Nací un año después de la Revolución Nacional y mis recuerdos son borrosos. Mi casa quedaba cerca del centro, pero más cerca del cerro donde iba a recoger greda y a comer plátanos, maní, y a veces mandarinas. Mi música pasó de los Pollitos dicen a Leo Dan, Palito Ortega y los infaltables tangos de Dante Flor difundidos por Radio Illimani, a los que mi padre nos tenía acostumbrados escuchar a todo volumen. Primero desde una radiola y, más adelante, desde en una radio a transistores forrada en plástico, que estaba prohibido tocar.
Escucho a gente decir que tuvieron una infancia feliz. La mía tuvo momentos felices, más bien alegres. Luego, abruptamente, llegó la regla. Aparecieron los Beatles, la guerra de Vietnam y la Revolución cubana. Y, otra vez, como en línea recta, llegó el Che Guevara a Ñancahuazú. Ya adolescente con hot pants y la familia partida, disfrutaba el colegio, las amigas y miraba con avidez el mundo. El mundo de las minas adonde fui a “concientizarme” y un viaje de intercambio a Estados Unidos que vivía la resaca del Woodstock.
Todo, seguramente, es parte de la explicación a una especie de bipolaridad que me ha acompañado a lo largo de mi ahora larga vida. Por un lado, los ojos puestos en los chicos churros y, por otro, buscando cambiar el mundo, sin saber cómo. Pero, por suerte, vino en mi auxilio la ideología de la acción: no podía ver pasar el cadáver del imperialismo sin haber puesto mi granito de arena.
Luego vino el “compromiso político”, la cárcel, el exilio. Luego, lo que al principio parecía una epifanía, el encuentro con el movimiento feminista, se volvió en una convicción razonada que me cambió la mirada sobre la vida, y me llevó a rechazar la violencia como método de lucha.
Volví días antes del retorno de la democracia y sentí, como nunca, una gran felicidad. El retorno de la democracia fue una felicidad colectiva. Viví los años de oro del feminismo en América Latina
Y me convencí de que el objetivo compartido de construir la democracia en el país, en la casa y… en la cama, auguraba un futuro en el que la igualdad era posible. Fui feliz, y ahora, con el paso del tiempo, creo que fui muy feliz. Mis hijes, mis nietos, mis amores.
Hoy me encuentro mirando con pena que en agosto iremos a votar para elegir un nuevo presidente y, como ya lo dije, será una elección por “el menos pior”.
Estamos entrando, dicen los que saben, a un nuevo ciclo político, que, todo indica, será muy difícil. Quien gane deberá construir sobre los escombros que el MAS ha dejado. El MAS es, en todas sus versiones, el responsable de la mayor derrota sufrida por los y las trabajadoras, los pueblos indígenas, las organizaciones de mujeres y las feministas que no pueden mencionar una sola victoria digna de conservarse.
Sobre los escombros de la Central Obrera Boliviana se ha erigido una corporación de los mal llamados movimientos sociales o, peor aún, movimiento social popular, a la cabeza de la minería ilegal y depredadora, los interculturales avasalladores, que coexisten con los nuevos ricos que acumularon fortunas y dejaron de lado los sueños de igualdad, derechos individuales y respeto.
Somos hoy más racistas que antes, más abusivos, y hemos convertido la trampa en nuestro estilo de vida. Lo peor para mí, por mujer, madre y abuela, por feminista, es ver que los partidos que buscan el voto se pisan los talones, copian mañas prácticas y se pueden aliar hasta con su peor enemigo.
La democracia realmente existente no ha cambiado la cultura. Más bien, la ha cambiado, pero para peor, generalizando los vicios. Ya no me sorprendería que Evo y Dunn marchen juntos para impedir las elecciones. Que la Cainco someta al nuevo gobierno, como lo hizo con Morales. Que la desmemoria se convierta en un mal generalizado, y que, selectivamente, se acuse a unos de violar los derechos humanos, se olvide a sus víctimas y nos lleven a olvidar la verdad.
No he escuchado a nadie hablar de derechos humanos, ni proponer un plan para enfrentar la violencia, el abuso sexual a niñas y adolescentes. No me extrañará tampoco que militares y policías sigan siendo la espada de Damocles sobre las cabezas de las nuevas autoridades. Con honrosas excepciones, no defienden otro modelo de desarrollo. Seguirá el extractivismo, la educación pactada con el magisterio conservador.
Mientras en las listas todavía figuran personajes de dudosa trayectoria y demasiados inútiles. ¿Será posible que se han sometido al abuso de caudillos, sacando de sus listas a candidatas simplemente porque el jefe no las quería? ¿O han puesto a otras porque les convenía?
Es verdad, y eso me pone un poco feliz, el hecho de que, al no haber una bancada avasalladora, habrá voces que podrán hacer oír los reclamos de la sociedad y apoyarán las luchas de Tariquia, de las tierras bajas, de los barrios populares, de la juventud y de los viejos y viejas, que muy posiblemente le darán los votos a quienes con “espíritu pragmático” hablan de cambio en la medida de lo posible. Mucho joven, en cuanto pueda, se irá del país, a sufrir las políticas de inmigración que Trump está impulsando y que están siendo replicadas por los Mileicitos. Es cierto, hoy la vida me gusta mucho menos, pero todavía la quiero vivir.