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17/07/2020
Filia Dei

Labranza 0

Cecilia González Paredes
Cecilia González Paredes

Cuando era niña, mis papás tenían el buen hábito de sacarnos a pasear un sábado o un fin de semana, generalmente hacia el lago Titicaca. Algunas veces fuimos a algunos valles. Y una imagen constante de esos paseos, era ver la tierra arada o en pleno proceso.

Surcos de tierra abiertos, dejando los microorganismos expuestos al sol, provocando una erosión y hasta pérdida de la capa fértil de los mismos. Luego, hacia invierno, las quemas o chaqueo, para “añadir nutrientes de la ceniza de lo quemado”. Eso explicaba, alguna vez que conversábamos para preguntar si vendían haba o papa, ya que era el gusto extra de mi mamá comprar fresco.

Estos surcos son abiertos con yunta o ahora con ayuda de pequeños tractores. Y en algunas zonas del altiplano, todavía se ve a personas dobladas sobre un arado, abriendo la tierra. Bajo el sol y el viento. La expresión “partiéndose el lomo” se ajusta de manera muy adecuada a este cuadro. De hecho, desde la reforma agraria del siglo pasado, muy pocas cosas han cambiado en los sistemas productivos que veo desde mi infancia.

Quizás un elemento nuevo, más notorio, son las carpas solares. Estructuras que tampoco son muy eficientes, por bloquear demasiada luz bajo esos plásticos amarillos de corta vida. Las semillas, muchas veces son guardadas o compradas sin certificación, razón por la cual, luego las plagas hacen su festín y se debe usar plaguicidas. Peor aún, cuando las plagas son persistentes, se usan unas mezclas bastante tóxicas hasta para el suelo y demás recursos biológicos.

Ahora, cuando uno va de paseo hacia el lago, hay otro detalle que llama mucho mi atención. Lo vacío que se han quedado poblados donde antes uno veía mayor movimiento. Muchos de estos pobladores, que nunca recibieron mayores incentivos, que tampoco recibieron capacitación para producir mejor, para aplicar buenas prácticas agrícolas o créditos adecuados para mejorar la tecnología para producir, terminan por abandonar el área rural y migrar a las ciudades, a engrosar los cordones de miseria.

Pensé que así era en todo el país. El 2013, tuve que ir a Santa Cruz a capacitar a pequeños productores en temas de bioseguridad de OGM. Me llevé una sorpresa al ver el movimiento que hay entre los poblados de las zonas productivas, la maquinaria que manejan y claro, la extensión de los cultivos. El otro detalle que definitivamente capturó mi atención, es que no había surcos abiertos como los veía en mi departamento.

Acá eran hileras de cultivos, y entre ellas, mucho rastrojo seco. Hablando con uno de los dirigentes, un productor que me ha enseñado mucho sobre lo que es producir y tener siempre ganas de aprender, me explicó que ellos aplicaban siembra directa. Es decir, no necesitan abrir la tierra tan profundo para sembrar, y que generalmente, utilizan un herbicida para que seque el rastrojo, con lo que se añade materia orgánica al suelo, a través de una lenta descomposición, y generando al mismo tiempo una capa de protección, que evita la erosión y pérdida de la humedad.

El resultado es, suelos con capas fértiles más profundas que las que se ve en el altiplano, con mucha materia orgánica y por lo mismo, se genera un ambiente más favorable para los microorganismos benéficos.

Pero esto, no es información común, que manejen los citadinos o peor aún, los grupos de personas que sin producir alimentos o conocer la realidad del otro, se creen con total derecho a limitar sus opciones e imponer su visión de cómo debería producirse alimentos.

La labranza 0 ha generado que los productores obtengan mejores rendimientos, menor pérdida de suelos fértiles y les ha educado en cuanto a realizar una rotación de cultivos, entre otros. Hay aún mucho por hacer en el país, y en efecto, el aplicar las buenas prácticas agrícolas (BPA), es un punto que ha quedado en el olvido, tanto por entidades reguladoras, como academia, productores y sector privado.

Nuestro vecino Argentina ha generado, no hace mucho, su Red BPA. Tarea que ha sido sencilla, pero sin duda, ya se ven sus primeros logros. Y es que cuando hay voluntad, mucho se puede lograr.

Si la labranza 0, o siembra directa, junto a las BPA y nuevas tecnologías productivas pudieran aplicarse a lo que queda de producción en al altiplano, quizás podríamos empezar a recuperar suelos y eventualmente, volver a ver movimiento hacia el área rural y no una migración desesperada hacia la ciudad.

Cecilia González Paredes M.Sc.

Especialista en Agrobiotecnología



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