Con más confusiones y zancadillas que las previstas, moros y cristianos se aprestan a buscar el poder en las próximas elecciones generales de agosto de 2025 con un solo común denominador: profundizar la polarización existente.
Intuyo que esta actitud es una muestra más de que quienes se perfilan como candidatos, con contadas excepciones, no comprenden, como no lo hizo el MAS en su larga gestión de gobierno ni, especialmente, la actual administración, que la población está cansada de vivir en permanente enfrentamiento.
No se trata de una intuición sin base. En 2020, el MAS pudo retornar al poder por dos razones fundamentales: Una, la desastrosa gestión de quienes accedieron el gobierno luego de la huida del ex presidente Evo Morales. Dos, porque el candidato del MAS logró recuperar el voto ciudadano por el discurso conciliador de su candidato, hoy presidente del Estado, quien, empero, lo traicionó desde el mismo día en que fue posesionado y así le está yendo…, como les irá a quienes no asuman esa demanda nacional.
En este sentido, la recuperación democrática del país no pasa por copiar a los Milei, Bukele o Trump, sino, más bien, por recuperar los valores democráticos que fuimos incorporando en nuestra sociedad a partir de 1982, que nos permitieron, con aciertos y errores, avanzar, como pocas veces lo hicimos en nuestra historia, en la construcción de un sistema democrático que permitió alternancia en el manejo del Estado y realizar cambios profundos de contenido ideológico opuesto.
Ese proceso se vio truncado en 2005 no sólo por la lamentable expansión del denominado Socialismo del Siglo XII, sino porque el sistema político-partidario que se creó desde 1982 sucumbió en la pugna interna, los intereses de corto plazo de los actores políticos y la corrupción.
Hoy pareciera que, a la inversa, la descomposición del proyecto masista quiere abrir las puertas a otra cara de la misma moneda autoritaria. Con una agravante, muchos de quienes aspiran a liderar esa contraofensiva autoritaria tienen elevados grados de responsabilidad en la debacle del sistema democrático creado en 1982 y en la depauperación de la validez de pactos y alianzas.
En este sentido, considero que para que el país pueda reencausarse en un proceso de redemocratización y poder enfrentar racionalmente la crisis en la que nos encontramos (que no sólo es económica, sino integral), se requiere establecer espacios de confluencia entre los diversos, en la que se debe separar la mies de la paja. Al respecto va un ejemplo: cuando se posesionó la expresidenta Jeanine Áñez, uno de los factores que generó apoyo y un sentimiento de identidad fue su convocatoria a la paz social y la conciliación que, simbólicamente, se expresó en el abrazo que se dio con Eva Copa, entonces presidenta del Senado y dirigente del MAS.
El país tiene demasiados problemas para seguir profundizando rencores. Son tantas las necesidades que nadie debe ser excluido, salvo los directos responsables de delitos cometidos desde el aparato estatal, quienes deberían ser procesados por un Órgano Judicial independiente. No es un deseo al aíre. En 1982 todos fuimos convocados a la construcción del sistema democrático luego de 18 años de dictaduras militares, y fueron procesados y condenados los principales delincuentes de las gestiones autoritarias, actitud que dio legitimidad a la nueva administración estatal.
En síntesis, hay espacio para una campaña política que permita al país ingresar en un escenario de conciliación nacional y, de esa manera, lograr que la ciudadanía elija a quien quiere que gobierne y no al mal menor, como nos sucede desde 2002.