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Serpentina textual | 30/10/2025

La ciclovía que nadie usa, cuando la modernidad se vuelve obstáculo

Elizabeth Salguero
Elizabeth Salguero

La Paz amaneció un día con un nuevo carril pintado de amarillo, con señalizaciones brillantes y un discurso oficial que hablaba de “transformar la movilidad urbana”. Era la ciclovía de la zona sur de la ciudad de La Paz: una promesa de modernidad, sustentabilidad y cambio cultural. Sin embargo, a poco de inaugurarse, la ilusión se tornó en molestia. Comerciantes inconformes, vecinos/as frustrados/as, calles congestionadas y un proyecto que —aunque bien intencionado— parece no tener usuarios/as. La pregunta es inevitable: ¿para quién se construyó esta ciclovía?

El comercio fue la primera víctima del entusiasmo técnico, el síntoma del desacierto fue inmediato, los comercios de San Miguel y la calle 21 comenzaron a registrar menos clientela. La razón es sencilla los espacios de estacionamiento fueron eliminados o reducidos drásticamente. En una zona donde la economía depende del flujo de personas que llegan en vehículo, ese cambio representa una herida directa a la actividad económica local.

Las y los vecinos lo expresaron con claridad en un voto resolutivo: “La ciclovía reduce los espacios de parqueo, perjudica a los negocios y genera desorden” (Brújula Digital, 2024). El Gobierno Autónomo Municipal de La Paz, por su parte, defendió la iniciativa bajo el argumento de que se trata de un paso hacia la micromovilidad urbana. Pero la sostenibilidad no puede alcanzarse a costa de asfixiar al pequeño/a comerciante, menos aún sin diálogo previo.

El caos vial que se generó en horas pico fue la segunda señal de alarma. Las y los conductores, confundidos por la disposición, ocupan los carriles restantes, generando embotellamientos que, paradójicamente, aumentan la contaminación y el estrés ciudadano. Lo que debía ser una alternativa ecológica terminó acentuando los problemas que pretendía resolver.

El costo de no planificar con la realidad es una ciclovía vacía. Las bicicletas se cuentan con los dedos, y los/as peatones la usan como vereda improvisada. En una ciudad de topografía pronunciada, donde el transporte público y los autos particulares siguen siendo el principal medio de desplazamiento, la apuesta por un carril exclusivo para bicicletas luce desconectada de la realidad.

Según un sondeo de Brújula Digital (2024), la percepción ciudadana está dividida: mientras el 67 % de los encuestados en Facebook respaldó el proyecto, el 79 % de los usuarios en Twitter lo rechazó. Más allá de los porcentajes, lo que se revela es la ausencia de consenso social y planificación participativa. No hubo un estudio técnico que demostrara la demanda de uso, ni una estrategia de conexión con otras zonas.

Una obra pública no puede sustentarse en la estética ni en la moda urbanística. El simple hecho de pintar un carril y poner señalética no garantiza movilidad sostenible. Si la infraestructura no responde a hábitos, pendientes, distancias ni seguridad, se convierte en una ciclovía simbólica: visible, pero inútil.

En esta obra el presupuesto comprometido, se convierte en confianza erosionada. El proyecto fue financiado en parte con recursos de cooperación internacional, pero eso no exonera la responsabilidad del municipio. El dinero público, venga de donde venga, debe emplearse con eficiencia y transparencia. Las críticas del Concejo Municipal apuntan precisamente a la falta de criterios técnicos y de planificación integral.

El alcalde Iván Arias terminó ordenando la paralización del proyecto para “ajustar detalles”, tras las protestas vecinales. Esa decisión, aunque necesaria, reveló la improvisación con que se ejecutó la obra. Cuando un proyecto público debe detenerse y corregirse al poco tiempo de inaugurarse, el daño no es solo económico: es institucional. Se erosiona la confianza ciudadana en la gestión y se genera la sensación de que la administración gasta antes de pensar.

El urbanismo responsable no consiste en hacer obras visibles, sino en construir soluciones útiles. En La Paz, donde cada metro de vía cuesta millones y donde el presupuesto municipal es limitado, resulta éticamente cuestionable invertir tanto en un carril que nadie usa, mientras otras zonas carecen de pavimento, alcantarillado o alumbrado digno.

Defender la movilidad sustentable es necesario. Pero confundir sustentabilidad con propaganda verde es un error recurrente en las ciudades latinoamericanas. La bicicleta puede ser un instrumento de transformación, siempre que se la integre a un plan urbano coherente con rutas seguras, topografía favorable, conectividad, infraestructura de apoyo y, sobre todo, cultura ciudadana.

La ciclovía de La Paz carece de todo eso. Es un ejemplo de cómo un discurso moderno puede terminar aplicándose de manera superficial. Si el municipio desea impulsar una ciudad más verde, debe comenzar por planificar con datos, escuchar a las y los vecinos y garantizar que los beneficios sean mayores que los costos. No se trata de oponerse al cambio, sino de exigir que el cambio tenga sentido.

Lo que nació como símbolo de progreso terminó como metáfora de improvisación. Es el recordatorio de que las buenas intenciones no sustituyen la planificación, ni el color verde reemplaza la utilidad pública. La ciudad necesita modernizarse, sí, pero con cabeza fría, estudios serios y diálogo real.

Una infraestructura que nadie usa y que afecta al comercio local no puede llamarse avance. Es un gasto innecesario que desvía recursos y erosiona la confianza en la gestión pública.

La Paz merece obras que sirvan, no vitrinas urbanas para la foto oficial. Porque la verdadera modernidad no se pinta sobre el asfalto; se construye con participación, eficiencia y sentido común.

Elizabeth Salguero C. es comunicadora social. 



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