La Gobernación de Tarija anunció que ha desembolsado 39 millones de bolivianos para promover la autonomía económica de mujeres, beneficiando a más de 2.000 de ellas. Es una buena oportunidad para reflexionar. Tarija, igual que las regiones ubicadas fuera del eje central, no tiene datos fácilmente accesibles que muestren las brechas por sexo entre quienes buscan trabajo, sus edades, si están ocupados y a qué tipo de actividad económica se dedican. Ellas, eso sí se sabe, se concentran entre los trabajadores peor remunerados, sin protección social y cargando con el trabajo no remunerado que en nuestro país sigue sin reconocerse. También se sabe que en el caso de las mujeres rurales la situación es peor.
Si hay algo que en Bolivia ha cambiado muy poco a lo largo de la historia es el mundo del trabajo. Sobre todo en lo que se refiere a la división sexual del trabajo. Entre 2015 y 2023 en Tarija, Chuquisaca, Oruro y Pando la brecha en el acceso al trabajo oscilaba entre 20 y 15 puntos a favor de los hombres, tendencia que se arrastra desde que las mujeres entraron al mercado laboral y que no ha sido modificada hasta ahora. Comparada con otros países, Bolivia aparece con una tasa de participación femenina más alta, que se debe a la extrema precariedad de la que cada quien se salva como puede. En realidad aquí rige una especie de “libertarianismo” donde el Estado es casi inexistente para ellas.
Las causas asociadas con la participación laboral especialmente entre las mujeres pobres son varias; se habla del nivel educativo y el área de residencia como las más frecuentes. Sin embargo, desde la economía feminista se ha replanteado el tema con la idea de que el trabajo no puede reducirse al acceso al empleo remunerado ya que inclusive en el caso de mujeres con estudios, tienen menos posibilidades de encontrar un trabajo aceptable. Y es que la obligatoriedad social del trabajo doméstico no remunerado es el principal obstáculo para mejorar el empleo femenino. Muchas mujeres, como las de Tarija, no tienen ingresos laborales propios, lo que las sitúa casi siempre en riesgo de formar parte del contingente de pobres extremos. Ante la violencia familiar, la separación o el divorcio, no sólo arriesgan mayor pobreza, también pierden oportunidades laborales. A menudo deberán renunciar a trabajos distantes de sus hogares y ajustar los horarios con el cuidado de hijos y otros familiares. Como lo muestran muchos estudios, el escaso tiempo libre les impide buscar un empleo.
Hay dos cuestiones centrales para entender el trabajo de las mujeres. Por un lado, es necesario analizar el impacto del contexto económico sobre el mercado laboral y en particular sobre la inserción de las mujeres en el empleo. Esto es particularmente importante ante la inminente crisis económica que vive el país. Siendo ellas la mayoría del sector informal, a menudo dedicado al comercio incluida la exportación/importación, la falta de dólares tiene un impacto que no se debe desdeñar.
Por otro lado, es importante reconocer y valorar el trabajo no remunerado enfatizando su importancia para el funcionamiento de las economías y las sociedades. Este reconocimiento debiera llevar al Estado a “devolver” a las mujeres el tiempo que dedican a las labores sin pago bajo la forma de servicios de cuidado infantil y otros que liberen su tiempo para el estudio, la capacitación y la sostenibilidad de sus empleos.
En esa línea vale la pena conocer y difundir las “Desigualdades tiempos y trabajos, resultados de Encuestas de Uso del Tiempo”, de Silvia Escobar y Giovanna Hurtado del CEDLA y publicado recientemente. El estudio muestra que los hombres participan en mayor proporción que las mujeres en el trabajo remunerado –55,6% y 45,8%, respectivamente– y por más tiempo (1:53 horas más). En cambio, una mayor proporción de mujeres realiza trabajo no remunerado y por un tiempo que duplica el promedio de los hombres; las mujeres le dedican 6:10 horas en promedio a ese trabajo. Las mujeres buscan trabajo, pero cuando lo consiguen la carga diaria del trabajo en el hogar no disminuye, como cabría esperar concluye el estudio.
La distribución de la carga global de trabajo –del trabajo total– varía también significativamente por sexo. Si se cuentan las horas, los hombres destinan 10 millones de horas diarias al trabajo remunerado en Bolivia, y las mujeres menos de ocho millones.
Hay que aplaudir la iniciativa de la gobernación de Tarija y esperar que esta se desarrolle con una perspectiva de largo plazo y más recursos. La autonomía económica, además de ampliar las capacidades de quienes se beneficien de este programa, debiera apuntar a articularse con los servicios de cuidado disponibles o, en su defecto, crearlos.