Vi con mucho interés el debate económico organizado por Asuntos Centrales entre Mauricio Ríos y Gonzalo Chávez el miércoles de la semana pasada. Tanto Mauricio como Gonzalo son excelentes colegas y amigos míos, y conozco muy bien sus posturas ideológicas y los métodos que emplean para entender la realidad y proponer soluciones.
Claramente mi posición es mucho más cercana a la de Mauricio que a la de Gonzalo. Yo mismo tuve ya un debate público con Gonzalo organizado por otro buen amigo en común, Roberto Laserna, en el que se pueden apreciar nuestras marcadas diferencias.
En este nuevo debate pareció por un momento, y solo por un momento, que Gonzalo estaba más dispuesto a abrazar ideas liberales que en el pasado (repitió un par de veces, por ejemplo, la necesidad de tener un Estado mínimo), pero al final mostró nomás que le cuesta muchísimo salir del paradigma keynesiano en el que el Estado tiene un rol protagónico.
Y, claro, está en todo su derecho. Aunque a los que estamos en la otra vereda nos parezca que el paradigma keynesiano está lleno de agujeros conceptuales, teóricos y morales, si esa es su posición, debe defenderla con ahínco. Dio también la impresión de que, a pesar de tener buenas intervenciones, Mauricio perdió varias oportunidades para desnudar esos agujeros y poner en evidencia las flaquezas teóricas y empíricas del paradigma keynesiano. Pareció que quería concentrarse más en desnudar las flaquezas del carácter y los vaivenes intelectuales de Gonzalo. Con todo, el debate fue un ejercicio muy útil ya que siempre es bueno intercambiar ideas públicamente. Felicito a Tuffí Are por la iniciativa y, por supuesto, a Mauricio y Gonzalo por la voluntad de hacerlo.
Quisiera exponer acá lo que considero son tres errores fundamentales en la propuesta de Gonzalo que se derivan del paradigma keynesiano que él abraza: 1 cambiar lo que él denomina el actual “patrón de desarrollo” por uno basado en el capital humano, 2 culpar al tipo de cambio fijo por la actual crisis, y 3 desconfiar de las decisiones de los individuos: “el desarrollo no se logra con individuos decidiendo egoístamente por sí mismos”.
Gonzalo plantea, con razón, que el “patrón de desarrollo” boliviano dependió siempre del extractivismo o la producción de materias primas, y que esa dependencia nos hace muy frágiles a shocks de precios internacionales y no permite una economía diversificada, ancha y dinámica. Plantea, por lo tanto, con algo de populismo, que el nuevo patrón esté basado “en la gente,” es decir en el capital humano. La educación es para Gonzalo, entonces, la nueva gallina de los huevos de oro y deposita en ella las esperanzas de desarrollo del país. Está tan convencido de esto que al final del debate gritó con emoción “¡viva la educación, carajo!”.
No hay nada malo con la educación y nadie va a negar que es una herramienta importante para crear riqueza (aunque a veces tendemos a exagerar su importancia, recomiendo el famoso libro de Bryan Caplan). El error de Gonzalo no es que la valore, sino que la proponga como el nuevo “patrón” o la base de la estrategia de desarrollo del futuro. La verdad es que ni Gonzalo, ni yo, ni ningún político o economista sabe cuál es el “patrón de desarrollo” correcto. Gonzalo comete el mismo error de los candidatos tradicionales (Tuto, Samuel, etc.) que piensan que ellos saben que debemos hacer los bolivianos para desarrollarnos. Tuto propone que debemos ponernos serios con el litio, encontrar más gas y hacer software en Cochabamba. Samuel propone que debemos dedicarnos al turismo y producir más vino en Tarija, Gonzalo piensa que debemos invertir en educación para así movernos hacia la electrificación o la ingeniería de alimentos, y así… cada cual con sus planes como si tuvieran una bola de cristal en la que pueden ver que negocios, actividades o herramientas serán exitosos.
Y ese es el problema del keynesianismo: pensar que los políticos o los economistas sabelotodos podrán dar en el clavo y solo tendremos que seguir al pie de la letra sus planes para desarrollarnos. El problema es que estos políticos y economistas en realidad no tienen idea de que funcionará o que no funcionará. Los únicos que poseen esa información son los individuos que arriesgan su patrimonio y esfuerzo en determinadas actividades siguiendo las señales del mercado. ¿Qué si lo que vende más y podemos hacer de forma más eficiente es establecer centros de llamadas o call centers como en la India? ¿Qué si lo que funciona es producir y exportar cebollas y no software? ¿Qué si en un par de años nadie quiere el litio de Bolivia porque el de Estados Unidos es mejor y más barato? ¿Qué si lo que genera ingresos es dedicarse a la maquila o a la crianza de patos? ¿Cuánta educación se necesita para entrenar a la gente a contestar teléfonos o a coser poleras?
Repito, no es que desmerezca la importancia de la educación o el litio o el software, mi punto es que Gonzalo (y los Tutos y Samueles), se equivocan al plantear reemplazar un “patrón de desarrollo” por otro cometiendo la fatal arrogancia de los que creen que saben mejor que la gente de a pie que negocio funciona en algún momento del tiempo. La realidad es que el mejor “patrón de desarrollo” consiste en sacar al Estado del medio, eliminar todos los planes económicos, proveer seguridad jurídica y adoptar mínimas regulaciones e impuestos para que sea la gente, y no los políticos, la que defina su ventaja comparativa.
El segundo error de Gonzalo en el debate fue culpar al tipo de cambio fijo por la pérdida de reservas internacionales y, en consecuencia, por la crisis que vivimos hoy en día. Pero esto es como culpar al auto cuando se tiene un chofer borracho. El problema no es el tipo de cambio fijo, al que Gonzalo llama el “tipo de cambio populista”, el verdadero problema es el excesivo gasto público que causa déficits y genera emisión monetaria. Ese es el verdadero populismo. Sí, el tipo de cambio oficial estaba, y sigue estando, sobrevaluado, pero la solución no es “sincerarlo” devaluando o flexibilizando. De hecho, eso es lo que está pasando en el mercado paralelo donde se tiene una devaluación de facto y una inflación que cada día se acelera más.
La verdadera solución consiste en reducir la oferta monetaria drásticamente para que los bolivianos en circulación sean consistentes con los dólares que nos llegan por exportaciones (cada vez menos). Esto aflojaría la demanda por dólares en el mercado oficial, y en el paralelo, y mantendría el tipo de cambio y los precios constantes. Reducir la oferta monetaria es contractivo, sí, pero implica vivir nuestra realidad: si vendes menos pues tienes menos ingresos para consumir. El reto a largo plazo es, por supuesto, que las exportaciones crezcan de nuevo y así lleguen más dólares, pero para eso necesitamos reformas estructurales profundas que liberalicen la economía sacando al Estado del medio. Eso no se consigue devaluando.
El tercer error de Gonzalo en el debate fue, probablemente, el más peligroso. Es el error que hace que las diferencias entre liberales y keynesianos sean irreconciliables. Gonzalo desconfía del individuo y confía en el colectivo (organizado, por supuesto, a partir del Estado). Para él es imposible imaginar el desarrollo de un país a partir de la interacción espontánea de individuos tomando decisiones individuales en procura de satisfacer sus intereses propios. Por eso es que cree en los “patrones de desarrollo,” critica unos y propone otros, pero siempre tratando de guiar a la sociedad hacia ciertos objetivos, en lugar de dejar que sean los individuos los que decidan esos objetivos y la forma de llegar a ellos.
Como digo arriba, Gonzalo (y los tutos y samueles) comete, entonces, el pecado de la fatal arrogancia que mencionaba Hayek, porque piensa que los economistas avezados y los políticos benevolentes saben mejor que cada uno de nosotros como crear riqueza.
Además de ser una propuesta inmoral (dejar que los políticos planifiquen tu vida) es una propuesta que ha demostrado no funcionar jamás creando riqueza de manera sostenida. La evidencia empírica muestra claramente que los países con mayor libertad económica individual son los que más se han desarrollado y más gente han sacado de la pobreza. La potencialidad creativa de los individuos florece cuando se los deja libres y tranquilos. Ellos saben muy bien qué negocio o actividad lucra y ellos mismos procurarán su educación si ven que la educación es rentable, pero harán otra cosa si ven que no lo es. Cuba se jacta siempre de tener la menor tasa de analfabetismo de Latinoamérica y díganme ustedes si les sirvió de algo. Durante muchos años tomar un taxi en Buenos Aires prometía buenas conversaciones con los chóferes porque estos eran arquitectos, abogados o economistas desempleados. ¿De qué les servía la educación?
La libertad no es, entonces, solo un objetivo moral, sino también la herramienta más importante del desarrollo. El grito de Milei es, definitivamente, más certero que el de Gonzalo.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)