Uno esperaría que luego de todo
lo sucedido durante el 2019 y el encierro de la pandemia, hubiera bastante
tiempo para reflexionar y corregir muchos errores. Pero parece que no
aprendemos.
Si bien me tomó unos meses, empecé mi vida laboral en Bolivia hace unos 20 años. Primero un paso corto dando clases en la universidad y luego con una jefa extranjera.
Lo más curioso de esta jefa es que ella me recomendaba llegar media hora tarde a los eventos que me asignaba o llevar un libro si pensaba llegar puntual. Cómo será la mala costumbre en el país, que una holandesa me daba esa recomendación.
He tenido la fortuna de encontrar trabajos sin "charladitas" o maniobras similares. Pero es el colmo que a jóvenes mujeres profesionales les recomienden ir a beber para conseguir un cargo sin importar si tienen o no la calificación y capacidad para el mismo.
Este año no me han faltado los relatos de amistades de todas las situaciones frustrantes por las que deben pasar y que han observado. El peor caso es el de una amiga, incorporada como una profesional, aceptó un trabajo para becarios en vista de su necesidad. Un pensaría, que por menos del sueldo básico, debería recibir lo básico y sencillo, pero no. Su trabajo en una facultad técnica de la universidad pública, cubrió el de dos y hasta tres personas.
Redacción de cartas, envío y recojo de documentos, planificación operativa, organización de seminarios, atención a docentes, validación de programas y un par de cosas más. Este trabajo debió ser cumplido por la secretaria, una auxiliar y el jefe que la supervisaba. El colmo es que hasta el día final de su contrato le pidieron que organice el POA. Lo realizó en dos ocasiones previas y ni así aprendieron.
Lo más vergonzoso es que esta institución indica que no hay presupuesto o este ha disminuido, pero vaya que para armar un almuerzo de fin de año con whisky hay. La joven amiga fue pero no a quedarse a la borrachera en día laboral y sin aviso al público. Por esquivar esto, al día siguiente le cuestionaron el por qué se fue temprano. Allí le dijeron, que es en esas fiestas donde uno se “acomoda”. ¡Si ya vemos qué calibre de personas se acomodan!
A esta amiga no le enseñaron ni nadie la entrenó para ninguna actividad. Tuvo que leer con atención el manual de procedimientos y preguntar hasta entender bien el accionar. Ante su partida se le pidió que enseñe a otros. Un “licenciado”, que debía quedar en su puesto, hasta le ofreció “pagarle” porque le enseñe. ¿Un almuerzo? ¿50 bolivianos?
Más me molestó enterarme que la secretaria de décadas, recibe un sueldo ostentoso, pero no es capaz ni de llevar un registro ordenado de las cartas, además de otras groseras deficiencias en su labor. No contenta con no saber hacer muchas cosas, le jugó dos malas pasadas a esta amistad, hasta borrar los archivos que había generado para el trabajo. La ironía sucede cuando esta señora confiesa su falta y luego andaba rogando a la joven amiga que le haga trabajo ¿Ética profesional? ¿Honestidad?
Al parecer en 20 años que he visto y conversado sobre estos temas laborales, mucho no ha cambiado. Uno esperaría que el boliviano se vuelva más consciente, mejore su actitud, deje la mediocridad, sea honesto, puntual y ordenado.
Si bien prefiero seguir sembrando entre jóvenes y alentando a que sigan mejorando, no puedo dejar de lamentar que en tantos años no percibido la voluntad de cambiar para mejorar. Termina un año más y solo queda esperar que las malas costumbres se vayan perdiendo con la gente mayor y que la juventud no piense que el "así siembre ha sido", es la manera de mejorar el país.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología