En conmemoración a los 200 años de la fundación de Bolivia, Brújula Digital presenta su Especial Bicentenario que propone un recorrido plural por las múltiples capas que configuran la historia, la identidad y el porvenir del país. Son 17 ensayos que son publicados en este espacio.
Francesco Zarrati
Brújula Digital|16|08|25|
Introducción
La energía, el motor de la vida y de la economía, es necesaria para aumentar la productividad e imprescindible para el funcionamiento del aparato productivo.
Con ciertos rezagos, Bolivia también se ha beneficiado con el uso de las fuentes que posee y con los avances que la ciencia y la tecnología han alcanzado para mejorar la vida del hombre, sin olvidar el impacto ambiental negativo que el consumo energético sigue teniendo.
Este breve ensayo responde a la pregunta: ¿cómo ha evolucionado el uso de la energía en los 200 años de existencia de Bolivia como país independiente?
Para ese fin, este trabajo repasa el estado de las fuentes energéticas al nacer Bolivia, menciona la primera revolución energética de fines del siglo XIX (locomotoras a carbón), describe luego la transición energética de comienzo del siglo XX (hidroelectricidad), señala los cambios causados por los descubrimientos de hidrocarburos y, finalmente, da una mirada somera a los retos y oportunidades de la energía al celebrar el Bicentenario de la República.
La herencia de la Colonia
Hasta la revolución industrial de la segunda mitad del siglo XVIII, prácticamente las únicas fuentes de energía eran las “naturales”: la leña, el viento, el agua y los alimentos para sostener la fuerza muscular de hombres y animales. En este contexto cabe preguntar qué rol jugó la energía en la Conquista de América.
En el siglo XVI la navegación se hacía aún con velas y remos, el transporte utilizaba animales, se cocinaba con fuego de leña y las antorchas iluminaban las tinieblas; eso ocurría tanto en Europa como en América. De modo que, aparentemente, el nivel de desarrollo y uso de la energía era similar a ambos lados del Atlántico.
Sin embargo, aun dejando de lado el contenido energético de la dieta alimenticia de cada cual, existían grandes diferencias desde el punto de vista tecnológico que, en el choque de civilizaciones, jugaron a favor de los conquistadores y modificaron profundamente la vida de los nativos.
Por ejemplo, en el transporte terrestre la principal diferencia la hicieron caballos y mulas, medios de transporte más eficientes que las llamas, energéticamente hablando, si se considera que una mula carga hasta cuatro veces más que una llama. Asimismo, un caballo, comparados con un chasqui, corriendo a pie, era como un automóvil frente a bicicletas; el arado jalado por bueyes permitía reducir los tiempos agrícolas; las herramientas de labrar hechas de hierro y acero eran netamente superiores a las de madera; la eficiente combinación de máquinas y animales molía el trigo mejor que cien batanes. Todos estos avances tecnológicos marcaron desde un inicio la diferencia entre agricultores europeos y nativos, sin despreciar la eficiente tecnología, apropiada a las necesidades de la agricultura (camellones o sukakollos), que habían desarrollado los pueblos indígenas a lo largo de siglos.
En suma, en términos de energía, la Conquista no aportó nada en cuanto a fuentes, pero sí en cuanto a tecnología. Por su parte, los conquistadores fusionaron la tecnología nativa con la suya en la agricultura y en el transporte. Por ejemplo, las llamas no se extinguieron, sino que mantuvieron su nicho de transporte en las tierras altas gracias a su adaptación a la altura.
Esa era, aproximadamente, la situación de la energía al nacer Bolivia, un 25 de agosto de 1825, como un país minero y agrícola, y así siguió hasta fines del siglo XIX.
La revolución energética de fines del siglo XIX: las locomotoras a carbón
Las locomotoras llegaron a Bolivia a fines del siglo XIX de la mano de empresarios mineros para mejorar el transporte de minerales, aunque su implementación fue limitada debido a factores económicos, geográficos y políticos.
En las minas de plata (Potosí, Oruro y Huanchaca) y, posteriormente, de estaño, la tracción era animal (mulas y llamas) o mediante carritos impulsados por trabajadores. La necesidad de hacer más eficiente el transporte hacia los puertos del Pacífico o las fundiciones impulsó la búsqueda de soluciones tecnológicas.
La Compañía Huanchaca de Bolivia introdujo una de las primeras locomotoras a vapor en la mina de Pulacayo (departamento de Potosí) por el año 1870 con el fin de transportar plata y minerales desde las minas hasta las fundiciones y luego hacia el puerto de Antofagasta (entonces territorio boliviano). Sin embargo, la topografía montañosa y la altura afectaban el rendimiento de las máquinas de vapor, que utilizaban carbón importado (y caro) como fuente de calor.
La pérdida del litoral boliviano interrumpió proyectos minero-ferroviarios ya que Antofagasta quedó en manos chilenas. Las minas del sur quedaron aisladas y algunas locomotoras dejaron de operar por falta de repuestos y combustible.
En resumen, en el siglo XIX las locomotoras a carbón en las minas bolivianas fueron una innovación para casos puntuales, concentrada en grandes empresas mineras con capital extranjero, aunque pusieron las bases para el sucesivo desarrollo de los ferrocarriles en la región andina.
La primera transición energética (Siglo XX): la hidroelectricidad reemplaza el carbón
El desarrollo de la generación eléctrica en Bolivia desde el siglo XIX ha sido un proceso marcado por desafíos geográficos, económicos y políticos. La primera planta eléctrica (térmica a carbón importado) data de 1887 en Oruro, para servir a la minería de la plata.
Recién a comienzo del siglo XX se construyeron las primeras centrales hidroeléctricas. Al margen de pequeños emprendimientos anteriores destinados a los ingenios mineros, las primeras centrales de servicio público aparecen en torno al 1910. Destaca, entre ellas, la construida en Cayara que, además, suministraba electricidad a la ciudad de Potosí.
De todos modos, hasta 1930 la potencia hidroeléctrica instalada de Bolivia fue de apenas nueve MW (43% para la minería y 57% para las urbes del occidente del país).
Entre 1940 y 1960 se construyeron las centrales Santa Isabel (Cochabamba) y el complejo del Valle de Zongo (La Paz), pero la generación seguía siendo insuficiente.
Un cambio de época se originó con la creación de la Empresa Nacional De Electricidad (ENDE, 1962), cuya finalidad fue planificar y extender la red eléctrica en todo el territorio nacional, con énfasis en el área rural, tarea que era de poco interés para las empresas privadas. Un poco después, un paso decisivo para la integración eléctrica nacional fue la creación del Sistema Interconectado Nacional (SIN, 1965). A partir de los años 70 se construyeron centrales hidroeléctricas de mayor envergadura con apoyo internacional, las cuales siguen operando.
Paralelamente, debido a su menor costo inicial, se desarrollaron varias plantas de generación termoeléctrica (Guaracachi, Bulo Bulo, Warnes) que actualmente funcionan con gas natural mediante el más eficiente “ciclo combinado”.
La creciente complejidad de la red eléctrica impulsó la creación del Centro Nacional de Despacho de carga CNDC (1987) con el fin de ordenar la transmisión.
Para completar el tema de la generación eléctrica, es necesario mencionar el primer pozo geotérmico exploratorio en Sud Lipez, Potosí (1988); la Hidroeléctrica Boliviana en los Yungas (2002) y Guabirá Energía, una termoeléctrica a que usa bagazo de la caña de azúcar.
Recién por el año 2013 se comenzó a prestar atención a la diversificación de las fuentes de generación eléctrica nacional, con fuertes inversiones estatales en granjas solares en el Altiplano y parques eólicos en los valles, pero sin llegar a comprender su importancia en el marco de la nueva realidad energética del país.
La segunda transición energética: auge y declive del gas natural
En 1925 Bolivia celebró el Centenario de su creación descubriéndose como país petrolero. Los primeros pozos perforados exitosamente en la región del Chaco fueron de petróleo, pero su modesta producción quedaba muy lejos de los centros de consumo (las minas de la región andina) de modo que la empresa descubridora, la Standard Oil, prefería exportarla a Argentina. De hecho, los combustibles que empezaron a consumirse en las tierras altas, eran importados y, por tanto, costosos.
La guerra del Chaco (1932-1935) estuvo vinculada también con el petróleo de esa región y, a consecuencia de graves acusaciones, nunca aclaradas, la Standard Oil fue nacionalizada el año 1937, en favor de la empresa estatal YPFB recién creada el 21 de diciembre del año anterior.
A partir de entonces empezó un ciclo pendular de nacionalizaciones y privatizaciones, durante el cual YPFB se fortaleció, adquirió datos y experiencia, formó generaciones de profesionales petroleros y aumentó la producción especialmente de gas, pero no logró sostenerse económica y tecnológicamente.
En víspera de empezar la primera exportación de gas natural a Argentina, en 1969 tuvo lugar la segunda nacionalización, de la Gulf Oil, sin más justificación que razones de soberanía.
Luego, la apertura del mucho más relevante mercado brasileño dio lugar a otro cambio de la política hidrocarburífera, mediante la capitalización de YPFB, con el fin de inyectar capitales internacionales en varias empresas públicas vaciadas por la hiperinflación del gobierno de la Unidad Democrática Popular (UDP).
En la década de del 90, la capitalización, el contrato de venta a Brasil y la Ley 1689 de Hidrocarburos formaron el llamado “triángulo energético”, que permitió al país incrementar sus reservas de gas y recibir importantes ingresos en divisas junto con las del nuevo contrato con Argentina.
Los ingentes descubrimientos de gas volvieron a despertar, a comienzo de este siglo, una corriente nacionalista en pro de una mayor participación en la renta de ese recurso no renovable. De ese modo se aprobó, previo referéndum, una nueva ley de hidrocarburos (la No 3058), preludio de la nacionalización del año 2006 llevada a cabo por el gobierno del MAS.
Esa nacionalización fue en realidad una renegociación de los contratos con las empresas extranjeras, que siguieron operando en el país, y tuvo como resultado una participación del Estado en la renta petrolera cercana al 70% gracias al incremento de los volúmenes exportados y a la subida de los precios del petróleo, con la consiguiente bonanza de divisas para las arcas del Estado.
La otra cara de la moneda de esa política fue el abandono casi total de la exploración de nuevos campos, mientras se monetizaba y agotaba las reservas descubiertas con anterioridad a ese gobierno. A partir del año 2015 la producción, y los ingresos, empezaron a declinar de manera inexorable. Se cortó la venta a la Argentina y se van reduciendo los volúmenes de gas exportados al Brasil.
A su vez, las reservas monetarias del país se agotaron debido a inversiones en infraestructura, pero también en gastos irrecuperables, como subsidios, bonos, creación de empresas estatales, casi todas deficitarias, e inversiones descabelladas.
La tercera transición energética, desafío del Bicentenario
Llegamos al Bicentenario de Bolivia en medio de la crisis del sector de los hidrocarburos (responsable de un 80% de la matriz energética y del 65% de la generación eléctrica), el cual podría provocar una crisis aún mayor, a no ser que se desarrollen las energías renovables que el país posee en abundancia y se encauce un cambio profundo de la política energética.
Al comenzar con esperanza un nuevo siglo de vida, Bolivia necesita, más que una reforma o reingeniería, un verdadero “bautismo” que implica “renuncias” (al estatismo secante, al populismo, al extractivismo, al rentismo, al diletantismo y a la corrupción institucionalizada) y renovadas “creencias” (en la iniciativa privada, en la producción, en la seguridad jurídica, en la disciplina fiscal y en la transición energética)
Para ese fin, la necesaria y urgente transición energética ayudará a curar las enfermedades políticas, sociales y económicas de 200 años de existencia y a rejuvenecer un país que todavía tiene mucho que ofrecer a sus habitantes y al mundo.
Francesco Zaratti es físico y analista en temas de energía.