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16/05/2021
El Compás

Contra la filosofía del egoísmo. Debate sobre racismo

Fernando Molina
Fernando Molina

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En su intervención en el debate sobre racismo que estamos teniendo, Antonio Saravia introdujo “estratégicamente” la insinuación de que mi posición se deriva o se apoya en el marxismo. Sugirió que la alternativa que ambos encarnamos en esta polémica es la que se da entre liberalismo y marxismo. Sin embargo, no necesitaré recurrir al viejo Marx para refutar a Saravia; para ello me bastará el gran pensador liberal John Rawls.

Recordemos que el debate comenzó a causa de que Saravia negaba el carácter estructural del racismo, que consideraba una deformación de índole contingente. Dediqué un artículo a demostrar que en Bolivia las mejores “posiciones de clase” (un concepto weberiano, no marxista) estaban ocupadas exclusivamente por blancos, mientras que las peores –como el servicio doméstico– pertenecían solo a indígenas. Señalé que esto únicamente podía deberse a una de dos cosas: o los indígenas eran inferiores a los blancos o existía una estructura racista que generaba tal división del trabajo. Por supuesto, la que acabo de recordar era una disyuntiva retórica, pensada para obligar a Saravia a aceptar la segunda opción como irrefutable. Este tropo era tan fácil de interpretar, que quedé realmente sorprendido cuando leí que mi antagonista me acusaba de haber sugerido que él pensaba que los indígenas no tienen méritos para ocupar otras posiciones que las que ocupan. Así que conjeturo que Saravia no leyó con cuidado lo que escribí. Y que en lugar de eso se dedicó a fabricar argumentos convenientes con el exclusivo propósito de “vencer”, aunque no fuera siguiendo las reglas correctas que tanto exigen él personalmente y su concepción sociológica. Por ejemplo, escribió que yo asumo “que el mérito viene dado por la pertenencia o no a un colectivo racial y no a las virtudes de un individuo”. Lo cual significaría que soy racista. Una acusación de grueso calibre que, por supuesto, mi oponente no respalda con ninguna cita.

Estoy dispuesto a que Saravia o cualesquiera otros autores critiquen mis ideas, pero no a que se las inventen para poder criticarlas mejor. Es obvio que no creo que “el mérito viene dado por la pertenencia o no a un colectivo racial”. Esta creencia me llevaría a sostener que todos los indígenas tienen más o tienen menos méritos que todos los blancos, lo cual me pondría en el mismo nivel que el Nicolás Antelo de Gabriel René Moreno. Lo que yo sostengo es completamente otra cosa: Que “la pertenencia o no a un colectivo racial” determina –no absolutamente, pero sí en gran medida– la posición de clase que se ocupa en las sociedad boliviana, lo que implica que aquí no solo cuentan los méritos, porque si estos fueran los únicos que valieran, esta división de trabajo no se produciría. Mi problema es justamente el contrario del que me atribuye Saravia: A mí me interesa crear las condiciones para que sean los más meritorios los que triunfen en la vida económica, educativa y social de nuestro país. Pues pienso que esas condiciones no existen actualmente.

Y no solo lo pienso yo, sino también… el propio Saravia, como veremos. En su artículo me pide que le pregunte “si piens[a] que para los indígenas es más difícil acumular méritos para ser banquero, empresario, etc., dadas las injustas circunstancias que vivieron sus antepasados”. Interrogante a la que responde de esta manera: “en general… probablemente sí”. Le cuesta un poco, como se ve, vacila, pero al final lo reconoce. Ahora solo le falta sacar la conclusión que se deriva de esto que admitió, es decir, que esta situación provoca un efecto completamente pernicioso desde un punto de vista auténticamente liberal: desiguala el terreno, desequilibra el punto de partida. Saravia lo dijo: Para unos, para los que tienen los antepasados “correctos”, es más fácil que para los otros. Y esta es un asimetría que no se origina en las capacidades de unos y otros, en su esfuerzo o en su desempeño, sino en las “injustas circunstancias” del pasado. Por tanto, se trata de una situación antiliberal, como ya he mencionado. Además, es una situación injusta, ya que da a algunos individuos una ventaja externa a su mérito intrínseco. Y, finalmente –puesto que Saravia, yo y la mayoría de los lectores pensamos que los seres humanos son iguales–, también es una situación inmoral, ya que empodera a los indígenas de otra manera que a los blancos.

¿No es nuestro deber entonces, como miembros responsables de la polis boliviana, tratar de corregirla? Cualquiera diría que sí, que eso es lo que se espera de nosotros. Pero hete aquí que Saravia lo niega con rotundidad. “El bisnieto de un empresario minero probablemente tuvo más oportunidades para acumular méritos que el bisnieto del pongo de ese empresario”, asevera. Pero, al mismo tiempo, recomienda no hacer nada al respeto.

¿Por qué no hay que acometer lo que a primera vista parecería un elemental deber humano y liberal: tratar de igualar las condiciones de partida para que los méritos individuales sean los únicos que cuenten? Porque, según Saravia, esto “sería simplemente tratar de corregir una injusticia histórica con una injusticia actual. Empoderar al indígena dándole cupos o bonos solo por ser indígena y cuestionar los logros de los blancos, aun si estos no son racistas y trabajaron para obtener lo que tienen, es injusto e inmoral”.

Ahora preguntémonos si este es un argumento liberal en contra de un desvarío marxista (este último sería el de darle “cupos o bonos” o poder simbólico y político a los indígenas) o, en cambio, como yo creo, es el argumento de un grupo elitista que no quiere que se cuestionen sus ventajas y se opone al cambio social. Una noción, por tanto, profundamente conservadoray egoísta. ‘No cambiemos nada de lo que hicieron mal nuestros antepasados, no es nuestra culpa’; ‘solo nos importa lo que tenemos, nuestros logros, no la comunidad política que formamos con los más desfavorecidos’; ‘no tenemos ninguna responsabilidad para con la historia de nuestro país’, afirman estos ultra-liberales que en realidad son ultra-conservadores.

¿Y cuál es la gravísima injusticia del presente de la que se defienden? Pues que no todos los “bonos y cupos” estén a su alcance (ya que, dada la situación desigual de partida, sin duda se apropiarían de ellos si no estuvieran reservados para los indígenas). Y que se nombre los “logros de los blancos” como lo que en verdad son, esto es, como privilegios (toda vez que ganar una carrera saliendo desde más adelante no es un mérito, sino un privilegio). Tales son las “injusticias” que se quiere cometer contra estos “pobres” blancos. No cabe duda de que estamos ante una filosofía del egoísmo, que se halla perfectamente adaptada a los intereses de la capa más alta de la sociedad. 

Seguramente John Rawls ha sido el más importante pensador liberal contemporáneo. No pertenecía, claro está, a la escuela austriaca. Era un filósofo político y nos dio un método para determinar en qué consiste una sociedad justa y moral. Nos pidió que definiéramos los principios que deberían normar una sociedad ideal, sin saber de antemano qué posición ocuparíamos nosotros en esta sociedad. Hemos visto que los ultra-liberales proponen el principio: “Las injusticias del pasado no pueden ser corregidas porque seguramente causarían nuevas injusticias”. Pues bien, me pregunto si Antonio Saravia seguiría insistiendo en tal principio para su sociedad hipotética si supiera que en ella podría nacer como indígena.

*Periodista y escritor



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