La historia no se repite, pero muestra
regularidades. En ella actúan fuerzas sociales con propensiones más o menos
estables, al menos dentro de periodos no demasiado largos.
Desde hace más de una década insistí, junto con Pablo Stefanoni, en las similitudes que existían entre el periodo de ascenso nacional-popular que llamamos Revolución Nacional y el “proceso de cambio”. Una misma orientación económica, una misma ideología nacionalista y estatista y una misma condición de contra-élite política, situada en las antípodas de la élite tradicional formada por las clases y etnias bolivianas dominantes, producen, además, un gran parecido entre el MAS y el MNR.
También existe una fundamental simetría entre los procesos de derrumbe de ambos partidos y ambos ciclos políticos. Como se sabe, el MNR cayó en noviembre de 1964, echado del poder por el golpe de Estado de los generales René Barrientos y Alfredo Ovando. Sin embargo, este no fue un mero cuartelazo, sino que contó con un significativo apoyo popular. René Zavaleta escribió en su clásico “La caída del MNR y la conspiración de noviembre” que la noticia de que los mineros se movilizaban contra el gobierno fue la que “trabajó” el ánimo de Víctor Paz Estenssoro y lo convenció de que debía renunciar. Aunque esta noticia se reveló finalmente falsa, lo importante fue que podía haber sido verdadera. Un indicador de cuán bajo había caído la Revolución, igual que el “proceso de cambio” terminó siendo acorralado por la presión de, incluso, ciertos grupos de origen popular y proletarios.
Las causas del malestar general contra Paz eran dos: el cansancio acumulado por más de una década de gobierno emenerrista y la forzada segunda reelección del presidente Paz Estenssoro unos meses antes. Idénticas causas a las del malestar contra Evo Morales en los últimos años: cansancio más rechazo a la reelección, causas que, en el tramo final de su gobierno, fueron galvanizadas por la percepción popular de fraude en las elecciones del 20 de octubre.
Los sujetos que lucharon contra el gobierno revolucionario provinieron, en 1964 y ahora, de la derecha (Falange y comités cívicos, respectivamente) y de la izquierda (Lechín y el PCB, antes, y trotskistas y ecologistas, ahora), y fueron sujetos principalmente urbanos y orientados en contra del campo y de sus habitantes. (¿Qué unificó a estos grupos tan disímiles sino este anti-campesinismo, en su aspecto de anti-autoritarismo –ya que las formas políticas campesinas siempre son fuertemente autoritarias–?).
Luego de la “revolución libertadora”, los intelectuales y académicos justificaron a Barrientos, igual que ahora cantan loas a la “revolución contra la dictadura de Morales”, y muy pocos se atrevieron a proferir una queja por la represión en contra de los militantes del MNR que resistieron el golpe en el cerro Laikakota y en contra de los seguidores del MAS que cayeron en Sacaba y Senkata.
Durante unos meses, los bolivianos progresistas creyeron que el nuevo gobierno barrientista sería una continuación de la Revolución, pero sin el autoritarismo y el caudillismo, a esa altura insufribles, de Paz Estenssoro. El primero en engañarse al respecto, con un error que le costó la presidencia, fue Ovando... Luego de la huida de Paz del país, recibió a la gente que se congregaba en la plaza Murillo con un discurso continuista y haciendo con los dedos la V de la victoria, por lo que terminó siendo abucheado. Como dice Zavaleta, él esperaba a las masas movimientistas, pero las que se presentaron fueron las masas falangistas. De la misma manera, después de la caída de Evo Morales, y gracias al tratamiento de shock que representaron los días de vacío de poder y de ataques de los masistas paceños a sus líderes y a la Policía –lo que revivió el arcaico mito del “asedio indio”–, las masas democráticas se convirtieron en masas falangistas (y con ellas ahora tiene que lidiar una debilitada democracia remanente).
En 1965, Barrientos iniciaba el proceso que llamó, ya sin tapujos, la “Revolución Restauradora”. ¿Pasará otro tanto después de las elecciones de 2020? Hay muchos indicios de que así será.
Otro elemento en común, más casual que los otros, fue que, en ambos casos, los campesinos no pudieran movilizarse plenamente a favor de sus “líderes históricos”, a los que seguían respetando y, parcialmente, amando, por culpa de la celebración –estruendosa en el campo– de la fiesta de Todos Santos. Lo que sin embargo no es casual es que el último reducto de ambos procesos terminó siendo el campo (y la única ciudad que sigue en contacto con este, El Alto), esto es, el espacio en el que los indígenas viven sin sufrir, en exceso, el desclasamiento.
¿A qué se deben estas analogías? Son los surcos simétricos que marca el movimiento pendular de la historia nacional, determinado desde el siglo XIX por el enfrentamiento sin cuartel entre una élite “decente”, como se llamaba antes, conformada por los estratos superiores y privilegiados de la sociedad, y una contraélite “chola”, basta y arribista. Un viejo enfrentamiento en el que los unos son más republicanos en política y más liberales en economía, más utopistas, y los otros más enraizados en las tradiciones nacionales, más conservadores y estatistas. Cada bando saca oportunidades y ventajas de estos principios y se resiste a compartir su triunfo con el “enemigo”, por lo que prepara las condiciones para que, años después, el péndulo vuelva a moverse en sentido contrario. Un enfrentamiento secular en el que, como es de esperarse en un país como Bolivia, la ubicación de los bandos respecto al concepto de lo “indio” ocupa un papel preponderante.
Cuando se fue del país, en noviembre de 1964, Paz prometió volver en breve. Pudo retornar, en efecto, pero no consiguió volver a llegar al poder sino 20 años después, cuando ya se había convertido en un dirigente completamente distinto al que había sido antes (aunque cogobernó brevemente con Hugo Banzer a partir de 1971). La historia de Evo todavía está por verse y parece que será distinta. A diferencia de Paz, Morales no solo era el líder de los indios, sino que también era, para la sociedad boliviana, el indio por antonomasia.
Fernando Molina es periodista y escritor.