Milei no tuvo que llegar a ser presidente de la Argentina para evidenciar que una cosa es cacarear a diestra y siniestra para contentar a la tribuna, y otra muy distinta es manejar los delicados hilos de la política real. El domingo tuvo su primer aterrizaje forzso cuando, lejos de ganar en primera vuelta, fue derrotado por el ministro de economía del peronismo. La casta de la casta no solamente le sacó siete puntos de ventaja, sino que lo dejó turulato y mal parado para una segunda vuelta cuesta arriba.
Cuesta arriba porque abusó sin prudencia alguna del discurso contra la casta y ahora se ve obligado a salir a buscar a los votantes de la casta con una posición muy distinta a la que lo catapultó a las ligas mayores. Ahora debe covencer a sus propios adeptos y a sus potenciales votantes que la casta no es tan mala, y que los enemigos de sus enemigos deben ser sus amigos, aunque formen parte del vilipendiado sistema político.
Este obligado viraje estratégico es complicado porque lo obliga a apostar por la grieta y por la asunción de que el electorado está dividido entre kirchneristas y anti kirchneristas, más allá de los perfiles de los candidatos y de sus ofertas electorales. Los resultados de esta primera vuelta muestran sin embargo que esto no parece ser tan así. El derrumbe de la votación de Bulrich,la candidata de Juntos por el Cambio, marca que una importante parte de los radicales que integran (o integraban) esa coalición, la abandonaron y se inclinaron a votar por Massa.
Esta modulación de discurso, a todas luces fruto del revés electoral sufrido, es también peligroso para los votantes duros de Milei, que probablemente lo interpretarán como una traición a la principal promesa de acabar con los privilegios de la casta.
Pese a que Milei no sumo en la primera vuelta ni un solo voto a los que obtuvo en las primarias, es cierto que haber llegado a una segunda vuelta luego de breves dos años de aventura, no es poca cosa. Lo malo es que lo que rápido corre el riesgo de desinflarse rápidamente también. Eso no le ocurre conectado durante décadas al ADN nacional popular argentino.
Los grandes perdedores son sin lugar a dudas los de Juntos por el Cambio, que hace un año atrás daban por descontado que quien fuera elegido como su candidato sería el próximo presidente. Esa certeza era lo que mantenía amarrada la coalición, que ahora probablemente terminará desintegrándose luego de una campaña liderada por una candidata débil y desenfocada.
Massa fue el gran ganador porque supo sacar de sus casas a más de dos millones de votantes que no habían votado en las PASO, que salieron defender lo que consideraban amenazas de parte de Milei. Pese a ser uno de los artífices del desastre económico argentino, tuvo el aplomo y la disciplina suficientes como para convencer a mucha gente de que, en tiempos de desastre, el miedo pesa más que la bronca y que la tranquilidad y la estabilidad son imprescindibles.
Creo que la tiene un poco más fácil que Milei si puede seguir menteniendo lejos y callada a Cristina y si logra convencer con la idea de un gobierno de unidad nacional que lo saque del peronismo duro y lo ubique más en el valioso centro político.
Pero en Argentina nunca se sabe.