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Diario vagabundo | 17/07/2025

Ya no MAS

Hugo José Suárez
Hugo José Suárez

Hay que decirlo sin ambages: el MAS (en sus distintas versiones) no es la izquierda en Bolivia, representa de reconstitución de un modelo de gestión política, de control y de dominación. Detrás de distintos rostros –Eduardo, Andrónico, Eva o Evo– está la batalla por no perder privilegios ganados en dos décadas de administración del Estado. No hay que olvidarlo: El MAS es responsable de la catástrofe que hoy vivimos.

El exangüe “proceso de cambio” es un fiasco por donde se lo mire. Más allá de algunos logros –que he destacado en mi libro La Paz en el torbellino del progreso –, al menos cuatro dimensiones resumen su debacle.

Es un fracaso económico. Los años de bonanza fueron mal aprovechados, no permitieron un crecimiento sostenido; pasó el tiempo de los supermercados surtidos, de los teleféricos y las carreteras nuevas, ahora no hay ni gasolina.

Es un fracaso democrático. Vaya paradoja, la agrupación que más votación logró en repetidas ocasiones fue impulsora de un fraude, procuró un sistema electoral unipartidista, dividió hasta el último sindicato, cooptó y corrompió hasta la última comunidad. El MAS es acaso la expresión más antidemocrática del escenario político actual. Ejerció la administración pública no a partir de la cultura democrática, sino mediante la compra de fidelidades con dinero fiscal.

Es un fracaso ecológico. Los pactos sectoriales a los que se vio obligado para mantener el control, provocaron que varios sectores, desde poderosos empresarios agrícolas, hasta cooperativistas fragmentados o consorcios internacionales, devastaran la naturaleza provocando incendios, contaminación, deforestación. Curioso: se levanta el estandarte de la Pachamama cuando se la desangra por donde se pueda.

Es un fracaso social. Se polarizó el lenguaje público, sólo se dio voz a quien aplaudía, se creó discordia, se acentuó las diferencias al límite, se promovió el odio al otro.  El MAS convirtió el argumento en dogma. Sus intelectuales dejaron de discutir y empezaron a pontificar; condenaron al pecador, lo tildaron de traidor, lo anularon. La estrategia funcionó, todo iba bien, hasta que se empezaron a ladrar y destrozar entre hermanos gemelos, y el esquema se vino abajo.

Tampoco hay que olvidar los temas paralelos que son igual de dramáticos: la destrucción de las asociaciones de defensa de los derechos humanos; las decenas de muertes escondidas bajo la alfombra; la desaparición de la función pública convirtiendo la burocracia en militancia forzada; el manoseo de las palabras, conceptos y los símbolos –hasta la wiphala terminó siendo instrumento para golpear a disidencias del gobierno –. 

La invención de la historia falsa, descaradamente mentirosa y funcional; la destrucción del aparato judicial volviéndolo una dependencia a merced del Ejecutivo; el sometimiento de los medios de comunicación y consecuente desaparición del periodismo crítico; la creación de un nuevo pensamiento único que todos tienen que acatar como liturgia, una doctrina que sólo queda repetir, y un líder al que sólo queda adorar y obedecer, y un largo etcétera. 

Al final del día, el esquema de gobierno del masismo representó la renovación de élites igual de corruptas, partidos igual de autoritarios, la destrucción de la naturaleza igual de desalmada, la violación de derechos humanos igual de vergonzosa. El “proceso de cambio” poco cambió la sociedad boliviana.

En estos tiempos, muchos me preguntan por quién voy a votar. No lo sé, pero seguro que no por la renovación de la hipocresía de lo que se hace llamar de izquierda, cuando en realidad es un proyecto de poder, la restauración de un régimen injusto, ineficiente, intolerante, inútil. A estas alturas de mi desencanto, ya no puedo creer en quienes, montados en nobles intenciones y discursos de igualdad, ocultan su fidelidad al poder, su necesidad de seguir gozando de los privilegios del Estado. Aquellos que aparecen como nuevo rostro del masismo quieren que los miremos con “cara de yo no fui”. Tienen guardado el muerto en el ropero y pretenden que lo olvidemos, quieren salir del banquete sin pagar su factura.

Termino como empecé: casi nada de lo que se presenta como izquierda en Bolivia realmente lo es. Si un reto tienen las izquierdas es reinventarse, sacudirse de tanto daño que significaron estas dos macabras décadas, y mirar al frente con otros ojos, inclusivos, críticos, tolerantes y en verdad progresistas. Aunque lamento confesar que tengo poca esperanza de que eso suceda.

Hugo José Suárez es investigador de la UNAM y miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.

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