Hace unos días escuché una declaración muy
jalada de los pelos de una autoridad del Estado. Paso a realizar unas
observaciones al respecto.
En un acto donde se presentó el Plan Estratégico Institucional del Comité Nacional del Codex Alimentarius de Bolivia, no pude evitar detenerme en una aseveración que realizó el Viceministro de Producción Industrial a Mediana y Gran Escala en Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural.
Al mencionar que se están haciendo proyectos para generar y fomentar un consumo de pescado, algo necesario y que destaca, mencionó que nuestra población consume mucho pollo y que este alto consumo está ligado al incremento en problemas de salud, por lo que se debía fomentar el consumo de una proteína "más saludable", como la del pescado.
Como sigo en un proceso de aumento muscular y reducción de porcentaje de grasa, la proteína animal es una de mis mejores aliadas y para muchos, el pollo es la proteína animal más accesible en comparación con un buen bife o unas chuletas de cerdo.
Para el 2019, Bolivia ocupaba ya el segundo lugar en Hispanoamérica en consumo de pollo con un promedio de 43 Kg de pollo por año, detrás de Perú donde de consumía 46,6 Kg de pollo. En solo dos años pasamos del quinto al segundo lugar.
Una de las principales razones del alto consumo de pollo es su bajo costo de producción, lo cual facilitaba su compra por parte del consumidor. Ojo, hablo un poco en pasado, pues en el actual contexto es probable que tanto la producción de pollo como su precio no sean tan favorables el 2023.
Pero volvamos al comentario que me causó contrariedad. ¿Consumir pollo es malo para la salud? Una carne que con 100 gramos nos aporta al rededor de 16,5 gramos de proteína. Recordemos que la proteína es esencial para mantener, huesos, músculos, piel, cabello, dientes, y también ayudan a regenerar los tejidos internos.
Entonces ¿es o no es saludable? El detalle está en cómo se come el pollo y acá viene lo que faltó mencionar. Basta dar una vuelta por algunas calles en la ciudad de El Alto, La Paz, Cochabamba o Santa Cruz y no podrá evitar observar la alta oferta de pollo frito o al spiedo.
Ahí está el problema. Si el consumo de pollo fuera al horno o acompañado de ensaladas en vez de las papas fritas que embelesan, sobre todo a los más jóvenes, de pronto que no generaría un conflicto en el tema de salud.
Acá surge el otro dilema. Imaginemos que se logra producir más pescado y que se fomenta su consumo. ¿Cuál cree que es la manera más común de servirse pescado en nuestro ámbito?
¡Frito! Y ahí volvemos al problema inicial.
Puede que la población incremente su consumo de carne de pescado, pero si la manera de cocinarlo vuelve a ser frito y con papas también fritas o un exceso de carbohidratos, como generamos lo sirven, también dejará de ser saludable.
El problema no es consumir mucho pollo o reemplazar este por el del pescado. El problema es los malos hábitos que persisten en nuestra sociedad. Mientras que las verduras no sean las protagonistas en nuestro plato o cortemos con esa manía de servir más de un carbohidrato, reemplacemos las papas fritas por papas nativas con cáscara u otro tubérculo nativo, difícil que la salud de la población mejore.
Y ya ni hablemos del exceso de azúcar en la ingesta diaria o la soda presente en las comidas en vez de agua o un jugo cocido hecho en casa. Son malos hábitos alimenticios los que generan los problemas y en la medida que las autoridades no se percaten de ello, seguiremos escuchando declaraciones desatinadas. La solución a este problema es más complejo que simplemente aumentar el consumo de pescado y requiere mucha creatividad y trabajo multidisciplinario. Pero el verdadero reto, es que cada ciudadano hallé su propia motivación para dejar de MAL alimentarse.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología