“No me gustaba mi piel. No me gustaba el color café con leche que me había tocado por herencia de mi padre quechua y mi madre mestiza (...)”. Así comienza el cuento de Henrry Julian Cucho Quispe, titulado “La piel que no quise”, uno de los ganadores del II Concurso Nacional de Microcuentos “Mi alma no tiene color, una vida libre de racismo”, organizado por la oficina del Banco Mundial en Bolivia hace algunos meses.
A través de una narrativa corta, certera y estremecedora, Henrry nos lleva por el camino de las consecuencias de la discriminación por color de piel, especialmente en el ámbito escolar y en la vida social en general. A pesar de la aceptación de su color de piel y la esperanza de encontrar un lugar sin discriminación, el personaje ficticio no lo encuentra en el desenlace del cuento: “Decidí irme. Decidí buscar otro lugar donde pudiera ser yo mismo. (...). Pero no lo encontré”.
El racismo y la discriminación son términos comodín en Bolivia y en el mundo contemporáneo. Hay quienes perciben racismo en todos lados, mientras que otros se niegan a reconocerlo en cualquier lugar. En el ámbito político se presenta como un dilema de todo o nada.
En círculos académicos, existen posturas que buscan relativizar el fenómeno; para muchos, la existencia del racismo depende de la percepción individual. Otros sostienen que hablar de racismo lo hace real, por lo que es preferible no abordarlo. Por último, algunos argumentan que es un fenómeno tan complejo que nunca sabremos hasta qué punto nos afecta, aunque nos afecte, y que es suficiente con señalar su carácter estructural.
No estoy de acuerdo con estas posturas
El racismo es un hecho social objetivo, respaldado no solo por mi opinión, sino por evidencia acumulada a lo largo del tiempo. Hace una década, una respetada (y sarcástica) antropóloga de origen anglosajón abordó la falta de debate sobre el “racismo” en Bolivia en un artículo polémico. Aunque han pasado 10 años desde entonces, el escenario apenas ha cambiado. Aunque la evidencia en Bolivia sea limitada y, podríamos decir, obsoleta, nunca es tarde para iniciar un debate serio sobre el racismo en el país.
El racismo no es un cuento, como bien dice una nota del Banco Mundial. Henrry nos expone una realidad que ha sido desmitificada en otros lugares. Existe un cuerpo robusto de investigaciones que analizan la relación entre indicadores etnorraciales (color de piel, idioma indígena, autoidentificación étnica, etc.) y la desigualdad, arrojando nuevas perspectivas al debate en México y Estados Unidos. En México, por ejemplo, hay evidencia que un tono de piel más claro se asocia con un mayor nivel de riqueza.
¿Podemos llamar a esto racismo? Tal vez, pero lo que falta ahora es desentrañar los mecanismos de estas desigualdades y cómo se relacionan con las identidades etnorraciales.
El gran desafío de las ciencias sociales bolivianas es avanzar en el debate teórico y metodológico con la rigurosidad que merece el tema del racismo. En esta columna sembraremos ideas para impulsar ese debate.