El 17 de agosto vamos a elegir Presidente en un contexto de incertidumbre, demasiados indecisos, un Tribunal Electoral sostenido por la confianza en una persona, una evidente crisis de partidos y una cierta apatía social. ¿Llegaremos a las elecciones? ¿Podrán los candidatos cumplir sus promesas? Me los imagino a ellos parafraseando al apóstol: ¿Seré yo, maestro?
Los asesores electorales postmodernos ya los han convencido de que para ganar hay que ser simpático, mejor si chistoso, apelar a las emociones sin preocuparse mucho por las propuestas. La carga se arreglará en el camino, que se avizora difícil. Los posibles ganadores inclinarán el péndulo a la derecha y si quieren sostenerse en el poder deberán cumplir sus promesas, por muy duras que sean. El hartazgo es contra la mentira convertida en forma de gobierno por Morales.
Comparto la convicción con mucha gente en sentido de que lo más importante es evitar la permanencia del innombrable y sus adláteres. Por eso dije que había que votar por el “menos pior” de los opositores. A medida que fui analizando sus propuestas, a sus vicepresidentes, candidatos, y esa suerte de estancamiento ideológico y político que los caracteriza, me fui desalentando.
En el contexto de la derechización global y el entusiasmo ante liderazgos disruptivos –como el de Trump y Milei–, los mileicitos locales no han dado la talla. ¡Gracias a Dios!
La fórmula para enfrentar la crisis económica no admite muchas variaciones y es probable que logren un acuerdo. Lo que aún es una incógnita es qué harán frente a los verdaderos problemas de la gente; trabajo, salud, educación. Y ahí mejor no mirar a la Argentina ni a Trump ni a Bukele. Nuestros candidatos han preferido mirarse el ombligo, soportando la arremetida que opera en las redes y que muestra nuestra baja autoestima, resentimiento y una enorme capacidad de odio y mentira.
Para eso no hay propuesta, las peleas entre los candidatos son el peor ejemplo. El MAS, que atraviesa una crisis profunda, pero reversible, es el que ha generado las condiciones para la baja adhesión a la oposición. Lo que debió ser una renovación de la política se ha convertido en dos grupos más o menos parecidos, preocupados por tener una bancada para negociar apoyos o tener la fuerza suficiente para bloquear la transición.
En ese clima había pensado ejercer mi derecho a votar en blanco o nulo. Lo cierto es que nuca fui lo suficientemente lúcida para enorgullecerme de mi voto. Menos mal que es secreto.
Pero ha bastado que Evo Morales, con su viveza criolla y sus fans internacionales, diseñara una estrategia para capitalizar el descontento y llame a votar nulo. Ahí comprendí que votaré para Presidente por el que marca primero en las encuestas, contra quien ya protesté por su machismo y por haber invisibilizados las demandas de las mujeres.
Gracias a Jimena Costa que me hizo entender el sistema electoral. En suma, se trata, en primer lugar, de cerrar las puertas al MAS en cualquiera de sus formas y acompañar a Amalia Pando en su regocijo por la derrota de Evo en las urnas. Si algo me quitaría el sueño sería pensar que mi voto sirvió para que el MAS alimente su última mentira.
Voy a votar por el “menos pior” como por una tabla de salvación, creyendo que el próximo gobierno emprenderá la larga tarea de ponerle límites a la corrupción, el abuso y la violación de derechos. Son muchas las razones por las que habría votado en blanco: el machismo, el olvido premeditado de los graves problemas que atraviesan las mujeres, como las altas tasas de informalidad, la ausencia total de servicios de cuidado, la feminización del mundo laboral, lo que equivale a decir la precarización del empleo; la naturalización de la ilegalidad y la retórica del “emprendedurismo”, que para muchas mujeres va de la mano de la trata, la explotación sexual y el creciente embarazo adolescente.
El lado bueno de la pobreza programática es que no tendremos mucho para cobrarles trabajando para fortalecer luchas, como las que libra la aún la senadora Cecilia Requena llevando al ámbito institucional propuestas que desde la sociedad civil plantean un desarrollo sustentable. Otras mujeres que han tenido la valentía de formar parte de las listas son también una esperanza para avanzar en la igualdad sustantiva y el respeto a los derechos humanos.
Si se supera la falta de dólares y carburante habrá espacio –tal vez– para proponer que parte de los ingresos vayan a promover el empleo decente y el servicio de cuidado para avanzar al día en que ninguna mujer tenga que salir a trabajar cargada de su wawita. Encontraremos un espacio para acabar con las causas del embarazo infantil, la escandalosa muerte materna y, sobre todo, el freno a la ofensiva antiderechos que se ha instalado en el Estado, en los partidos y en la sociedad desde hace muchos años.
Ojalá no tengamos que seguir contando muertas por feminicidio y se acabe la persecución política. Claramente los candidatos que no saben lo que es un aborto en cuerpo propio, siguen considerando más importante controlar las cuentas fiscales. No dudo que esto no sea importante, pero los políticos deberán aprender a caminar y mascar chicle a la vez.
Como ya lo ha dicho un economista notable: si además de tomar medidas macro, plantearan un cambio de patrón de desarrollo y aumento de la productividad, quizás se preocuparían por la fuerza laboral femenina, porque sus hijos y maridos sean bien cuidados: Hasta podrían mirar las políticas de países vecinos, no para los primeros 100 días, pero para el mediano y largo plazo. A votar por lo que hay.