Hace un mes yo me hubiera jugado por la idea de que Evo
Morales era invencible en su partido, el que supuestamente controla todos los
hilos y tiene la última palabra. Pero parece que no es así. El sillazo que
recibió nada menos que en Lauca Ñ, en el corazón del Chapare, es muy decidor.
Los gritos de “renovación” y “no al dedazo” son indicativos de cómo las bases
del MAS ven a su antiguo líder. No quieren más imposiciones. Están hartos. Y
además, sedientos de pegas.
Morales tuvo el control absoluto de las decisiones del MAS durante su larga presidencia. Sin duda negociaba con diferentes sectores, pero al final sus determinaciones eran ley. Se generaba descontento, pero muchos preferían callar. Hoy no están dispuestos a seguir en silencio.
La situación tiene un paralelo con lo ocurrido tras la caída y fuga de Morales en noviembre del año pasado. En ese momento también se dio una revuelta en las filas masistas y una desconocida y menospreciada legisladora se convirtió en presidenta del Senado, Eva Copa, mientras Sergio Choque encabezó la Cámara de Diputados. Hasta entonces casi siempre los dirigentes de tez blanca del MAS habían ocupado los cargos principales del Legislativo, y la mayoría de los del gabinete. Fue muy extraño ver, precisamente dentro del MAS, que los representantes indígenas de ese partido hubieran podido ocupar mejores espacios sólo una vez que cayó el gobierno de Morales.
El sillazo a Evo, sin embargo, es uno de muchos ejemplos de rebelión interna. En dos ocasiones anteriores, en Betanzos, Potosí, se produjeron hechos similares, uno de los cuales terminó con Morales oculto en un cuarto y, luego, rodeado de militantes masistas que le vociferaban en la cara y blandían palos. Un dirigente de su partido dijo que él y Morales tuvieron que salir huyendo de una de esas ocasiones. Eso hubiera sido impensable mientras Morales era Presidente, acostumbrado como estaba tener un nutrido equipo de seguridad. Ha pasado de gozar de la silla presidencial a recibir una silla con la cabeza. En el llano todo es más difícil.
Así que el jefe del MAS empieza a enfrentar severos cuestionamientos internos, mientras el jefe de Estado logra algunos éxitos en lo que se refiere a la opinión pública. Sus gestos de austeridad han sido bien recibidos, frente a los excesos a los que Morales nos tenía acostumbrados. Parecen dos caras de la misma moneda: uno viaja en vuelo comercial a un tratamiento médico y el otro usaba el avión presidencial para ir a ver partidos de fútbol a Rusia o EEUU. No sólo que Luis Arce no viaja en el avión presidencial, sino que se aseguró de mandarle un mensaje a Morales: hacerlo es muy caro. El Presidente tampoco utiliza el helicóptero, no se ha trasladado a la residencia presidencial y tampoco gritó el “patria o muerte, venceremos” en un acto militar. Para no hablar del vicepresidente David Choquehuanca, que en dos discursos también le lanzó alfilerazos a su examigo: primero dijo que el mejor Presidente de la historia había sido Andrés de Santa Cruz (no Morales). Y luego expresó que una forma de corrupción es intentar perpetuarse en el poder. Seguro que Morales ha recibido nota de todo ello.
Morales, de todos modos, no es manco. Como controla el Legislativo debido a que fue él quien designó a los candidatos de su organización política, logró parar en seco el entusiasmo de Arce y de su ministro de Justicia, Iván Lima, que querían ¡imagínense! reformar la justicia. La idea era aprobar en un referéndum las bases de una reforma, sobre todo desmantelando la peor idea de las últimas décadas en ese sector, como es la elección popular de los magistrados. Pero el MAS le dijo “no”. Y la reforma naufragó antes siquiera de salir del puerto.
Es muy pronto para decirlo ahora, a cinco años de los próximos comicios, pero algo que parecía casi seguro, es decir que Morales sería el candidato, ya empieza a mostrar algunas interrogantes. Es posible prever que Arce también podría considerar competir por la reelección.
Raúl Peñaranda U. es periodista