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Cuestión de Ideas | 17/02/2022

Las claves del poder populista después de Evo (5)

Wálter Guevara Anaya
Wálter Guevara Anaya

La primera entrega de esta serie definió el populismo. Las siguientes tres entregas repasaron las etapas, los aciertos y los daños de las gestiones del Presidente Evo Morales Ayma. Esta quinta entrega se pregunta sobre el destino del populismo después de Evo.

Lucho Arce no es un populista. En su campaña electoral prometió salud, empleo, justicia, y reconciliación. Pudo haber dado un giro democrático a las gestiones autocráticas de Morales. Hizo lo contrario. Pasado más de un año insiste en lanzar señales de una fuerte radicalización.

La suerte lo acompaña en lo económico. Subieron los precios de las exportaciones. Si la situación de Ucrania se complica podrían subir mucho más. No le faltaron ni le faltarán recursos. Mantuvo la tasa de cambio. Controló la inflación. No llegó al fondo de las reservas internacionales. Trajo abundantes vacunas. Hizo lo que pudo para que se distribuyan.

Esta racha económica le permite mantener docenas de empresas deficitarias, cientos de miles de empleados públicos redundantes y un bienestar económico basado en poner lo que queda de plata pública en el bolsillo de la gente. Es lo que hizo como Ministro de Economía.

Como Presidente le sobra lo que necesita para captar y retener el apoyo de los dirigentes de los movimientos sociales. Son gente que sabe de qué lado de la marraqueta está untada la mantequilla. Gritan consignas radicales y se victimizan para arrancar pegas y prebendas. Hablan en nombre de las bases pero no son las bases.

Unos cuantos cientos de dirigentes se constituyen en el cimiento del populismo. No son la única causa de este fenómeno. Sin su apoyo el caudillo populista no tendría fuerza. Su secreto es muy sencillo. Apoyan al que los billetea y los empodera. En esa medida son creadores y criaturas del poder populista que los apaña.

Para tenerlos de su lado Arce empezó su mandato con un discurso agresivo y polarizador. Descartó toda posibilidad de reconciliación con la oposición democrática. Repitió sin cansarse el cuento de que un golpe de estado tumbó al Presidente Evo Morales. Arriesgó que lo acusen de decir un disparate. Si lo del golpe fuera cierto su propio mandato sería inválido.

Sus medidas radicales le sirven para aplacar la angurria potencialmente desestabilizadora de los dirigentes de los movimientos sociales. Evo todavía los controla. Necesita demostrarles que sin ser Presidente es el que manda. Arce es un Presidente sin base política propia. Compite con Evo por el apoyo de unos cuantos cientos de avivados que se saben cortejados por los dos.

Durante semanas Evo le ordenó al Presidente Arce un inmediato cambio de gabinete. Los más gritones dirigentes de los movimientos sociales respaldaron esa orden con toda su fuerza. De callado Arce desactivó esa feroz arremetida. Dobló la mano del Gran Jefe. Hasta ese instante Evo recibió un total apoyo de sus fieles. Un segundo después apoyaron al Presidente.

¿Cuál habrá sido el secreto del Presidente Arce para disuadir y contentar a los acalorados  dirigentes que le exigieron un inmediato cambio de gabinete? ¿Les habrá hecho creer que si lo apoyan tendrán su marraqueta asegurada hasta el 2030? ¿Se la habrá entregado ahora?

Luis Arce Catacora tiene las respuestas.

Pocos se dan cuenta que su radicalismo exagerado le permite ganar tiempo. El poder desgasta muy rápido. No estar en el poder desgasta todavía más rápido. La cosa se le pone difícil a Evo Morales desde su encierro en el Chapare. Las encuestas ponen su aprobación por debajo de la de Arce Catacora. Su billetera es grande, pero no tan grande como la del gobierno.

Evo clama a los cuatro vientos desde Shinahota, Chimoré y Villa Tunari que no tiene nada que ver con ninguno de sus varios altos jefes policiales metidos en los grandes negocios de la coca. Su vehemente negativa lo pone bajo la lupa de la DEA. Los dirigentes sociales observan su debilitamiento. No quieren hundirse junto al barco del caudillo declinante.

Entretanto Arce no se preocupa por alejar a los votantes mayoritarios de las clases medias. Falta mucho para la próxima elección. Tendrá tiempo para reconquistarlos. Será fácil si la oposición sigue siendo tan enclenque, despistada y desunida como demostró serlo en las elecciones del 2020. Además Arce ya tiene bajo su total control al organismo electoral.

Una sola cosa es segura.

Los dirigentes de los movimientos sociales seguirán fielmente a cualquiera que esté en el poder. Puede ser que el poder de un caudillo llamado Evo Morales haya llegado a su fin. Sea como fuere, hay una sola cosa que sigue en pie. El cimiento original de su poder está intacto. René Zavaleta Mercado lo identificó en su ensayo “Las masas en noviembre.”

Es la maldición de las mediaciones prebendales. Los dirigentes de los movimientos sociales tienen la llave de la correlación de fuerzas. Todos los políticos caen en sus manos. Los bolivianos de a pie miran con asombro el poder que detentan unos pocos cientos de dirigentes. Montones de vivos imitan su comportamiento prebendal sin ser dirigentes.

Por supuesto que hay muchos dirigentes honestos que son verdaderos defensores de los intereses de sus bases. El MAS se ha encargado de malear al resto. El resultado es que los malos dirigentes de los movimientos sociales se han convertido en el elemento más conservador del sistema político. Son los que impiden su modernización.

La izquierda los halaga con el argumento de que son o representan lo nacional popular. La derecha los cultiva cínicamente como lo que son, unos diestros oportunistas. Se presentan como los dueños del proceso de cambio. Los únicos que encarnan a los movimientos sociales.

Los movimientos sociales no son los causantes de este daño. Evo y el MAS son los que han convertido a sus bases en portadoras de unos cuantos cientos de parásitos. Esos parásitos son los que atrofian el corazón del sistema político boliviano.

Wálter Guevara Anaya es escritor



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