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Diario vagabundo | 14/03/2024

Ciencias sociales en el museo

Hugo José Suárez
Hugo José Suárez

Hace unos meses tuve la fortuna de asistir a una exposición en el Museo Universum de la Universidad Nacional Autónoma de México. Lo particular era que la institución responsable de la curaduría era la Coordinación de Humanidades, se puso como tarea llevar las humanidades y las ciencias sociales al museo, con todo lo que implica. Enorme desafío.

A menudo me he preguntado cómo hacer una exposición atractiva y educativa a la vez sobre el pensamiento sociológico. ¿Cómo presentar a un público amplio a Durkheim? ¿Qué decir del libro Economía y sociedad de Weber? Sin duda que los economistas dieron un paso al frente: el Museo Interactivo de Economía (MIDE) es fabuloso, un modelo de la imaginación y el entretenimiento.

El enfoque de la exposición en cuestión era especialmente sugerente. Bajo una sola premisa “La investigación en humanidades y ciencias sociales nos permite…”, se daba diez respuestas numeradas distribuidas en distintos salones:

“1. Filosofía-historia. Reflexionar sobre quienes somos, de dónde venimos y a dónde vamos como individuos y como sociedad. 2. Individuos, grupos y naciones. Entender cómo nos relacionamos con otras personas y con nuestro entorno. 3. Territorio, política y cultura. Reflexionar sobre el comportamiento humano y los cambios sociales. 4. Diversidad. Concebir y valorar las diversidades. 5. Patrimonio ritos y tradiciones. Preservar los saberes y el patrimonio tangible e intangible. 6. Educación. Analizar la transmisión del conocimiento y cómo aprendemos y enseñamos. 7. Comunicación, creatividad e interpretación. Entender y valorar el arte como expresión humana y de comunicación. 8. Desarrollo y calidad de vida. Comprender etapas humanas como la infancia, la juventud y la vejez. 9. Economía y recursos. Analizar la generación de la riqueza y su distribución. 10. Democracia y legalidad. Fomentar la participación ciudadana y el conocimiento de tus derechos en una sociedad democrática”.

Cada una de las dimensiones era explicada pedagógicamente, permitiendo un acercamiento distinto y atractivo. Por supuesto que, propio de todo museo, se presentaban objetos que permitían imaginar situaciones, formas, momentos de las ciencias sociales.

Me detuve en el estante que tenía impresas y plastificadas las primeras planas de varias publicaciones de episodios importantes de México. Las revisé y tomé aquella con la cual compartía una historia: la portada de la revista Proceso de enero de 1994. Acababa de suceder el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el número que recogía los reportajes salió diez días más tarde; la foto era de colección: el rostro encapuchado del enigmático Subcomandante Marcos con una frase contundente que recuerdo de memoria: “Acabó el mito de la paz en México. Nos pueden cuestionar los medios, pero no las causas”. Compré ese ejemplar –estaba casualmente de viaje en Ciudad de México– y me acompañó por años. Lo guardé en mi propio museo personal, en mi biblioteca de objetos de los que no me quiero desprender. Y ahora ahí estaba, en el importante museo universitario, otra copia de aquel número de Proceso que, ahora entiendo, fue fundamental para muchos.

Seguí mi ruta y descubrí objetos maravillosos: una tómbola perteneciente a la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM que se usaba para que el azar decidiera qué pregunta le tocaría responder al alumno. Se la movía con cuidado girando la palanquita y la suerte decidía la pregunta. Sí, una lotería del saber… También me detuve en un curioso libro de alumnos castigados de 1896 que registraba con particular empeño y detalle -todo a mano, por supuesto- la falta y su sanción. No faltaban los historiales académicos, las asignaturas y sus contenidos, las evaluaciones.

Me puse a pensar qué objetos pondría yo en un museo luego de mis largos años de vida escolarizada. Recordé las cantidades de chanchullos creativos de mis amigos (miniaturas que guardaban información del examen y que podían ocultarse en cualquier parte del cuerpo); la regla con la que alguna vez me pegó un maestro y la carta que mi padre le mandó, furibundo, dándole una clase de sociología de la educación; la invitación a la conferencia de “orientación vocacional” que sólo ofrecía cuatro ingenierías; el borrador y las tizas blancas que ya prácticamente han desaparecido -no faltaba un habiloso alumno que hacía auténticas esculturas en miniatura con ellas esculpiéndolas con una navaja-; la boleta de atrasos y castigos que alguna vez fue quemada con cigarro, lo que provocó la indignación del profesor; el pupitre rayoneado cuya mesa había soportado varios aburridos y ansiosos estudiantes que hacían surcos y caminos sobre la madera en sus largos momentos de ocio.

No sé. Tal vez algún día haga una curaduría personal de mi pasado escolar, con sus luces y sombras, sacando a relucir los objetos que me acompañaron. El caso es que esta exposición fue especialmente luminosa. Me reafirmó la idea de lo entretenidas que son las ciencias sociales, de lo cercanas y cotidianas que son para el público amplio, y del esfuerzo que tenemos que hacer quienes les dedicamos la vida, buscando puentes entre nuestro oficio y la gente que un domingo cualquiera decide ir a pasar un momento agradable a un museo. Linda iniciativa, ojalá se repita.

Hugo José Suárez es investigador de la UNAM, miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.



BRUJULA DIGITAL_Mesa de trabajo 1
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