Iván Lima ha presentado su renuncia al cargo de ministro de Justicia. Hasta el momento de redactar esta columna, no se conoce “la verdad histórica de los hechos” como dicen los masistas para referirse a la línea oficial del partido. Su sustituto, el exprocurador César Siles, ni bien fue posesionado, dijo en tono amistoso y en tercera persona del plural: “estate seguro, Iván, que vamos a seguir con ese trabajo”.
En ayuda del señor Siles traigo algunos recuerdos del a veces tortuoso camino recorrido por Lima. El primer recuerdo que tengo es un gesto que se podría calificar de decente cuando ni bien llegó al Ministerio reconoció al destacado jurista boliviano René Blattmann como su mentor. Parecía que llegaba dispuesto a reconocer que hubo un país y mucha gente valiosa antes de 2009.
Pero no, con el tiempo percibí que uno de los vicios de Iván Lima es el que los gringos llaman “name dropper” y que se refiere a la práctica de hacer caer, como quien nada hace, los nombres de personas famosas que uno conoce o dice conocer para impresionar a los demás. O, como dice el diccionario, “se trata de intentos patéticos de ser visto y admirado”. Así, se ha declarado admirador de Diego García Sayán, Armando Villafuerte, Huáscar Cajías, Gastón Ledezma y Juan del Granado como referentes de la ética en la justicia. Resulta difícil encontrar en su conducta algo que muestre que la admiración que dice profesar se haya transformado en conducta.
Otro rasgo es el que recordó el sociólogo Ricardo Calla, que mostró que en 2020 Lima llegó al Gobierno con el encargo de “cuidar a Jeanine Añez para que convoque a elecciones, pero cuando estas se realizaron favoreciendo la victoria al actual presidente, Lima se sumó a la persecución y encarcelamiento de la expresidenta constitucional”. No solo eso, se convirtió en uno de los artífices de la persecución política a los opositores y del amedrentamiento a Morales a quien no se atreven a detener.
Lima también se mostró condescendiente en el programa Barricada, donde fue interpelado por no importa qué motivo e hizo guiños a cierto feminismo, aunque como cabeza del Viceministerio de Igualdad de Oportunidades no puede exhibir ningún logro significativo en ese ámbito ni en los otros bajo su dependencia.
El retrato más impactante lo puede encontrar su sucesor en una entrevista realizada por Andrés Gómez en 2017 En ella, Lima, mostrando su vocación de poder y sus ganas inocultables de servir “a la noble causa de la justicia”, le dijo al periodista: “no confío en el MAS, confío en mis méritos, me gustan los retos, he estudiado derecho para ser juez”. En esa entrevista se mostró seguro de sí mismo, subrayó su pasión por la justicia y tomó distancia del MAS, partido al que terminó sirviendo.
No llegó a juez, pero sí pudo controlarlos como operador de la única política de Estado en la que Morales y Arce coinciden: la anulación de la independencia de poderes y el sabotaje a la reforma judicial, frente a la cual no tuvo la integridad de aquellos personajes que él algún día dijo admirar.
Primero dijo que los jueces autoprorrogados no podían permanecer más allá del fin de su mandato y luego apoyó su permanencia echándole la culpa a la Asamblea Legislativa por no cumplir el mandato de seleccionar candidatos mientras apretaba el acelerador para impulsar todas las “leyes malditas” que fueron resistidas en las calles por médicos, jubilados, gremiales y otros grupos afectados por decisiones que se apoyaron en los jueces autoprorrogados.
Lima mostró su capacidad para convertir a la Constitución en un papel mojado, contribuyendo a su desprestigio. Según él, la opción era quedarse sin justicia ante lo que prefirió aprovecharse de la ilegalidad.
El presidente Arce ha dicho que Lima se va transitoriamente, pero parece que nombrarlo fiscal por decreto no será fácil; le quedan embajadas, consulados y bufetes donde nuestro –no podemos olvidarlo– miembro del Opus Dei puede encontrar cobijo. Él ha demostrado que es estudioso, flexible y paciente y que puede besar a un sapo con tal de ganar alguna ventaja.
Mientras tanto, puede rezarle a Escrivá de Balaguer. Si no pierde la fe y la confianza en sí mismo, sus metidas de pata con las preguntas del referéndum, la fracasada reforma de derechos reales, la desaparición de las recomendaciones de comisión de la verdad y sobre todo la victoria de Evo Morales, quedarán como pecados veniales y le permitirán ocupar un lugar en la historia... historia de la infamia, digo. No será fácil para el nuevo ministro superarlo.