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Filia Dei | 13/05/2020

La ciencia sobre los transgénicos ¡La verdad nos hará un país libre!

Cecilia González Paredes
Cecilia González Paredes

Hace muchos años trabajaba en una institución muy relacionada con un grupo de ONG, entre las cuales había un par con las clásicas posiciones extremas y cargadas de ideología. Mi enfoque en aquel tiempo era otro, por lo que me tomé todo el juguito de falacias que promovían en cuanto a una herramienta de la biotecnología, empleada para el mejoramiento preciso de cultivos para la alimentación.

El tema de mi tesis de maestría, tenía más que ver con la conservación de parientes silvestres de cultivo. ¡Sí! Aquellos grandes olvidados hasta por los más “ambientalistas” de este país. En otra oportunidad les comentaré más sobre este fascinante y olvidado tema en el país. Por algunos cursos que llevé, trabajé en documentos que tocaban de manera tangencial el polémico tema de transgénicos, derechos de propiedad intelectual y convenios internacionales.

Como había apilado el conocimiento absorbido por ósmosis de las ONG ambientalistas, me creía que tenía el panorama claro. Hasta que Rimjhim Aggarwal, la doctora en Economía Rural me puso un freno a mi petulancia. Luego de la clase, me pidió pasar por su oficina. Allí me hizo un par de preguntas y muy sutil y educada me recomendó leer un par de capítulos de un libro y un par de artículos científicos. “Me parece que tienes la información equivocada y un desconocimiento de la realidad de los productores de algodón en mi país, India”, fueron más o menos sus palabras.

Leí con detenimiento lo que me sugirió y descubrí, que en efecto, mis juicios descansaban sobre premisas cargadas de falacias. Reconocí con mucha vergüenza, que nunca había consultado información con el debido respaldo científico. La Dra. Aggarwal me sonrió y pasó a explicarme lo que ella vivió, mientras realizó su trabajo con productores en su país.

¿Cómo me había dejado yo contaminar la cabeza con un discurso que no tiene fundamento? ¡Peor aún! ¿Por qué nunca revisé las fuentes que usaban estos informes, blogs y demás?

De ahí en más tuve que educarme nuevamente, sentarme a revisar libros de genética, de biología molecular, de bioquímica y llegó la oportunidad de tener un seminario con investigadores que hacen biotecnología aplicada al agro. El doctor Gaxiola, nos mostró el proyecto en el que trabajaba, para lograr que plantas de cultivo puedan crecer en suelos altamente salinos y brindar una opción a varios países que tienen este problema.

Uno a uno, los mitos fueron cayendo y pude conocer a otros científicos que trabajan en universidades públicas y que realizan desde la evaluación de riesgos para distintas compañías o iniciativas, hasta investigaciones demasiado atractivas por las distintas soluciones que apuntan a mejorar no solo el trabajo para productores, pero también la calidad de nuestros alimentos.

Al día de hoy, vamos más de 20 años con producción de alimentos genéticamente modificados, a través de herramientas mucho más precisas, gracias a la ingeniería genética, y que además, pasan un minucioso proceso de bioseguridad previo a su lanzamiento comercial. Este punto, es quizás el más ignorado por la sociedad y el que tampoco fue comunicado adecuadamente a su debido tiempo. Las consecuencias de no llevar adelante una divulgación científica adecuada, las vemos de manera muy tangible en Bolivia.

En este breve espacio, solo hago énfasis en la parte científica, que abarca la inocuidad alimentaria y el riesgo mínimo para el medio ambiente de usar cultivos genéticamente modificados, pues estos están ampliamente respaldados por más de 20 años de publicaciones científicas serias y no los estudios amañados que me citan algunas personas.

También están las entidades de inocuidad alimentaria de varios países, incluida la EFSA de la Unión Europea, que es de las más estrictas del mundo y constantemente refuta a ONG y grupos de activistas en sus bulos. A esa lista, se añade la iniciativa de 155 premios Nobel que avalan su uso. Por si fuera poco, 280 organizaciones científicas mundiales afirman el consenso para la inocuidad de los alimentos y los cultivos genéticamente modificados.

Pero en Bolivia, seguimos discutiendo una herramienta de la biotecnología que pertenece al siglo pasado. Mientras países como Bangladesh, Mozambique, Uganda, Kenia, incluso Cuba, ya trabajan con la misma, y otros como Japón, Canadá, China, ya usan la herramienta más moderna conocida como CRISPR o tijeras genéticas, donde ya no hay ni la necesidad de prestarse genes.

Lamentablemente, aquí la mayoría aún no se entera que uno de cada 20 plantas con flores son transgénicas naturalmente y que incluso nosotros mismos lo somos. Esto ha ocasionado que Bolivia quede más de 20 años retrasada en el desarrollo de la biotecnología y sigamos dependiendo de lo que hacen otros países, incluso los vecinos.

Teniendo una gran riqueza genética, la posibilidad de usar esos genes para mejorar nuestros cultivos, desde el maní, pasando por el tarwi y combatir las múltiples plagas que tiene la producción de papa, incluidos los genes que confieren resistencia a sequía o exceso de lluvias… tenemos una base amplia de donde generar nuestras propias soluciones. Pero falta que nuestros investigadores cuenten con una normativa clara, no una que les ponga ataduras. Adecuar la investigación en universidades, para que puedan realizar el registro de propiedad intelectual, a pesar que muchos creen que el investigador vive del aire. Fomentar las alianzas con el sector privado y sobre todo, alentar los start ups, para que más investigadores jóvenes se animen a generar ciencia y tecnología para Bolivia, en vez de tener que migrar a otros países y ser útiles allá.

En la medida que no dejemos la falacia y los mitos de lado, me temo que el país corre el grave riesgo de ver otra generación de talentos científicos escapar de Bolivia, mantener nuestra dependencia de la tecnología extranjera y ver como seguimos importando alimentos de países vecinos.

Cecilia González Paredes M.Sc.

Especialista en Agrobiotecnología



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