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De media cancha | 20/11/2024

Los viáticos del Evo y la revolución de las siliconas

Diego Ayo
Diego Ayo

Evo Morales en 1781 no hubiese podido seguirle el ritmo a Túpak Katari. Seamos sinceros: hubiese sido un Sebastián Segurola en versión moderna, con la misma destreza para no soltar ni medio vocablo en aimara. Morales y Segurola hubiesen tenido más posibilidad de comunicarse que Morales y Katari. Gracioso. O, en su defecto, se hubiese comunicado con Katari con señas o algún traductor. Evo hubiese sido un alemán, eslavo, suajili en el aquella fabulosa era de reivindicación indígena. ¿Por qué hago esta reflexión? Porque Morales criticó a un dirigente que pedía viáticos para marchar. “No hay viáticos, marchamos por una causa, ¿o se imaginan que la gente alrededor de Túpak Katari hubiese pedido plata?”. Hmm, ya su comparación con aquel guerrero suena, pues, trucha.

Esa es la frase que soltó un Evo Morales notoriamente molesto ante la viveza de un dirigente que quería moneditas para su morfe y su taxi a cambio de bloquear al lado del moderno Katari. ¿Tiene razón Morales? Es cierto que usualmente se marcha por una causa. ¿Cómo se le podría ocurrir a un grupo de sindicalistas marchar por una caja de donuts, 10 cajones de cerveza, una docena de quinceañeras? Imagínense ustedes: aparecerían el sindicato donutcero, el sindicato de hermanos cerveceros, el sindicato de pajes del Quince como organizaciones matrices. No se puede, pero no porque no sea cierto. No se puede porque la idea es bautizar a estos ciudadanos con títulos rimbombantes. Lo venimos haciendo con el nombre de “movimientos sociales”. ¿Mucho nombre? Había que adornar la presencia de mucha de esta gente acostumbrada al baile y el pisquilín renombrándolos como héroes de la democracia. Hoy la mística se derrumba y los donuts, la chela y las crías reaparecen. Hoy los vemos, pues, cuchillo en mano, pidiendo una rebanada del ya mísero quequecito. 

Seamos sinceros: de la ensoñación del periodo inicial del masismo hemos transcurrido a un estado de acaparamiento de pegas, amontonamiento de niñas, proliferación de licitaciones amañadas. Del idealismo comprimido hemos pasado al ventajismo más descarado. ¿Por qué alguien marcharía, dos décadas después, por una Causa, así con mayúscula, si puede marchar por un chairo, una caja de preservativos, un jean chino de contrabando? Ese ha sido la “revolución de Morales”: la revolución del consumo o el consumismo a ultranza.

Ese es el resultado más palpable de 20 años de “proceso de cambio”: el sueño en favor de luchar por nuestros “hermanos” se ha transformado en un sueño en favor de uno mismo. La revolución de todos y para todos se ha vuelto una revolución por agrandar el trasero, recaudar pasajes al exterior, surfear en los mares de la virginidad, dar vivas a Castro, el Che o algún trovero de “mundos mejores” y, claro, pedir viáticos. Ergo: de la revolución por una Bolivia democrática hemos pasado a la revolución por las siliconas. Queremos más busto y no precisamente para el pueblo.

Evo no está al día y ese es el problema. El hombre que ha gozado de un avión para él solito, de un cuartito motelero en el piso 26 del Palacio de la Plaza Murillo, de un helicóptero-trufi para ir al trabajo y de una sarta innombrable de sobadores, osa pedir gratuidad de los marchistas. Y, al hacerlo, nos regala una lección de historia. O de la historia, arropada a su gusto, que decide trasmitir. La célebre comparación es incorrecta: sabemos que Túpak Katari no era propenso a emparejarse con muchachitas; sabemos que no emprendía una marcha subido en una carroza al estilo Evo, trepado en su vagoneta; sabemos que el señor hablaba aimara; sabemos que no fugó a México ni a ninguna parte; sabemos que murió descuartizado y ese es el camino que debía emprender nuestro Katari moderno.

Pero no es lo principal. Lo que debemos resaltar es la prostitución del espíritu revolucionario. Evo siempre dio ejemplo de esa degradación: “quiero ir al Mundial de Rusia 2018”, afirmó el castizo, en notable castellano. Fue el único presidente de un país no clasificado al torneo que estuvo presente y se atiborró de viáticos. ¿Y ahora se atreve a quejarse? Es que no se percata que ya no está en 2003. En aquel tiempo, las masas marchaban por convicción. Hoy, los dirigentes marchan para jalar algún beneficio material en abierta imitación a su autoproclamado Katari II: “si el Evo ha sacado tanto provecho, nosotros también queremos”, parecen argumentar presurosos sus valientes generales de combate reclamando “almuercito”.

Y aquí viene lo bonito: se lo piden en aymara para recibir, tras traducción de algún súbdito, la misma respuesta de Segurola: “nuay”.

Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.



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