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24/07/2020
Filia Dei

Cuba abre la puerta a cultivos transgénicos

Cecilia González Paredes
Cecilia González Paredes

¡Cuba metió pesca’o! El 2014, Cuba ya venía produciendo 3.000 hectáreas de maíz OGM, desarrollado por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB). Ya para el 2016, el CIGB, contaba con dos líneas transgénicas de soya, una variedad transgénica de maíz, y tres híbridos transgénicos de maíz.

En una entrevista, realizada el mismo año, Luis Montero Cabrera, doctor en Ciencias y miembro titular de la Academia de Ciencias de Cuba, y Abel Hernández Velázquez, Investigador del CIGB y jefe del Departamento de Biotecnología de las Plantas, declaraban que incluso dentro de su país, tenían la oposición de la prensa y reducidos grupos que combaten más la tecnología, cuando deberían estar combatiendo las políticas monopólicas.

También señalaban en aquella ocasión el caso de México, donde los ambientalistas se enfrentan ferozmente a la producción de maíz transgénico y utilizan el bulo de que este representa un peligro potencial para la salud humana, animales, y medio ambiente en general, con lo que se ha formado una brecha entre lo que opinen los científicos y los ciudadanos sobre este tema. Hoy, llega al punto, que un grupo de opinólogos, que tiene alianza con la cuarta transformación, ha convencido a las autoridades de que hay que incluso, emular a Europa, y eliminar el herbicida, que no solo es usado en agricultura con biotecnología, pero hasta en la convencional.

Claro, que esos mismos activistas, serán los que vayan a remover las malezas manualmente, empujando al productor a dejar la producción o a utilizar medidas triviales como el fuego, algo que sucede entre productores “orgánicos” en Estados Unidos. Esta técnica, por demás está recordar, que es nociva para el suelo. Pero bueno, el punto es evitar el uso de lo que ellos consideran el mismo diablo y que siempre logran extrapolar ese repudio a toda la biotecnología para la producción agrícola. La ironía, es que México no puede ser autosuficiente en maíz, y de hecho, son el mayor importador de maíz en el mundo.

El maíz FR-Bt1, liberado para su producción en 2009, es la primera planta transgénica producida en Cuba. Fue obtenida a partir de la variedad FR-28, con alto potencial de rendimiento, la cual se modificó con los genes que codifican para una toxina producida originalmente por una bacteria (Bacillus thuringiensis), y que le confieren resistencia al gusano cogollero (Spodoptera frugiperda), principal plaga que afecta al cultivo, como sucede en Bolivia. La modificación incluye genes que confieren resistencia a la aplicación del herbicida glufosinato de amonio.

Y mientras en Bolivia, los científicos han sido acallados por las campañas mediáticas, muy bien organizadas y financiadas, en Cuba, los investigadores del CIGB, no pararon con la investigación y contaron con el apoyo del gobierno. Fruto de este esfuerzo en conjunto, es que el jueves 23 de julio del 2020, se promulga el Decreto-Ley No. 4/2020 de la Comisión Nacional para el uso de los organismos genéticamente modificados en la agricultura cubana (GOC-2020-502-O52). En este decreto ley, se aprueban además, tres resoluciones, incluido el Procedimiento para la Evaluación de la Factibilidad del Uso de Variedades Genéticamente Modificadas en la Agricultura Cubana y el Reglamento de Seguridad Biológica.

Con mucha visión, la promulgación de esta ley, considera que el uso de los cultivos modificados estaría relacionado además con la Tarea Vida, un programa estatal para enfrentar el cambio climático y sus efectos, como en el caso de la salinización de los suelos.

Mientras tanto, en Bolivia, vamos como el cangrejo. Teniendo el potencial de desarrollar incluso nuestros propios eventos, de acuerdo a nuestras necesidades, vamos más de diez años retrasados, contemplando en silencio lo que hacen los vecinos y en la región, empujando al mismo tiempo a nuestros científicos a quedarse fuera del país, o conformarse con hacer pequeñas investigaciones.

Solo queda esperar, que no tengan que pasar otros diez o veinte años, para que dejemos de ponernos obstáculos a nosotros mismos y podamos desarrollar nuestra propia biotecnología y mucho más.

Cecilia González Paredes M.Sc.

Especialista en Agrobiotecnología



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