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Posición Adelantada | 21/07/2025

La inmoralidad de los aranceles

Antonio Saravia
Antonio Saravia

La prosperidad y el florecimiento humano solo son posibles cuando la gente intercambia bienes y servicios de manera voluntaria. No es una exageración, el intercambio de bienes y servicios es el pilar fundamental del desarrollo. Los seres humanos descubrimos que podíamos crear riqueza el momento en que nos dimos cuenta de que podíamos obtener lo que necesitábamos a un costo mucho menor si intercambiábamos con los demás.

Imaginen una sociedad muy simple en la era de las cavernas, en la que uno de los miembros de la tribu es un magnífico cazador. Este hombre puede cazar cinco ciervos al día cuando los demás llegan con suerte a dos. Dado, sin embargo, que el cazador no se puede comer él mismo los cinco ciervos cuando vuelve a casa, está dispuesto a intercambiar alguno o varios de ellos por manzanas, ropa o alojamiento.

Por su parte, y aunque son muy malos para cazar, los otros miembros de la tribu son duchos construyendo chozas, haciendo vestimenta con piel o cultivando manzanas. El cazador y los demás miembros de la aldea se dan cuenta muy rápidamente, entonces, de que no vale la pena usar su tiempo (y demás recursos que son siempre escasos) tratando de producir aquello que les tomaría más esfuerzo que a los demás. Se dan cuenta que es mejor intercambiar.

El trueque les permite a todos generar riqueza porque obtienen lo que necesitan a un costo menor al que ellos mismos hubieran incurrido si trataban de producir todo a la vez. El trueque genera un mercado y es fácil imaginar que una vez por semana el centro de la aldea se convierte en un lugar en el que unos ofrecen ciervos, otras manzanas, alojamiento, vestimenta, etcétera. Y mientras más se intercambia o comercia, más riqueza se crea.

Pero a medida que el trueque se generaliza, se tropieza con un problema: la doble coincidencia de necesidades. Si yo tengo un ciervo y quiero vestimenta, tengo que encontrar a alguien que tenga vestimenta a la venta y a la vez quiera un ciervo. Esto es difícil. Probablemente el de la vestimenta quiera mazanas y no ciervos, y entonces debo buscar primero a alguien que tenga manzanas y quiera cambiarlas por un ciervo.

Si obtengo las manzanas podré recién obtener la vestimenta. Un lío, pero los seres humanos siempre ingenian soluciones. Así nace el dinero. El dinero o la moneda es simplemente un bien que la mayoría de las personas quiere obtener o aprecia (por ejemplo, el oro) y se convierte espontáneamente en medio de pago para todas las transacciones. El dinero es un invento fantástico porque facilita el comercio evitando la fastidiosa doble coincidencia de necesidades.

Y así, en ese proceso de intercambio, empieza a florecer el ser humano. Las sociedades que generaron mayor riqueza a través de la historia fueron las que permitieron un mayor comercio, no solo entre miembros de la misma sociedad, sino también entre miembros de sociedades o países distintos. Los mercaderes que viajaban con productos de un lugar a otro hicieron eso posible.

La lección es clara. La evidencia empírica es abrumadora. Mientras más participemos del mercado (interno y global), mayor riqueza crearemos. Pero la participación en el mercado requiere de al menos dos condiciones fundamentales. La primera es la protección estricta de la propiedad privada.

No podemos intercambiar nada si nada es realmente nuestro. Y esta es probablemente la razón más poderosa del atraso boliviano: nunca quisimos o nunca pudimos proteger efectivamente la propiedad privada. Por eso somos el país con el mayor sector informal del plantea respecto al PIB.

Tenemos millones de dólares en negocios que sobreviven en el sector informal, es decir que no son reconocidos formalmente como propiedad privada. Estos negocios permanecen, por lo tanto, en un limbo permanente, enfrentando riesgos enormes de expropiación o clausura, pagando coimas y sin la posibilidad de apalancarse financieramente. La falta de seguridad jurídica, los abusivos impuestos, la tramitología, etcétera, son todos ataques arteros a la propiedad privada.

La segunda condición es que los gobiernos no impidan o hagan difícil la participación de la gente en el mercado. En el caso de los mercados de comercio internacional las políticas que hacen difícil la participación de la gente en ellos son los aranceles y las medidas paraarancelarias.

Los justificativos usados para imponer estas políticas han sido rebatidos ampliamente por la teoría económica y por la evidencia empírica. Aunque los aranceles pueden “proteger” ciertas industrias locales, lo hacen a un costo tan alto en términos de mayores precios y menores opciones para los consumidores, que el efecto neto es siempre negativo… siempre.

Los aranceles hacen a las economías más débiles y a los trabajadores que dicen proteger más pobres por el efecto de precios. Y ojo, una economía más débil y empobrecida no es más fuerte geopolíticamente. No se gana poder geopolítico poniendo barreras al comercio. 

Es importante también mencionar que los famosos “déficits comerciales” no son malos (y ni siquiera deberían llamarse déficits), son simplemente la señal de que los inversores internacionales tienen confianza en la economía que sostiene el déficit (recordemos que la Balanza de Pagos es siempre igual a cero por definición, por lo que un déficit comercial es compensado simétricamente por un superávit de capital). En esencia, entonces, un déficit comercial significa que un país le envía al mundo menos bienes y servicios de los que obtiene, y eso solo es posible si ese país atrae ahorro del resto del mundo.

Por último, si un país impone aranceles a nuestros productos, pues ese país se está empobreciendo, está forzando a sus ciudadanos a producir aquello en lo que no tienen ventaja comparativa (está forzando al cazador a también producir manzanas) y está subiéndole los precios a sus ciudadanos. ¿Por qué deberíamos nosotros seguir esa política absurda y aplicar “aranceles recíprocos”? ¿Por qué debería ser la respuesta a una política empobrecedora de mi vecino una política empobrecedora en casa?

Las barreras al comercio, los aranceles, no solo que son ineficientes, sino que además son inmorales porque le coartan a la gente la posibilidad de generar riqueza de forma pacífica y voluntaria.

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia).



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