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Con la boca abierta | 02/02/2025

Miedo, admiración y abuso de poder

Sonia Montaño Virreira
Sonia Montaño Virreira

Un cantante conocido como el Papirri, ahora de más de 60 años, reconoció que tuvo a los 40 una relación con una alumna de 14; lo hizo luego de que Cristina hiciera pública su denuncia. Después él, muy suelto de cuerpo, aceptó que todo era cierto, agregando a modo de disculpa que no sabía su edad y añadiendo, para mitigar su responsabilidad, que la chica tuvo relaciones con otros docentes, lo que en verdad empeora la situación. Ello muestra la gravedad del delito, que no solo es el hecho en sí sino también las ideas que lo justifican.

Aunque se ha dicho mucho al respecto vale la pena resaltar algunas cosas: la demora que media entre el hecho y la denuncia muestra una vez más lo difícil que es atreverse a hablar sobre una experiencia que entraña tanto sufrimiento en un mundo plagado de prejuicios y doble moral, suscitando dudas y culpas en la víctima y su entorno. En tiempo de redes sociales parece más importante juzgar antes que entender. Este es un tema importante que no debe eludirse, pero sin volver a cuando los delitos sexuales se justificaban como “actos de amor y celos”.

Cristina, que nos relata la relación con su maestro –no es la primera vez que sientes amar a tu abusador– lo hace en un momento crítico de la sociedad porque por un lado las mujeres y los hombres, especialmente los jóvenes, tienden a entender y solidarizarse con quien ha sido una víctima. Por otro lado, estamos ante una arremetida global contra los derechos humanos de las mujeres, encabezada por Trump, el presidente de Estados Unidos, Milei, de Argentina, además de otros líderes y sus pequeños seguidores.

Algunas personas que han sido víctimas de una justicia corrupta o mal administrada tienden a levantar, generalmente con fines electorales, unas banderas retrógradas que desconocen el carácter estructural del machismo. Quieren desconocer que a pesar de la igualdad ante la ley ser hombre, blanco y rico, por nombrar algunas cosas, son ventajas que operan como privilegios.

Me he sentido particularmente conmovida por la valentía de Cristina que, además de generar mi admiración, me trajo a la memoria lo que viví siendo joven durante la dictadura de Banzer. Muchos años me he debatido entre mi deseo de mantener la memoria y mi necesidad de olvido. Nunca busqué justicia porque pensé que no la encontraría. A menudo he pensado que nadie está obligada a lo imposible, pero también creo que es muy sanador compartir lo vivido en beneficio de las y los que vienen.

Una de las razones por las que no abrí antes mis recuerdos fue que, comparada mi experiencia con la de otras mujeres que estuvieron detenidas durante las dictaduras, la mía fue un rasguño. Sobreviví y aunque fui repudiada por parte de algunas mujeres que sufrieron más que yo, aprendí a vivir una nueva oportunidad y quise olvidar aquellos momentos en que fui violada por tres “tiras”, acompañados por dos mujeres, también tiras, en una “casa de seguridad” en Cota Cota.

En esta situación en primer lugar falta un capítulo que muestre la cultura patriarcal y cómo se justifica el abuso, apelando a la supuesta tendencia natural de los hombres a la incontinencia: “los pobres son provocados por las mujeres”. En segundo lugar, se debe cambiar la costumbre, porque si la víctima no tiene el himen intacto antes de la violación, entonces no tiene nada que reclamar.

Ese fue mi caso cuando, afectada por la violación de la que fui víctima durante el gobierno de Banzer, y sufriendo, además, una infección, fui llevada donde Juan Asbún, un médico amigo del ministro quien, suelto de cuerpo, me preguntó/afirmó si yo era virgen antes de la violación.

Nunca olvido esa tarde sombría con un cielo nublado y las calles llenas de vendedores ambulantes cerca del Ministerio de Trabajo, acompañada por otros tiras y una secretaria. ¿Por qué me llevaron? Me he pasado muchas películas tratando de entender esto y he llegado a la conclusión de que fui llevada al médico para ver si estaba embarazada. Cuando, aliviados, supieron que no estaba encinta, me devolvieron a la prisión.

Otro capítulo debe incluir el comportamiento de las familias, que oscila entre la solidaridad y la negación. ¿Cuántas víctimas pueden hablar sin miedo con sus familias? ¿Cuántas familias son capaces de ver la diferencia entre una sexualidad sana y una abusiva?

Lo que quiero decir es que el abuso sexual en todas sus expresiones y contextos tiene una matriz común que es el abuso de poder, aunque en un caso se encubra por la admiración y, en otro, por el miedo. Todos se parecen, pero cada caso es único. Ambas características se pueden combinar y mezclar, pero eso ya es otro cuento.



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