Ratificando una vez más su radical intemperancia y haciendo gala del violento lenguaje que lo caracteriza, Evo Morales se ha lanzado a una abierta guerra sucia contra Carlos Mesa. De modo vil y lanzando al aire insultos e infamias que solamente revelan la pobreza espiritual del actual Mandatario boliviano, Morales, desbordado de ira, acusa a Mesa de “cobarde” –“porque no nacionalizó los hidrocarburos”– y de “maleante”. “¿Por qué maleante? Entiéndanme bien. Para que sea Vicepresidente, los del MNR dicen que pagaron 1.200.000 dólares para que sea Vicepresidente”, ha afirmado Evo Morales, citando como confiables supuestas afirmaciones “del MNR”.
Acusar, sin pruebas, de “maleante” a una persona por lo que dice alguien sobre ella es, mínimamente, una falta de decencia. En el caso presente, se trata de un delito de difamación: el “MNR” nunca ha presentado una acusación formal sobre nada contra Mesa, pese a los duros ataques políticos por parte, principalmente, de Carlos Sánchez Berzaín contra Mesa por haberse separado del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003, negándose a ser parte de la política represiva –que culminó en la masacre de octubre de ese año– del régimen de ese entonces.
Calificar de “cobarde” a Mesa por no nacionalizar los hidrocarburos es recurrir al insulto como modo ruin de hacer política con base en valoraciones subjetivas, sin mayor sustento que la propia opinión; otro podría, más bien, argüir que Mesa enfrentó con “valentía” y “tenaz determinación” –aunque equivocadamente– la masiva adhesión boliviana a favor de la nacionalización de los hidrocarburos. Insultar a Mesa de “cobarde” por no haber nacionalizado los hidrocarburos es, en todo caso, solamente una muestra reiterada de la política de insultos, vejaciones y afrentas contra sus opositores, y críticos a la que el MAS ha recurrido desde los mismos inicios de su gobierno.
Insultar y difamar, como modos de vivir la vida, pueden engendrar, en todo caso, ira y tensión. Hay que agradecer a Carlos Mesa por declarar, tras los intemperantes improperios de Morales, que no se rebajará al lenguaje y a los insultos, haciendo acusaciones sin prueba, del actual presidente boliviano. El desarme espiritual del ánimo colectivo ahora que se ha puesto en marcha la competencia electoral en Bolivia es imprescindible.
Bastante envueltos estamos ya de ríspidos y violentos desbordes de masa producidos por las duras represiones policiales gubernamentales contra diversas movilizaciones populares de todo tipo como para que además las pasiones electorales que se empiezan a poner en marcha se inflamen con el lenguaje de la ira y el insulto. Basten como ejemplos citar el muy reciente caso de Roboré, con su secuela de inclementes gasificaciones y quema posterior de instalaciones policiales, o los violentos hechos hace poco en la Asunta, con bajas de policías y muertes y apresamientos de cocaleros.
Aunque nos acuse de cobardía, hay que decirle a Evo Morales que su lenguaje, sus insultos, sus alevosías, sí nos causan miedo. Entrevemos que detrás de la virulencia de su lenguaje anida un impulso represivo que por supuesto nos causa temor. Quienes hemos vivido aprendiendo los valores de la democracia en la época de las dictaduras militares, sabemos que el insulto político por parte de los regímenes de gobierno trae consigo amenazas de cárceles, persecución, torturas y hasta muerte.
Tener miedo a la represión no es, en todo caso, una simple muestra de cobardía; también puede ser un impulso de solidaridad hacia los que son o han de ser reprimidos. Se tiene miedo por el otro. Se tiene miedo por algún estudiante universitario que se llama Jonathan Quispe y que termina asesinado por una canica policial sin aclaración del caso. Se tiene miedo por lo que le puede pasar a un otro, que puede ser un albañil llamado Moisés Montero, que tenga el ánimo de gritar “¡Bolivia dijo No!” delante de un mandatario –demandando que la voluntad soberana del pueblo sea acatada– y luego sea apresado.
No temo, en todo caso, declararme yo cobarde, señor Evo Morales, o que usted lo haga. Creo hasta honorable declararme cobarde, ya que no quiero encontrar cabida para el machismo ni en mi alma ni en la sociedad. Usted y su gobierno sí me dan miedo. Por ello es que tomo, junto con miles, la decisión de salir a la calle para que cumpla usted con el mandato del referendo del 21 de febrero de 2016. Así es: le anunciamos que vamos a salir pacíficamente a protestar una y otra vez a la calle, pidiendo que renuncie a su repostulación en 2019.
Usted debe respetar el voto del pueblo. Y no se alegre usted demasiado si la oposición política electoral a su régimen aparece en 2018 todavía algo desbandada: la población boliviana sabrá unificar su voto para derrotar pacíficamente en las urnas al MAS, cualquiera sea el candidato de este su partido, en las elecciones venideras de 2019.
Verá usted, a lo largo del año que viene, lo que puede la convicción del pacifismo democrático del pueblo de Bolivia y el empeño unificador de las candidaturas opositoras –incluida de modo clave la de Carlos Mesa–, a las que usted pretende vejar con su triste, peligroso y lamentable lenguaje.
Ricardo Calla Ortega es sociólogo.
@brjula.digital.bo