En este país que alguna vez soñó con ser grande tras una independencia a gusto de los que soñaron con vernos siempre divididos, la mediocridad se ha convertido en nuestra compañera de viaje más fiel.
La educación, ese pilar fundamental del salir del estancamiento e ignorancia, ha caído en un abismo de desidia. Nuestros jóvenes salen de las aulas con lagunas en matemáticas, física, química y biología, como si el conocimiento fuera un lujo que no podemos permitirnos. La formación de los docentes es deficiente, y la política de promoción automática ha creado un sistema en el que avanzar sin saber es la norma. Pasar por pasar al punto de uno mismo calificarse.
En los barrios populares, la pobreza tiene una alianza estrecha con la suciedad, y la dignidad se pierde en el camino. Parece incluso que hay un cierto deleite, sobre todo cada vez que sin mayor reparo otro vecino tira su basura en plena calle. Seguro piensa que alguien más debería recoger toda esa basura.
La corrupción, ese cáncer que nos consume, se ha normalizado. Las políticas económicas parecen diseñadas para ignorar la realidad, mientras la explotación minera continúa sin preocuparse por el daño ambiental que causa. Nuestro entretenimiento se reduce a un partido de fútbol o una entrada folclórica, sin importarnos dejar el recorrido limpio. Las nuevas generaciones han olvidado lo que es el sano entrenamiento y se exalta la cultura de beber sin control y otros vicios.
La mayoría de jóvenes que aspiran a un educación superior, llegan a universidades e instituciones sin saber leer, comprender, redactar. En este ámbito, pensar desarrollar ciencia y tecnología se ve borroso. Realizar investigación y publicar es algo que a muy pocos les interesa. De ahí que no sea atractivo invertir en investigación, pues un privado requiere resultados en tiempos más cortos de los que ofrecen las universidades.
¿Qué futuro podemos esperar si no nos importa la calidad de nuestra educación, si aceptamos la corrupción como algo normal, y si nuestra economía se basa en la explotación sin considerar el mañana? Bolivia merece más. Merece un sistema educativo que forme profesionales capaces, una economía que genere valor agregado, y un pueblo que se preocupe por su entorno. La mediocridad no es destino; es una elección. Y es hora de elegir diferente.
La educación es el espejo de un país. Si no nos preocupamos por ella, ¿qué podemos esperar del futuro? Bolivia no puede seguir postergando su transformación. Es momento de actuar, de exigir más de nosotros mismos y de nuestros líderes. La corrupción debe ser combatida con seriedad, y las políticas económicas deben ser diseñadas pensando en el bienestar de todos, no solo de unos pocos.
En este momento, Bolivia necesita un despertar. Necesita que sus ciudadanos se unan para exigir cambios reales, no solo palabras vacías. Necesita que sus líderes asuman la responsabilidad de guiar al país hacia un futuro mejor. Y necesita que cada uno de nosotros se comprometa a ser parte de la solución, no del problema. Solo así podremos dejar atrás la mediocridad y construir un país donde la educación sea un pilar fuerte, la corrupción sea un recuerdo lejano, y el progreso sea una realidad tangible para todos.
Estamos en una encrucijada, que además se complica más con el aumento de precios y escasez de algunos productos. Definitivamente, desarrollar ciencia y tecnología los siguientes años, con todas esas limitaciones será un desafío extra. Lo peor es que muchos piensan que las elecciones serán nuestra salvación. ¿Realmente? O somos muy ilusos o ingenuos, pero todo esto requiere un cambio más profundo y que inicie desde cada uno.