Cuando conocí el método "moderno"
de amplificación del ADN, nunca imaginé que el día en que editar proteínas
llegaría.
El 2020 el mundo se enteraba de CRISPR, luego de que Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier obtuvieron el premio Nobel por la aplicación de esta herramienta en distintas investigaciones.
Se compara a CRISPR con una tijera genética que se utiliza para cortar y pegar trozos de material genético en cualquier célula. Esta herramienta no es un invento de algún científico loco, pero es un mecanismo de defensa utilizado por bacterias para defenderse de algún virus que las ataque.
Además de las ganadoras del premio Nobel, CRISPR fue descubierto y aplicado por otros varios científicos. En Japón existen ya tres productos alimenticios obtenidos por edición genética: 1 tomate con mayor nivel de una sustancia que ayuda a regular la hipertensión y 2 peces que producen mayor peso en carne.
Modificar plantas de cultivo es algo que hacemos desde que existe la agricultura, razón por la cual el usar una herramienta más precisa no es un desafío, al contrario es un impulso para acelerar ciertos rasgos que necesitamos para hacer frente a sequías, mejorar nutrientes y otros que benefician al productor y consumidor.
En el campo de la medicina, si bien CRISPR nos abrió muchas puertas de esperanza para tratar enfermedades congénitas, autoinmunes y algunos tipos de cáncer, en algunos casos de investigación se han detectado posibles efectos no deseados, razón por la cual muchos tratamientos aún no están disponibles en su totalidad.
Es en estos casos donde una nueva herramienta brinda una nueva posibilidad de actuar con precisión y sin involucrar el material genético. La investigación continua en universidades como Cornell, en Estados Unidos, presenta ahora una nueva alternativa: CRASPASA.
Trabajando en colaboración con la Universidad Tecnológica de Felt en los Países Bajos, los investigadores descubrieron la relación de una proteína y CRISPR.
Las proteínas son moléculas básicas en el funcionamiento del organismo humano. Dependiendo de su función se clasifican en más de 5 grupos. Presentes en la membrana celular y como receptoras de señales, en la sangre, en los anticuerpos, hormonas, en los músculos, en el cabello y más. Existe un grupo llamado enzimas, que se encargan de acelerar reacciones químicas y logran producir cambios que el organismo necesita, como la descomposición de los alimentos para que podamos asimilar los nutrientes.
Las caspasas son proteínas del grupo de las proteasas y están encargadas de inducir la muerte celular cuando son cortadas en un lugar específico para iniciar su actividad. CRASPASA utiliza un ARN guiado por CRISPR, lo que permite editar directo en la proteína generada en el nucléotido de una célula.
Dado que estas enzimas no tocan el ADN, podrían ser una alternativa segura a las nucleasas del complejo CRISPR-CAS y podrían utilizarse en aplicaciones terapéuticas en el futuro. Sin duda alguna, las probabilidades de que pacientes con diabetes o algunos tipos de cáncer, estén más cerca de contar con tratamientos menos tediosos o agresivos, se amplía con este descubrimiento.
Estos avances se logran con un esfuerzo colaborativo entre academia, inversión privadas, políticas claras y orden. Incluso el sistema de propiedad intelectual/patentes, que muchos románticos repudian, tiene un rol importante. Si en Bolivia vamos a seguir peleando por un proceso, que en otros países se realiza sin paralizar el país y cuyos resultados están disponibles en menos de 3 meses, resulta inimaginable que podamos utilizar este tipo de herramientas en favor de los bolivianos.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología