La democracia se respira diferente en este proceso electoral. Hay varios foros cada semana. Este domingo asistiremos al segundo debate de candidatos y habrá dos más antes del día de la votación.
Ahora hay al menos tres empresas que brindan datos sobre la intención de voto. Además, el Tribunal Supremo Electoral anuncia la realización de un conteo rápido oficial el 17 de agosto, con el compromiso de entregar resultados al 80% a las 20:00 de la misma jornada. A este proceso se sumarán los conteos rápidos de las empresas que hacen los sondeos de opinión. Hay un aire diferente y huele bien.
Los agoreros podrán decir que mi optimismo es ingenuo, y espero que no tengan razón. Pero prefiero –y elijo– creer en la imperiosa necesidad que tenemos los bolivianos de llegar al 17 de agosto antes que ser presa de la angustia y la ansiedad que provocan las amenazas de quienes siempre llevan a Bolivia al límite, y apuestan por la solución a través del desastre.
Es mejor saludar la llegada de siete misiones internacionales de observadores y tanto aplaudir, como apoyar, a las organizaciones de activistas que están organizando un riguroso control del voto el día de las elecciones. Prefiero creer que los ciudadanos vamos a dejar colgada la ansiedad y el escepticismo porque vamos a salir como militantes de la libertad, porque aún le tenemos fe al país y a sus habitantes.
No quiero escuchar los ruidos provocados por quienes hablan de contar muertos antes que votos ni a quienes amenazan con bloqueos y violencia. En realidad, ellos ya resultan cansadores, y no hay porqué seguir tolerándolos. Porque hay que saber que se alimentan del miedo que provocan en la población. Si se encuentran con una ciudadanía fuerte y firme, no se atreverán a hacerle más daño a Bolivia.
Es mucho lo que hay en juego hacia adelante. Es la esperanza de que nuestros hijos no se vayan del país porque los gana la desesperanza. Es la ilusión de que, en un plazo razonable, podamos ir al mercado, encontrar precios estables y que nos alcance lo que llevamos en el monedero. En realidad, es la convicción de que podemos vivir en un mejor país: sin corrupción, sin latrocinio y sin vivillos que quieran aprovecharse de los muchos que trabajamos y aportamos.
Es así que hoy prefiero el optimismo. Y lo alimento con una sonrisa. El plebiscito que sacó al dictador Pinochet del poder le dijo un “no” de alegría y esperanza. Optemos por esa ruta. No hay nada que perder y sí mucho que ganar. Porque de lo que tenemos que estar convencidos todos los bolivianos es de que este país es nuestro. Los gobernantes son circunstanciales.
Mónica Salvatierra es periodista.