En 2013, cuando el gobierno de Evo Morales compró e hizo poner en órbita el satélite Túpac Katari, el medio donde yo trabajaba me envió a cubrir el hecho a China. Éramos un grupo de periodistas y el viaje duraría dos o tres días en total. En esa ocasión, llegamos a Beijing y nos embarcaron en un avión comercial para trasladarnos a la estación espacial, en un vuelo que tomaría unas cinco horas de ida y cinco de vuelta. Evo Morales viajó en el avión comercial. El costoso avión presidencial que usaba lo siguió como escolta, apenas con el piloto a bordo, pero haciendo todo el gasto. Era aún tiempo de bonanza económica, cuando la renta del gas le hacía creer que era un Presidente rico y que podía darse esos lujos. Aunque después se los siguió dando.
No se olvida que hasta casi el final de su mandato usaba un helicóptero para recorrer pocos kilómetros entre la residencia de San Jorge y la Casa Grande del Pueblo, en el centro paceño.
Las divisas entraban. Las Reservas Internacionales Netas llegaban a los 15.000 millones de dólares y Morales, con el aval y los aplausos del MAS gastaba a manos llenas: un museo en Orinoca para recordar sus orígenes; canchas por todos lados, por si a él se le ocurría jugar un partido de fútbol, lo que –por cierto –convocaba a los más cotizados relatores deportivos. Y así sucesivamente.
Mientras tanto, la salud seguía abandonada o, al menos, no se la atendía como era debido. Se construyeron algunos hospitales, cierto, pero faltaban personal y equipamiento. Lo mismo que sigue faltando. La llegada de la pandemia, en 2020, desnudó una realidad mortal: no había suficientes camas en terapia intensiva.
12 años después, hay un departamento, Beni, que ha protagonizado un paro cívico por el precario estado del sistema de salud. Es la misma región que fue golpeada duramente por el Covid-19, con pacientes que morían en la calle por falta de centros de atención adecuados. Ahora, sus autoridades y pobladores denuncian que los recursos del IDH no alcanzan porque han sido recortados. De tanto despilfarro de Morales y del MAS se acabó la plata para lo esencial.
Lo que se vive en ciudades como Trinidad no es ajeno a otros lugares como en Santa Cruz, La Paz, Cochabamba, Pando y otros departamentos. El precio de los medicamentos sube al galope. Hay hospitales donde se pide que el paciente que se lleve los insumos para realizarle análisis. No hay ni paracetamol, menos aún otros medicamentos de mayor complejidad.
Por eso que el Presidente admita que no hay recursos para importar combustibles o pagar la deuda externa, es solo una parte del problema. La mayor deuda de la gestión del MAS es con los más pobres, esos a los que dice atender y representar. La irresponsabilidad con que se manejó el país durante casi 20 años pasa ahora una factura muy alta.
Cuando muchos tienen la esperanza de que esa desatención a la salud pueda cambiar con un nuevo gobierno, resulta que siete de nueve candidatos decidieron no asistir al foro del Colegio Médico, donde se pedía a los aspirantes a la Presidencia que presentaran sus propuestas para la problemática descrita. Solo asistieron los postulantes de Unidad y de ADN: Samuel Doria Medina y Pavel Aracena, respectivamente. Los demás brillaron por su ausencia y en el evento –––como en las redes sociales– quedó sellado el comentario de que la salud no es una prioridad para ellos.
Lo que se ha visto es que, hasta el momento, los candidatos han priorizado otros foros. Los organizados por empresarios privados para hablar de economía y un debate televisivo que los exponía a más ante el público. Se sabe que la urgencia es resolver la crisis que vive Bolivia, pero ¿y todo lo demás? ¿Dónde queda la conexión con el paciente que madruga adolorido, en busca de una ficha para ser atendido?
Es por estos detalles que queda claro que no alcanzan los discursos ni las promesas lanzadas como titulares para ganar elecciones. Los votantes tienen que analizar quién es coherente, es decir, quién actúa en concordancia con lo que dice.
Cecilia Vargas es cirujana y docente universitaria.