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Brújula Digital le da la bienvenida como columnista a Milan Gonzales, periodista y fotógrafo boliviano que reside en Alemania. !Enhorabuena!

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La censura, como práctica insidiosa del adicto al poder, ha sido una constante en la historia de los regímenes autoritarios, larga tradición tiene dicho mal hábito en Bolivia hasta nuestros días.

En innumerables ocasiones, líderes autoritarios han recurrido a la restricción de la libertad de expresión y al control de los medios de comunicación como instrumentos para silenciar voces disidentes y consolidar su dominio sobre la sociedad, unas veces de manera sutil, otras con un arte brutal han hecho de este ejercicio parte de su adicción al poder. Este sombrío fenómeno alcanzó su máxima expresión en la operación Cóndor, un período oscuro en la historia de América Latina, en el cual regímenes militares colaboraron estrechamente para censurar toda forma de oposición y perpetuar su control, recurriendo al secuestro, a la tortura y a la muerte.

El actual gobierno ataca a los medios de comunicación que denuncian sus constantes irregularidades; la prohibición de discursos críticos y la imposición de una narrativa falsa y manipulada fueron también tácticas empleadas de manera sistemática para mantener a la población en un estado de desinformación y temor. Hoy la censura y la mentira se convierten en herramientas cruciales para aquellos que persiguen normalizar dicho ejercicio antidemocrático.

Adictos los hay a todo: adictos al drama y al chisme, a la pornografía, al control, a la violencia, al estudio, al trabajo, a los videojuegos, al diván, a tener razón, a internet, al alcohol, al ego, a la comida, mas los adictos al poder son quienes ponen en peligro a toda la sociedad. La teoría indica que el origen de cualquier adicción es un trauma ¿Cuál es el trauma de quien es adicto al poder? Hay quienes que con mínimas cuotas de poder hacen estragos, pasa en instituciones, empresas, o fundaciones, es sencillo darse cuenta cuando alguien quiere impartir sus propios términos. La historia tiene identificados a los más feroces; Adolf Hitler, Joseph Stalin, Mao Zedong, Nicolae Ceausescu, Kim Jong-il, Fidel Castro, Hugo Chávez, Slobodan Milosevic, Idi Amin. Sin duda alguna Evo Morales y Vladimir Putin se sumarán a la lista. Veremos si también lo hace el presidente Luis Arce.

Probablemente el político y congresista norteamericano Patrick J. Kennedy compartió en su día uno de los pensamientos más claros al respecto: “La adicción al poder es una enfermedad crónica que no discrimina, razas, géneros o clases sociales”.

Si se suma la cobardía a esa adicción, tendremos como resultado situaciones extremas, como el encierro de la expresidenta Jeanine Añez, todo esto porque un partido no entiende los principios de la democracia.

Esa adicción al poder y su vínculo con la droga ha llegado a tal punto que hoy los asesinatos no son una rareza en la política latinoamericana, al igual que en otros puntos del planeta, hay que ver lo sucedido en el país hermano, Ecuador, con el candidato presidencial Fernando Villavicencio (QEPD).

En Bolivia el narcotráfico toma protagonismo, los responsables siempre echarán la culpa a otro gobierno, pero el partido de la droga es el MAS, con sus bases en el Chapare y un expresidente protegiendo la zona y la producción de coca hasta el día de hoy no hay donde perderse, o usted se imagina a Morales decir “Quiero disculparme públicamente con el pueblo boliviano por permitir el exceso de cultivo de coca, quiero disculparme porque entiendo que ésta es la materia prima para hacer cocaína y esto mata a las personas”.

Eso es lo que haría una persona a la altura de la presidencia de cualquier nación. Si bien esperar algo así resulta utópico, urge trabajar sin respiro de cara a las elecciones del 2025, no se equivoque, los adictos al poder continuarán tramando sus fechorías, sin importar el partido, mas no se puede dejar de abrazar la esperanza.

Lo que toca es ver el rostro de un hombre que haya aprendido de sus errores, que tenga control sobre cualquier adicción, que pueda lidiar con las miserias del país. En Argentina se acerca el giro, sin duda es una buena señal para el continente.

Ante el absurdo de nuestros días nada mejor que un cambio sustancial, un pensamiento desde la autocrítica, alguien que no venga de la terapia ni de las logias ni de ningún extremo, alguien que entienda a Bolivia y que use el sentido común como talento, alguien con anhelo de construir. Una mujer, un hombre de bien que comprenda que vale más ser un buen samaritano que un adicto al poder.

Milan Gonzales es periodista y fotógrafo boliviano, reside en Alemania.



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