En enero de este año se han cumplido tres
décadas del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en
Chiapas, en 1994, al sur de México. Yo tenía 24 años, recién licenciado en
sociología, trabajando y viviendo en La Paz. ¿Con qué me quedo,
retrospectivamente, de aquel momento ahora que corrió tanta agua bajo este
puente?
El EZLN fue lo más refrescante del período. Hay que recordar que los pontífices del neoliberalismo estaban en su mejor momento en varios países. Parecía que no había ninguna posibilidad de mirar desde otro lado, y su pensamiento era lo único legítimo. Fue precisamente en aquel tiempo, en 1992, cuando Silvio Rodríguez reflejó ese espíritu en su poema: El necio. Sí, todo el que no se cuadraba con la agenda neoliberal era un necio. El zapatismo, que se manifestaba el día del ingreso de México al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, era una nota disonante.
El tema del uso de las armas no me preocupaba tanto –hoy no apoyaría ninguna iniciativa que promueva más violencia–, hasta la justificaba y repetía –me avergüenzo de decirlo– aquella sentencia del Sub Comandante Marcos que decía que a veces es necesaria una dosis de plomo. Pero el aprendizaje más importante era saber que no hay hegemonía absoluta, que el poder tiene fisuras y que nunca faltan libertarios a todos los regímenes.
Los tiempos han cambiado mucho, acaso demasiado. Es el reino de la sorpresa, de la conversión, de la decepción. Hoy mis compañeros de trinchera pasaron por las esferas del poder, lo probaron, sucumbieron, se sometieron. Se volvieron hombres y mujeres poderosos, cortesanos, encantados con los nuevos privilegios. Tomaron esperas del Estado, embajadas, periódicos, canales, empresas, agrupaciones. Y ahí se quedaron, no quisieron soltar nada, a cualquier costo. Fueron ellos los que construyeron una nueva hegemonía, otro pensamiento único que marginaba y destrozaba cualquier disidencia. Ante los nuevos señores del poder, otra vez resuena el aprendizaje zapatista: siempre se puede pensar distinto, hay otras salidas, hay nuevos necios que se niegan a corear el dictado palaciego, que asumen “la necedad de vivir sin tener precio” (otra vez Silvio).
Pero hay más. No recuerdo la frase exacta, pero algo que me impactó del EZLN era que, lejos de todo dogma, no tiraban línea a todos quienes simpatizaran con ellos. No exigían uniformidad, promovían la diferencia. “Cada quien tiene su propio lado”, afirmaban, cada uno era responsable de asumir la bandera que mejor le cuadre sin presiones ni condenas al que no se sumaba fielmente a sus mandatos.
Nuevamente, los tiempos han cambiado. Es demasiado común encontrarse con algún “ismo” que, enterrando el origen noble de su causa, se empeñe en imponer al otro su manera de ver, controlar sus decires, sus formas, sus estilos. Un nuevo dogma que reposa en una superioridad moral natural por su origen u opción, los autoriza a condenar a quien no comulgue con ellos.
En fin, pluralidad frente la homogeneidad, y disidencia frente a cualquier imposición del poder. Creo que es con lo que me quedo de aquellos luminosos años.
Hugo José Suárez es investigador de la UNAM y miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.