“Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: ‘proceso de cambio’. El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social. Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón. Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios”.
Esto nos dijo el Papa Francisco el 9 de julio de 2015 en el discurso que pronunció en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares que se realizó ese año en Santa Cruz de la Sierra y delante del entonces mandatario del país Evo Morales, cuya expresión facial se iba endureciendo al escuchar esas palabras.
A casi 10 años desde entonces, ha muerto el Papa Francisco y a una gran mayoría de católicos y no católicos nos ha invadido un sentimiento de orfandad porque, en la Iglesia católica le faltaba mucho por hacer para completar y consolidar el cambio que impulsó desde que fue nombrado Papa, y, en el mundo, porque en este momento el planeta se halla remecido por corrientes que se reclaman de izquierda y derecha que tienen en común ser profundamente antidemocráticas y excluyentes, y Francisco tenía una voz de paz para evitar que, nuevamente, se apoderen del mundo la incertidumbre, el autoritarismo y la confrontación buscadas por aquellas.
Tan es así que Roma ha sido testigo de cómo se ha reconocido la labor de este Papa en favor del mundo y el respeto que dirigentes y líderes provenientes de todas las corrientes político-ideológicas y de todos los confines del planeta le tenían. Todos, además, igualados en los diversos actos que culminaron en su multitudinario entierro.
Es que Francisco, coherente consigo mismo, ha tenido la capacidad de abrir procesos de cambio en los que prima “la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer”, como nos dijo en Santa Cruz.
Todo ello ha opacado a sus detractores particularmente los asentados en sectores conservadores de la Iglesia Católica; en una corriente conservadora-populista que se ha expandido desde EEUU hasta Argentina, pasando por Italia y amenaza con tener mayor presencia en España y Alemania; en aquellos que critican la forma en que trató a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela; en grupos de apoyo al gobierno de Netanyahu que critican al Papa por denunciar la represión generalizada en contra del pueblo palestino.
En este caso, seguramente fueron sacudidos por el mensaje de condolencias que el presidente de Israel, Isaac Herzog, envió al “mundo cristiano y especialmente, a las comunidades cristianas en Israel, la Tierra Santa, por la pérdida de su gran padre espiritual, Su Santidad el Papa Francisco”, a quien califica como un “hombre de profunda fe y compasión ilimitada, que dedicó toda su vida a mejorar la situación de los pobres y abogar por la paz en un mundo convulsionado. Acertadamente, siempre consideró sumamente importante fortalecer los lazos con el mundo judío y promover el diálogo interreligioso como una senda hacia un mayor entendimiento y respeto mutuo”. Con la esperanza de que “sus plegarias por la paz en el Oriente Medio y por el retorno seguro de los secuestrados, sean respondidas muy pronto” desea que “su memoria continúe inspirando actos de bondad, unidad y esperanza”.
Es por todo ello que extrañaremos mucho al Papa Francisco.