amplio debate nacional, incluso un conflicto bélico interno: la Guerra Federal, y en el nuevo siglo, el conflicto oriente-occidente. 

La Guerra Federal tensionó la geografía del poder en Bolivia entre norte y sur, entre el partido liberal y el partido conservador, entre la decadencia de la minería de la plata y el auge de la minería del estaño. Un tema recurrente que volvió con fuerza durante la lucha por la capitalía en la aprobación de la nueva Constitución a inicios del siglo XXI. 

De la misma forma, el debate occidente-oriente, colla–camba, tierras altas y tierras bajas, se ha insertado con mayor fuerza en las últimas décadas, aunque sus orígenes se tornan profundos. Hay una escisión nacional allí, enmarañada: entendida por algunos como una afrenta justa frente al centralismo andino, y por otros como un proyecto político de manipulación de élites para mantener sus beneficios ahora. Algo de verdad hay en ambas posiciones.

Ambos de estos clivajes son parte de las reuniones de almuerzos de la mesa boliviana. Clase y región superan el “no hablar de política o religión” en la mesa. Pero hay algo que suele ser silenciado en estas dinámicas de tratar los clivajes y sus posibilidades para la democracia: el clivaje etnia/raza. Si bien, como vimos, los debates y la fuerza analítica de la clase y la región –y su articulación tensa con los ideales/proyectos de nación– son dos espejos en los que podemos vernos, rastrear la historia y conversar, aunque sea tensamente. El espejo étnico-racial ha sido el más negado. Es el único que, al reflejarnos, incomoda tanto que preferimos no mirarlo.

El tercer clivaje: ser o no ser Bolivia (india)

Decimos que Bolivia nació excluyente, sí por temas de clase y región, pero hay un elemento central de la experiencia boliviana que excluyó hablar de lo étnico/racial, lo indígena, desde el inicio. Como señala Jean Piel, en los países andinos los indígenas tuvieron un estatus infranacional hasta por lo menos la mitad del siglo XX: estaban fuera de la vida social[iv]

Es decir, en 2025, apenas hablamos de una real incorporación indígena desde hace 73 años, con 1952, al incorporar a la vida política, educativa y productiva a quienes antes habían sido excluidos. Pero al mismo tiempo, esa incorporación silenció lo étnico/racial, acentuando el proyecto del mestizaje, ya presente en otros países de Latinoamérica, como Brasil –con la democracia racial (Freire)– o México, con la idea de la raza cósmica (Vasconcelos). Lo étnico/racial fue relegado al folklore, como mero motivo de nación.

Este tema ha sido debatido antes, especialmente después del levantamiento indígena de finales del siglo XIX con la guerra federal. Como señala Marta Irurozqui: “la presencia indígena en el debate nacional no obedecía a una preocupación real por su estado, sino a la resolución de los problemas de competencia al interior de la élite”[v].

Así, el indígena era visto como criminalidad, brutalidad o, en contraste, pasividad e inocencia. Recordemos las posiciones de Alcides Arguedas o Franz Tamayo, diferentes, pero coincidentes en su paternalismo: hablar del indio sin el indio, incorporarlo sin verlo como ciudadano. Obviamente, los indígenas no fueron pasivos en este periodo previo a 1952. Hubo esfuerzos por defender sus tierras frente a la desvinculación, por ejemplo, con la Ley de Indios, como bien rescata Waskar Ari en Earth Politics (2014).

Con los años posteriores a la tragedia del Chaco, hubo nuevos intentos estatales. Se debatía el rol del indígena, como en el Congreso Indigenal organizado por Gualberto Villarroel. Pero no fue realmente hasta los años 50 que podemos hablar de un esfuerzo nacional por insertar al indígena en la vida nacional. Sin embargo, 1952 lo incorporó en clave de clase, como campesino. “Ya no hay indios, sólo campesinos”, dijo Víctor Paz Estenssoro. Invisibilizado en el fantasma del mestizaje –una de las tres identidades fundamentales desde la colonia (indígena, mestizo, blanco)–, el 52 sedimentó este proceso en la identidad mestiza. Pese a ello, como nos recuerda Silvia Rivera, esta identidad excluía a más de la mitad de la población.[vi]

Los esfuerzos multiculturales del periodo neoliberal, lamentablemente, si bien reactivaron el sentido folklórico y abrieron mecanismos de autodeterminación para los relegados indígenas bolivianos, no lograron articular un verdadero debate sobre este clivaje en Bolivia. Fueron como caricias para sanar una herida abierta. 

Finalmente, el escenario plurinacional es el primer experimento, a casi 180 años de la fundación de Bolivia, de poner por primera vez en el centro el tema indígena: vernos en el espejo étnico/racial. Las críticas hoy son muchas, pero es innegable el consenso académico en términos de inclusión. Bolivia se miró en el espejo con la plurinacionalidad. Sin embargo, por los errores de los líderes, se olvida que este tema no viene de 20 años del MAS. 

Pero por suerte, hemos avanzado mucho en el mundo académico para mostrar que esto es cierto, y este no es sólo un sesgo de una academia de izquierda. Incluso instituciones tan criticadas por la izquierda, como el Banco Mundial, resaltan hoy la importancia de tratar el racismo para desplegar una estrategia de desarrollo[vii]. En los últimos 20 años recién se cuenta con información sistemática sobre lo estructural de lo étnico/racial y sus consecuencias objetivas[viii].

Tres hechos están ampliamente respaldados por la literatura reciente: Primero, hay una mayoría indígena en Bolivia. Segundo, tienen menor acceso y menor calidad de vida que las personas no indígenas, o también, las personas con color de piel más oscura tienden a tener menos acceso que aquellas con piel más clara. Y tercero: en Bolivia aún se niega que existe discriminación[ix]. Si el espejo etnia/raza nos incomoda es porque aún no estamos listos para aceptar que Bolivia sí se parece a sí misma al ser indígena. Y nos toca pensar por qué aún es injusta con esa cara indígena.

A modo de conclusión

De tanto en tanto –mejor dicho, cada año– festejamos a la nación boliviana. Es la algarabía pura, la efervescencia. Hasta este aburrido y crítico escritor, cuando le toca respirar el aroma salado del mar o cuando Bolivia mete un gol y nos da la esperanza de un Mundial, su corazón sueña con un espectro ausente llamado Bolivia. Y ese espectro juega en nuestras ilusiones, juega con nosotros, aparece como real cada seis de agosto. Bailamos kullawa, aunque sea en Santa Cruz. Bailamos tobas, aunque seamos de tierras altas. Respiramos y pensamos que vemos la nación. 

Así podríamos reorientar el teorema de Thomas: si los bolivianos definen a Bolivia como real, Bolivia es real en sus consecuencias. Y las consecuencias las vivimos todos los días. Esas consecuencias son nuestras. Por eso es importante la tarea de entender a qué se parece Bolivia, a qué nos parecemos. Es cierto que hay una Bolivia no indígena. Pero hay una tensión irresuelta con la Bolivia indígena. Tenemos que confrontar ese pasado para mirar al futuro. 

Al final, si miramos en el espejo de la historia, ¿qué piensas? ¿Qué Bolivia pareces? ¿Qué Bolivia parecemos?

Daniel Mollericona Alfaro es sociólogo. Cursa un doctorado en la Universidad de Yale, EEUU.

[i] Un claro ejemplo es la entrevista del comediante Pablo Fernández en el programa La noche de Gri donde cuenta sobre lo que significa ser un “actor boliviano” o tener “cara de boliviano”, es decir, con rasgos indígenas. https://vt.tiktok.com/ZSk5Hcj3n/

[ii] Lipset, Seymour M. y Stein Rokkan (1967) “Cleavage Structures, Party Systems, and Voter Alignments: An Introduction” en Lipset, Seymour M. y Stein Rokkan (eds.) Party Systems and Voter Alignments. The Free Press. (pp. 1-64.)

[iii] Mendoza, J. (2016). El macizo boliviano (Primera edición en esta colección). Vicepresidencia del Estado, Presidencia de la Asamblea Legislativa Plurinacional Bolivia, CIS, Centro de Investigaciones Sociales. (p. 76)

[iv] Piel, D. J. (1997). La improbable nación andına atrapada entre sociabilidades regionalistas y cosmopolitismo ideológico-mercantil (1800 - 2000). In R. Barragán & S. Qayum (éds.), El siglo XIX: Bolivia y América latina (1‑). Institut français d’études andines. https://doi.org/10.4000/books.ifea.7469

[v] Irurozqui, M. (1992). ¿Qué hacer con el indio?: Un análisis de las obras de Franz Tamayo y Alcides Arguedas. Revista de Indias, 52(195), 559–588. (pp. 561–562).

[vi] Rivera, S. (2010). Violencias (re) encubiertas en Bolivia. Editorial Piedra Rota.

[vii] Country Partenership World Bank – Bolivia. https://documents1.worldbank.org/curated/en/099050323173010038/pdf/BOSIB0562931f10b70bc9302a5faf598afc.pdf

[viii] Telles, E. E., Bailey, S. R., Davoudpour, S., & Freeman, N. C. (2025). Racial inequality in Latin America. Oxford Open Economics, 4(Supplement_1), i200–i218. https://doi.org/10.1093/ooec/odae022

[ix] Ver el trabajo del Banco Mundial: The World Bank. (2015). Indigenous Latin America in the Twenty-First Century. International Bank for Reconstruction and Development / The World Bank. También surge a partir de los datos del Proyecto PERLA, particularmente: Woo-Mora, G. (2025). Unveiling the Cosmic Race: Skin Tone and Ethnoracial Inequalities in Latin America (SSRN Scholarly Paper 3870741). https://doi.org/10.2139/ssrn.3870741;

Telles, E., & Bailey, S. (2013). Understanding Latin American Beliefs about Racial Inequality. American Journal of Sociology, 118(6), 1559–1595. https://doi.org/10.1086/670268



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