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De media cancha | 22/01/2025

Los “luchitos” al poder o la meritocracia de los mediocres

Diego Ayo
Diego Ayo
¿Sirve tener una licenciatura en la política actual o, digamos mejor, en la política que se avecina de agosto de 2025 en adelante? Hacer esta pregunta no es casual. Los discursos políticos del presente, ya motivados por la nueva elección presidencial de agosto de 2025, revalorizan el mérito. Parece que estamos a puertas de iniciar o reiniciar un nuevo periodo de vigencia de la meritocracia. Ya veíamos que en los años 90 el porcentaje de senadores y diputados con formación educativa rondaba el 80%. Desde enero de 2006 el porcentaje bajo a menos del 50%. El MAS logró, por ende, transitar de un modelo político que privilegiaba el capital académico durante el neoliberalismo a un modelo que privilegiaba el capital social. Al menos eso se afanaron por remarcar. 
¿Realmente desapareció la necesidad de contar con profesionales sustituidos por campesinos, obreros, artesanos? No. La meritocracia siguió funcionando, sólo que adherida a los mandatos del MAS. Muchos analistas, pensadores y comentaristas se emocionaron al mirar el Congreso –la Asamblea Legislativa– repleto de ponchos y abarcas; sin embargo, es necesario contradecir esa emoción. Lo hago recurriendo al excelente estudio de Alain Deneault, “Mediocracia, Cuando los mediocres llegan al poder” (Tauris, 2019). 
¿Qué cabe aportar de inicio? Lo que todos vemos día a día: el círculo íntimo de Arce está compuesto por profesionales, igual que el círculo que rodeaba a Morales, con excepción, claro está, del bachiller. Los presidentes de las cámaras del Congreso, los viceministros, los alcaldes urbanos e incluso los cientos de nuevos empleados gubernamentales, por dar algunos ejemplos, tienen profesión y, de acuerdo a la mínima noción de meritocracia –detentar un título profesional–, clasifican sobradamente a esa categoría. Vale decir, los que toman las decisiones más relevantes del día a día, no son los campesinos, obreros o artesanos. No, los que toman las decisiones más relevantes son los profesionales del MAS: aprobar un presupuesto, explicar las propuestas de ley, participar en eventos de la OEA, etc. Los no profesionales están en la Asamblea, pero no en sus directivas, y en los estamentos medios y bajos de la administración pública.
Por tanto, la conclusión imprescindible de este arranque analítico se aleja del brío revolucionario que quisieron vender: “hemos pasado del capital meritocrático al capital social”. No es cierto. Lo cierto es distinto: hemos pasado de una meritocracia que dialogaba con los gobernantes a una meritocracia subordinada al partido. O sea, hemos transcurrido de una meritocracia meritocrática a una meritocracia mediocre. He ahí el asunto a resolverse. 
Siempre que hablamos de meritocracia lo hacemos con una pureza conceptual plena, creyendo absurda e ingenuamente, que todos los profesionales son meritocráticos por el solo hecho de ser profesionales. ¡No es así! Denault muestra con claridad que los mejores profesionales no quieren revolcarse con la política. Prefieren mantenerse lejos, mientras se alinearon desde un inicio al MAS los mediocres que sacaron su título en 10 años en vez de cinco, salieron a beber con los decanos y vicedecanos y cursaron talleres en línea. Esa es la meritocracia mediocre que viene gobernándonos y que alardea de haber posibilitado el paso del “pueblo” a la política. 
Por ende, no es la meritocracia que maneja al partido, es el partido que maneja la meritocracia. Esta meritocracia mediocre obedece al partido. Eso cierra la certeza numérica del presente: “hoy tenemos más universitarios que nunca”. Y es verdad, hay 600 mil universitarios frente a los 200 mil de comienzos del milenio. Empero, adquieren formación educativa, al menos bajo el molde actual, como aliciente para sobresalir entre los militantes. Adquieres título universitario no para generar ideas, ciencia, progreso. No, te titulas para lograr una pega en el Estado. Marcas un hito que te hace sobresalir del “montón social”, sintetizado mentirosamente como “pueblo”, consiguiendo un lugar en el espacio burocrático con mayor facilidad. La jerarquía partidaria retoma el “racismo meritocrático” neoliberal: “los que estudian, arriba, los que no, abajo”. Sólo que lo hacen desplegando a estos meritocráticos mediocres que logran, para su interés, no estar tan abajo ni ser del común, ni estar tan arriba y ser geniales. Están al centro. Y eso sí se puede calificar como “mediocracia” o el gobierno de los mediocres como los privilegiados del modelo.
Por ende, los nuevos candidatos deben salir de este estado de postración dual: ni gobiernan los humildes, ni gobiernan los mejores. Gobiernan los masistas: una camarilla mediocre que lucra del Estado, no para el bien común sino para su propio y revolucionario bien.

Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.


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