En ausencia de las fieras políticas que
lo solían rodear durante su gobierno, el Jefazo obra con el hígado. Y así le
va. ¿Por qué le ordenó a su fiel esbirro, Juan Carlos Huarachi, el bloqueo de
carreteras, en el peor momento históricamente concebible? Se me ocurren tres
conjeturas, todas tiradas de las pestañas. 1) El Jefazo quiso demostrar su
fuerza en las calles y carreteras, como no pudo hacerlo en octubre y noviembre contra
las pititas (“¡miren lo que pude haber hecho!”); 2) Le pidió una muestra de
reivindicación/lealtad a Huarachi luego de que éste pidió su renuncia a la
presidencia del Estado el 10 de noviembre pasado; 3) Preocupado de que alguien
que no fuera él pudiera ganar las elecciones, decidió sabotear a su propio
candidato, Luis Arce. E incluso 4) Todo lo anterior.
Cualquiera que hubiera sido su razonamiento, si es que lo hubo, todos los tiros le salieron por la culata.
A Juan Carlos Huarachi, Leonardo Loza, Andrónico Rodríguez y otros feligreses, les cayó el estigma de haber llevado a cabo bloqueos criminales. No sólo porque impidieron que llegara el vital oxígeno y otros insumos médicos a los enfermos de COVID-19, sino porque destruyeron importantes obras de infraestructura para conseguir ese incalificable objetivo. Y si eso no fuera suficientemente malo, lo hicieron utilizando maquinaria provista por los propios municipios y prefecturas masistas. Es decir, la complicidad del expartido gobernante no podía ser más evidente.
Y por qué y para qué. Con el pretexto de adelantar las elecciones 42 días. Como si eso significara algo para alguien. Derrotado ese absurdo, la pretensión de “ceder” por buenitos e imponer el 11 de octubre en lugar del 18 ya fue tan estúpido que da vergüenza ajena incluso escribirlo. En el ínterin murieron 54 personas por falta de oxígeno. Entre ellas, don Mario Limachi, que pedía por su vida, boqueando por aire, diciéndoles “no sean malditos”. ¿Te diste por aludido, Huarachi? Se refería a ti. Espero que te lleves esa mirada y esa voz a la cama cada noche, antes de dormir.
Con ello Huarachi está acabado como líder de la COB, y la COB como brazo del MAS.
También murió Esther Morales, la hermana mayor del Jefazo, factor mayor de influencia en la designación de puestos en el sector de salud. Pero no murió por falta de oxígeno, sino por condiciones preexistentes, que el COVID-19 vuelve mortales. Por supuesto, por supuesto que el Jefazo tenía que politizar la muerte de su propia hermana mencionando el leitmotiv de su vida, el presunto racismo contra él, que sería la razón por la que “no lo dejan” regresar. ¿Se habrá acordado de las innumerables veces que los 1.399 exiliados de su gobierno (en democracia, dizque) le pidieron regresar para llorar a sus muertos y él les respondió con desprecio que se debe llorar callado?
Y si esa no fuera suficiente tragedia, los sondeos detectaron una caída libre de la preferencia electoral del MAS. Perdió el grueso del voto urbano. El MAS se volvió esencialmente un partido rural y racializado. Arce Catacora, impotente, rechina los dientes ante todo el asunto. A causa de esto, para la mayoría de los citadinos hoy el MAS es un partido radical y un conglomerado de movimientos sociales a los que no les importa la vida humana. Un partido asesino.
Y si todo ello tampoco hubiera sido suficiente, el periodista español Alejandro Entrambasaguas destapó el supuesto amorío del Jefazo con una menor desde que ella tenía 14 años, delito hasta ahora innegable e indefendible, socapado por un entorno íntimo encubridor.
Y cierta activista que es buena para poner el grito en el cielo cuando se trata de los derechos de las mujeres y las niñas, apareció para… relativizar el estupro, con el argumento de que, en un antiguo e utópico reino del que supuestamente proviene el Jefazo, el amor era libre a los 14 años. Falta que lo declaren su derecho humano.
Todo lo anterior sirvió para que Felipe Quispe, merecidamente relegado a la marginalidad recuperara protagonismo, quitándoselo al Jefazo, anunciando más bloqueos y declarándose no-boliviano. De pronto, todo es tan 2000. Es como si la aguja sobre un disco de vinilo hubiera saltado al surco anterior, antes del gobierno del MAS.
Robert Brockmann es periodista e historiador.