Hace un año ya que vivimos en un país
distinto al que estuvimos acostumbrados durante casi tres lustros, y sin
embargo la situación social no refleja las nuevas condiciones. Atrás quedó la
ilusión de una economía blindada con un crecimiento sostenido, asentado en
nuevas clases medias ascendentes disfrutando las mieles del consumo.
Bastaron un par de remezones para desnudar no solamente la fragilidad, sino el agotamiento de un “modelo” populista de capitalismo salvaje que se cae a pedazos en manos de una administración extraviada, irresponsable y suicida. Independientemente de la ridícula postura del presidente, que afirma sin ruborizarse que el país no está en crisis y que los problemas se deben a una conspiración, estamos afrontando una crisis de ingresos, de financiamiento, de inversión y de credibilidad.
La crónica falta de dólares y la falta de medidas serias tienen contra las cuerdas al empresariado, el desempleo crece todos los días y la inflación está afectando todos los días al bolsillo de la gran mayoría de la población.
En otro tipo de coyuntura, en estas condiciones el Gobierno debería estar frente manifestaciones de descontento y de tensión social, pero curiosamente todavía no se ha desatado la protesta correspondiente. Los grupos de poder corporativo, que son los que habitualmente marcan el ritmo de convulsión, parecen estar más pendientes de las peleas intestinas del MAS, que demuestra nuevamente ser el dueño y señor de la política nacional. La conflictividad hoy pasa por la medición de fuerzas entre las distintas facciones del partido de gobierno, y no así por la genuina protesta social.
El control político del sistema judicial, el control del poder electoral y la definición de la modalidad de las elecciones primarias, que definirán el timing electoral, también están atravesados por el enfrentamiento entre bandos masistas.
Mientras los temas centrales de la política discurren en los ejes del MAS, la oposición partidaria no logra encontrar lugar en el escenario, desaprovechando a mi entender la oportunidad de trabajar en ese enorme 30% o 40% de la población que no son ni masistas, ni antimasistas por definición, y que hoy demandan lecturas y soluciones que vayan más allá de la polarización entre los convencidos. También desaprovecha la oportunidad de trabajar políticamente con los grandes bolsones de descontento existente en los dos bandos masistas.
Pero claro, para eso es imprescindible hacer política desde la base, con altas dosis de sagacidad y realismo. Hacen falta también recursos y estructura, sin duda, pero ante todo la comprensión de que la política no solamente se la puede ejercer desde los medios o desde los gabinetes jurídicos.
Ilya Fortún es comunicador social.