Precios al alza, alimentos a la baja

La reciente polémica en torno al informe de la FAO y del Programa Mundial de Alimentos sobre la inseguridad alimentaria en Bolivia ha dejado al descubierto una realidad incómoda: aunque el país no enfrenta un riesgo técnico de hambruna, la situación alimentaria dista mucho de ser alentadora para la mayoría de los hogares bolivianos.

La aclaración de la ONU fue contundente: Bolivia no figura entre los 13 países con mayor preocupación de inseguridad alimentaria ni se encuentra bajo alerta de hambruna, término que responde a criterios técnicos muy precisos que no aplican al contexto boliviano. Sin embargo, el mismo informe reconoce que la inseguridad alimentaria aguda podría deteriorarse en los próximos meses, erosionando la capacidad de importación y el poder adquisitivo de los hogares, lo que limitará aún más el acceso a los alimentos.

Este deterioro ya es palpable en los mercados. Según datos oficiales, el Índice de Precios al Consumidor acumuló una variación de 9,81% hasta mayo de 2025, con un aumento mensual de 3,65% solo en mayo. De acuerdo a un reporte del INE de junio de este año, los productos con mayor incidencia en este incremento son precisamente los básicos: carne de res, pollo y harina. Más preocupante aún, la inflación alimentaria interanual superó el 28% en mayo, un nivel históricamente alto para el país (Reporte Inflación de Alimentos de Trading Economics para Bolivia). Entre agosto de 2024 y marzo de 2025, el precio de la carne de res subió más del 50% en siete departamentos, y el pollo, la harina y el aceite también registraron alzas superiores al 50% en varias regiones.

Las causas son múltiples: escasez de dólares, especulación, problemas estructurales en la producción agrícola y restricciones en el acceso a combustibles que afectan la siembra y cosecha. Todo esto golpea directamente la capacidad de compra de los bolivianos y pone en entredicho la viabilidad del eslogan gubernamental de “soberanía alimentaria”. Si bien el gobierno insiste en que la producción agrícola se mantiene y que la seguridad alimentaria es una prioridad, la realidad de los precios en los mercados y la angustia en los hogares muestran que la soberanía alimentaria está hoy más amenazada que nunca.

El riesgo no es la hambruna masiva, sino la erosión silenciosa de la dieta diaria de millones de familias, que ven cómo el acceso a proteínas, verduras y cereales se vuelve cada vez más difícil. El país no está en hambruna, pero la inseguridad alimentaria avanza y el futuro inmediato no augura mejoras si no se adoptan medidas estructurales y urgentes. Ante esta situación, poco o nada contribuyen torpes declaraciones, como la que el otro día leí en algunos medios en sentido en sentido de que con Bs 15 uno puede proveerse toda la alimentación para el día. Muy similar a la afirmación de hace algunos años sobre que eran suficientes Bs 100 para cubrir la canasta básica.

Al parecer, a las autoridades en Bolivia les falta calle y estar en contacto con la realidad del país para terminar de entender que nunca existió una economía blindada y que los múltiples préstamos tampoco son una verdadera solución a la situación que va desarrollándose. La economía de los hogares no se resuelve con declaraciones insensibles ni con promesas de soberanía alimentaria que no se reflejan en el precio del pan o de la carne.

Mientras la narrativa gubernamental insiste en minimizar la crisis, la gente en la calle hace malabares para llevar comida a la mesa. Bolivia necesita menos consignas y más soluciones concretas, menos triunfalismo y más empatía con quienes viven la crisis en carne propia. Las promesas electorales que se presentan, deben ser objetivas para poder construir una verdadera sostenibilidad que garantice una alimentación adecuada para la población boliviana y dejar de lado las propuestas desconectadas de la realidad.