No me pasa a menudo: fui al cine dos veces
en una semana a ver el mismo filme. Sí, me regalé el tiempo para estar dos horas
sentado, mirando, disfrutando, dejándome en manos del director y del actor. Un
privilegio.
Es que Días perfectos de Win Wenders (2023) con la magistral actuación de Koji Yakusho, no se la puede ver de otro modo. Es como tomar un café: debe ser lento, disfrutando cada gota, oliendo el aroma que desprende, sintiendo cómo se introduce en el cuerpo a través de la lengua. Hay cosas que no se pueden hacer a la rápida, están ahí para tomarse el tiempo, agasajando a los sentidos.
En su nueva entrega, Wenders se concentra en uno de los oficios menos valorados de la escala social y al que nadie le pone atención: el que limpia los baños públicos. De hecho, en algunas tomas, el responsable del aseo del sanitario pasa totalmente desapercibido para la gente que está a su alrededor, mientras realiza su trabajo con empeño y responsabilidad. El personaje está lejos de ser un héroe, no tiene grandes aventuras, desafíos ni obstáculos que vencer para lograr su objetivo, como reza el esquema clásico del relato. Sólo vive su vida, silenciosa, discreta. Se levanta temprano, ordena su cama, se lava los dientes, se rasura, riega sus plantas, toma un café en lata y sale a su trabajo. A medio día come en una plaza, toma una foto a los árboles, se baña en un sanitario colectivo, vuelve a casa, se acuesta, lee y se duerme.
Dicho así, pareciera de lo más aburrido, y sin embargo, en cada gesto, en cada movimiento, en cada escena, hay magia. En la era de la hipermodernidad en la que estamos acostumbrados a ver en la pantalla grande a épicos personajes acompañados de efectos especiales usando lo último de la tecnología, Wenders es la nota disonante, sólo tiene a un actor, las tomas relativamente simples y la historia no tiene sobresaltos.
Incluso el propio Yakusho está negado a los avances científicos: escucha música en los antiguos casetes, toma fotos con una cámara analógica Olympus y tiene un celular de antiguo. Todo lo anterior se produce en Tokio, uno de los íconos de la tecnología de punta, entre autopistas de varios pisos, torres inteligentes, baños con lujos desconcertantes. Ahí está el hombre con su overol de trabajo azul, limpiando baños y construyendo sus días que, contra todo pronóstico, son perfectos.
El genio del director está en que le imprime poesía a la vida cotidiana. Daría la impresión que nos invita a voltear hacia otro lado, no donde están todos los reflectores. Hoy, cuando lo más importante es estar presente en las redes, la fama y el poder, el último celular, millones de amigos e influencia digital, Wenders nos recuerda que lo primordial es tener una buena novela en la noche antes de dormir –que cuesta un dólar en una librería de libros viejos–, poder mirar cómo el viento juega con las hojas de un árbol y tomarle una foto que la veremos revelada una semana después, sentir el agua en el cuerpo cuando nos bañamos, escuchar una bella canción en el auto. ¿Podemos en la era moderna ser felices devolviéndoles un lugar a los sentidos? ¿Podemos encontrar la belleza en una caricia, el gozo en regar una planta, la diversión en jugar a pisar la sombra del otro, la plenitud rodando en bicicleta? ¿Puede la rutina ser una fuente de felicidad y estética? ¿Podemos volver a ser humanos? Wenders parece decirnos que sí.
Por eso, Días perfectos está entre un manifiesto por otra forma de vida y un poema de la cotidianidad, un tributo a la sencillez. No recomiendo a nadie que “vaya a verla”, no es una película para ver en el sentido más técnico, sino para sentir. Los invito a que vivan la experiencia que el director nos ofrece. Y por supuesto –perdón por el adelanto–, disfruten de esos últimos minutos, deténganse en los rostros de Yakusho que, entre el misterio y la emoción, retrata lo magnífico y complejo de la experiencia humana.
Hugo José Suárez es investigador de la UNAM, miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.