Cualquiera que viniera desde lejos a Bolivia encontraría aquí ahora un clima de paz destacable, apenas alterada por alguna noticia circulando en los medios sobre la extendida corrupción en el sector público y en la Policía. Nada del otro mundo, parte todo aquello ya de la vida cotidiana de Bolivia. La ciudadanía, acostumbrada ya al hecho de la corrupción como un factor estructural de la realidad de Bolivia y del funcionamiento del gobierno del MAS, asume cada nuevo caso de corrupción destapado como algo corriente y, sin inmutarse, opta por seguir adelante con su vida, esperando que alguna vez las cosas mejoren.
El desmoronamiento de todo un sistema nacional como el de las oficinas de Derechos Reales en el país –sistema del que se anuncia serán cesados en sus cargos nada menos que 400 funcionarios por hacer parte de una estructura de corrupción inmensa– no causa asombro, no produce ya mayor sobresalto y no genera conmoción alguna.
Bolivia, se dice aquí o allá, es corrupta, así piensan algunos, así se lo admite, así se lo acepta.
Asumida la corrupción como un fenómeno naturalizado e irremediable de un país, cuyo ser nacional habría sido ya tomado por la metástasis de un cáncer incurable, ésta –la corrupción–, no importa cuán grave y cuán gigantesca, no altera ya la paz social, no genera tensión. El gobierno del MAS habría logrado con ello una victoria política mayor: hacer que su corrupción sea admitida y aceptada como un pan nuestro de cada día que no debe provocar mayor problema, que ya no indigna. Tal el supuesto orden natural de las cosas.
Tampoco causa ya mayor sobresalto la doble moral del régimen de Evo Morales. El anticapitalismo procapitalista del MAS es igualmente también, como la corrupción, moneda corriente de todos los días en Bolivia. Acusando, cada minuto de cada hora, a sus opositores de “neoliberales”, “vendepatrias”, “procapitalistas”, Evo Morales no titubea, sin embargo, en costearse un lujoso viaje a Dubai para despertar, según el canciller Diego Pary, el interés de empresarios e inversionistas del mundo.
Según Pary, ésta habría sido una de las visitas “más exitosas de los últimos tiempos, una visita que ha permitido posicionar a Bolivia en el tema de inversiones”, para que desde el capitalismo árabe se invierta “especialmente en minería y energía”.
Cualquiera termina confundido y con sentimientos de déjà vu. ¿Es el gobierno de Evo Morales el que ofrece y entrega así los recursos minerales y energéticos de Bolivia a los apetitos de la inversión extranjera directa? ¿No se trata del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada? Juan Ramón Quintana –que ha estado desplegando, entre mayo y abril, similares ofertas para el pillaje de nuestros recursos no renovables por parte de la inversión capitalista directa de Rusia–, ¿no es Carlos Sánchez Berzaín? ¿Quiénes son estos nuevos neoliberales procapitalistas que insultan a todos sus opositores como a agentes del capitalismo en Bolivia?
Pero la inmoral doble moral del MAS ya no causa tensión en Bolivia. Todo parece estarle permitido al MAS y su gobierno. Pueden entregar abyectamente al país a la voracidad del capitalismo transnacional global y a los apetitos del capitalismo delincuencial del narcotráfico, pero pocos ya se enervan contra los corruptos y autoritarios gobernantes de turno; pocos ya toman las calles y las plazas para expresar su indignación contra la subasta creciente del país por parte del MAS en favor del capitalismo asiático –chino, japonés, coreano–, ruso, ahora además, árabe.
¿Y alguien olvida que hace un par de años Evo Morales fue incluso a Nueva York a abrir las puertas de Bolivia a la inversión extranjera directa del capitalismo norteamericano? ¿Quiénes son estos “anticapitalistas” de turno que están buscando por todos los medios posibles atraer la inversión capitalista extranjera en nuestro país? Pero la indignación no se manifiesta con brío.
La indignación ante la corrupción, la inmoralidad discursiva y el autoritarismo del régimen del MAS pareciera haber dado paso a un estado de resignación desde el que todo lo grave se admite como algo natural e irremediable.
Quizá, sin embargo, ello sea solamente una realidad aparente, quizá este momento solo es un momento de calma chicha, calma que preludia una tormenta. La aparente paz de estos días quizá presagia una tempestad que empezará a agitar Bolivia una vez que se convoque a elecciones, unas elecciones que el régimen del MAS sabe que ha de perder si se llevan a cabo de modo correcto.
En este momento de calma chicha quizá la indignación está bullendo en el alma de la ciudadanía para explotar en un cauce de reclamo de libertad y de corrección que puede llevarse por delante y derribar al régimen hoy gobernante. El régimen sabe esto y por ello, además, se prepara para reprimir violentamente a un país que está guardando su indignación para el momento de las elecciones de octubre. Quizás, hay que también preverlo, la actual calma chicha preludia mucho dolor para Bolivia.
Ricardo Calla Ortega es sociólogo.