En las últimas décadas, la diplomacia global ha experimentado una transformación en cuanto a la participación de las mujeres en altos cargos de toma de decisiones. Desde la Política Exterior Feminista (PEF) hasta el creciente número de mujeres que ocupan ministerios de relaciones exteriores y embajadas, parece que la equidad de género está ganando terreno en las relaciones internacionales.
Sin embargo, la pregunta clave sigue siendo: ¿es esta una verdadera transformación estructural o solo un cambio superficial para mejorar la imagen de gobiernos y organismos internacionales? La respuesta no es sencilla. Si bien hay más mujeres en la diplomacia que nunca, la política exterior sigue estando dominada por estructuras de poder patriarcales que limitan el impacto real de su liderazgo. América Latina ha sido una región clave en la implementación de la PEF, pero aún enfrenta barreras estructurales que ralentizan su consolidación.
La PEF busca incorporar la igualdad de género y la perspectiva interseccional en las relaciones internacionales, la cooperación al desarrollo y la toma de decisiones diplomáticas. Suecia fue el país pionero en adoptar una política exterior feminista en 2014, seguida de Canadá, Francia, España, Alemania y México.
En América Latina, México fue el primer país en adoptar una PEF en 2020, comprometiéndose a garantizar la participación de mujeres en los espacios de negociación y promover acuerdos internacionales con enfoque de género. Chile y Colombia también han avanzado en esta dirección, con la incorporación de criterios de paridad en la diplomacia y el impulso de iniciativas de igualdad en la cooperación internacional.
No obstante, el impacto de estas políticas aún es limitado. Las barreras estructurales en la representación femenina en la diplomacia, se reflejan en que el poder real sigue en manos de hombres. Según la ONU, solo el 25% de los ministerios de relaciones exteriores a nivel mundial están liderados por mujeres y menos del 10% de los acuerdos de paz han sido negociados por ellas.
En América Latina, el machismo estructural en la política sigue siendo una barrera importante. Aunque hay más diplomáticas en altos cargos, muchas de ellas aún deben demostrar constantemente su capacidad para liderar. Además, la mayoría de los países de la región no han institucionalizado la PEF, lo que significa que su implementación depende de la voluntad política de cada gobierno.
Otro problema clave es la violencia política y la inseguridad que enfrentan muchas mujeres en la política exterior. En países como México y Colombia, las mujeres en el servicio diplomático han denunciado acoso, amenazas e incluso violencia por parte de sectores que buscan deslegitimar su trabajo.
Uno de los principales problemas de la Política Exterior Feminista es su falta de impacto concreto. Si bien países como México han promovido discursos progresistas en foros internacionales, la realidad dentro de sus fronteras es diferente. México sigue siendo uno de los países con mayores índices de feminicidios y violencia de género, lo que pone en duda la coherencia de su política exterior con su realidad interna.
En Chile, el gobierno de Gabriel Boric ha impulsado la PEF con un fuerte énfasis en la diplomacia de los derechos humanos y la paridad de género en su ministerio de relaciones exteriores. Sin embargo, en la práctica, las negociaciones comerciales y los acuerdos internacionales siguen sin integrar de manera efectiva un enfoque de género.
En Europa, donde la PEF ha sido más institucionalizada, los resultados también han sido mixtos. Suecia, pionera en esta política, se ha retirado de su compromiso inicial tras el ascenso de un gobierno conservador, lo que evidencia que la PEF sigue siendo vulnerable a los cambios políticos y no está completamente consolidada.
Si se quiere lograr que la diplomacia global y latinoamericana sea más equitativa, no basta con aumentar la representación femenina. Es necesario transformar las estructuras de poder en las relaciones internacionales. Para ello, se deben implementar estrategias concretas, como garantizar la representación real en la toma de decisiones. No es suficiente con incluir mujeres en la diplomacia; deben ocupar posiciones estratégicas en la negociación de tratados y en organismos multilaterales. Se necesita crear mecanismos de rendición de cuentas. La PEF debe ser más que un discurso y tener indicadores claros que midan su impacto en la política internacional. Además, hay que incluir la PEF en la cooperación al desarrollo con financiamiento específico para proyectos que impulsen el liderazgo femenino en la política exterior.
También se requiere transformar la cultura diplomática. La igualdad de género en la diplomacia no es solo una cuestión de números, sino de cambiar las dinámicas de poder que históricamente han excluido a las mujeres. Por último, se debe proteger a las mujeres diplomáticas ya que muchas enfrentan acoso y violencia en el ejercicio de sus funciones. Es necesario garantizar su seguridad y sancionar a quienes atenten contra su labor.
Para que la diplomacia global sea verdaderamente feminista, se requieren acciones concretas, presupuestos adecuados y mecanismos de seguimiento real. Solo así la presencia de mujeres en la política internacional dejará de ser un símbolo y se convertirá en un motor de cambio.