El presidente Luis Arce se acerca al cierre de su mandato y, con él, concluye sin brillo la gestión de la canciller Celinda Sosa, quien deja tras de sí múltiples tareas incumplidas, entre las cuales sobresale la relativa a las aguas compartidas con Perú.
“A veces vengo con mis ovejas y llamas hasta aquí”, dice Jacinta, tejiendo lana mientras señala el bofedal frente a ella, “pero un vecino peruano me grita: ‘¡Sal de este lugar, este no es tu territorio!’”.
En medio de la vorágine de escándalos de corrupción y los desesperados afanes electorales que agobian al país, el estancamiento en la gestión de estos recursos hídricos pasa casi inadvertido; sin embargo, constituye una herencia peligrosa, un error geopolítico que socava tanto la convivencia fronteriza como la credibilidad diplomática de Bolivia.
“No me lo tienen que k´alear mis ovejas”, reprocha Jacinta al recordar la lluvia de piedras que hace meses provocó una riña junto a un grupo de agricultores peruanos, empeñados en instalar mallas unilateralmente en el bofedal.
Resulta incomprensible que, cuando la diplomacia hídrica y la gobernanza de aguas internacionales comparten un cuerpo doctrinal sólido —basado en principios firmes del Derecho Internacional—, Bolivia no avance hacia una solución integral para los numerosos cursos de agua que marcan nuestra frontera.
Jacinta sonríe al evocar un momento de tregua: “Una vez compartimos un apt’api con los peruanos: comimos, bebimos cerveza… y al final discutimos por las aguas y nos fuimos peleados”.
Hay casos sencillos de resolver que llevan años esperando señales de la pesada burocracia binacional. Mientras tanto, las comunidades campesinas ribereñas lidian a diario con disputas innecesarias. Un ejemplo claro es el bofedal situado junto al hito 14, a orillas del río Raya o Cololo, pocos kilómetros al norte del lago Titicaca. Este humedal de 1,25 km², rodeado por dos brazos de caudal casi idéntico, bien podría gestionarse de manera conjunta, en beneficio de ambas poblaciones fronterizas.
En su momento, se planteó realizar costosos estudios hidromorfológicos e incluso geomorfológicos para determinar cuál de los brazos era el cauce “original” y así asignar la totalidad del bofedal a uno u otro país. Sin embargo, la ausencia de datos concluyentes y la dilación administrativa han sepultado esa costosa iniciativa, perpetuando las tensiones locales.
En julio de 2018, la Comisión Mixta de Límites (COMIPERDH) acordó proteger estas aguas y garantizar su uso sostenible por las comunidades de ambos lados. Desde entonces –y a pesar de la clara voluntad expresada entonces–, no se ha registrado avance alguno durante el gobierno de Arce, y la indefinición continúa generando roces innecesarios.
Jacinta baja la vista hacia las aguas quietas y concluye: “Aquí seguimos, sin acuerdo ni justicia, mientras nuestras ovejas y llamas beben del mismo charco que mañana podría ser solo para uno de los dos”.
No es, en modo alguno, cuestión de carencia jurídica. Existen múltiples instrumentos internacionales –desde la Convención de la ONU sobre los cursos de agua internacionales hasta el ODS 6.5– que alientan la cooperación transfronteriza y el manejo integrado de recursos hídricos. Basta con voluntad política y un mínimo de capacidad técnica para implementar esos mandatos. Los comités de frontera podrían también hacer su parte en acercar a las poblaciones para lograr una convivencia armónica.
La solución que se alcance en este bofedal puede convertirse en la hoja de ruta para casos similares como la laguna Sucres, apenas unos kilómetros al norte; el cauce del río Suches, afectado en su curso por la minería ilegal; la demarcación complementaria de Pizacoma e incluso la laguna Parinacota, al sur, hoy sin propuestas de gestión.
Bolivia no puede seguir desentendiéndose de sus fronteras ni confiando en la inercia del tiempo para resolver sus problemas hídricos. Corremos el riesgo de incumplir deberes internacionales y, lo que es peor, de descuidar recursos que son patrimonio de nuestras comunidades y garantía de paz con nuestros vecinos. Es hora de actuar con decisión, profesionalismo y visión estratégica.
Javier Viscarra es periodista y diplomático.