La flota pesquera china ha convertido los océanos hispanos en su nuevo campo de batalla, y mientras países como Perú, Argentina y Ecuador se ven obligados a endurecer sus controles para frenar la pesca ilegal, Bolivia mira con indiferencia cómo esta vorágine de explotación marítima avanza sin límites, como si el problema solo perteneciera al Pacífico o al Atlántico, pero no a nuestras aguas continentales.
La realidad es que el modelo de extracción imparable que practican estas embarcaciones tiene un reflejo inquietante en la Amazonía boliviana: la minería ilegal de oro, que avanza con la misma impunidad y el mismo desprecio por la vida y los recursos naturales.
La flota pesquera china opera bajo un manto de opacidad: no permite el rastreo de sus embarcaciones, rechaza cualquier mecanismo de transparencia y aprovecha las brechas legales y la debilidad institucional de los países sudamericanos para maximizar sus capturas, muchas veces en áreas protegidas o cerca de reservas naturales.
El resultado es la sobreexplotación de especies, la destrucción de ecosistemas marinos y el colapso de las flotas artesanales locales, que dependen de esos recursos para sobrevivir.
En Argentina, la presencia de estos barcos ha obligado al ejército a patrullar sus aguas, pero el problema sigue creciendo: en 2025, uno de estos barcos fue sorprendido pescando ilegalmente dentro de la Zona Económica Exclusiva. El modus operandi es simple: navegan sin señal, cambian de bandera y operan en la sombra, mientras los Estados ribereños intentan reaccionar con herramientas limitadas.
En Bolivia, el paralelo es claro: la minería aurífera ilegal, especialmente en el río Madre de Dios, ha generado un desastre ambiental y social de proporciones inimaginables. Cientos de dragas y balsas contaminan los ríos con mercurio, destruyen bosques y ponen en riesgo la salud de las comunidades indígenas.
La diferencia es que, mientras la flota china opera en el mar, la minería ilegal lo hace en ríos y selvas bolivianas, pero el patrón es el mismo: extracción sin control, contaminación sin límites y un silencio cómplice de las autoridades y de los medios.
Lo más preocupante es el silencio de los grandes movimientos ambientalistas internacionales. Mientras Greenpeace o la “chica póster” del cambio climático llenan las redes sociales con mensajes sobre glaciares o selvas tropicales, permanecen en silencio ante la pesca ilegal china y la minería aurífera ilegal en Bolivia.
Pareciera que solo interesan las causas que generan titulares mediáticos o que afectan a países con mayor poder de lobby internacional. La depredación marítima y la contaminación minera, que afectan a millones de personas y ecosistemas, quedan en el olvido, como si fueran problemas menores o regionales.
La voracidad de la flota china y la expansión de la minería ilegal en Bolivia no son fenómenos aislados: son dos caras de la misma moneda, la explotación sin límites de los recursos naturales por parte de actores poderosos que aprovechan la debilidad institucional y la indiferencia internacional.
Mientras los grandes activistas guardan silencio, las comunidades locales y los ecosistemas siguen pagando el precio. Es hora de que la indignación y la acción lleguen también a estos frentes, porque la destrucción del planeta no entiende de fronteras ni de titulares mediáticos.
Cecilia González Paredes es Ms.C., biotecnóloga y comunicadora científica.