El 6 de agosto, las expectativas en torno al discurso del presidente Luis Arce eran altas. Se esperaba que anunciara medidas económicas contundentes, planes de desarrollo bien delineados para su último año de gestión, y tal vez, algún logro significativo en política exterior. Me abstendré de profundizar en los dos primeros aspectos, que ya han provocado las reacciones esperadas y la consabida cortina de humo para mitigar el malestar generalizado, para referirme al ámbito internacional, que resultó tan insípido como preocupante.
En cuanto a las relaciones internacionales y específicamente comercio exterior, lo más “destacado” fue el anuncio del próximo incremento de la exportación de chía al mercado chino, fruto de un protocolo gestionado hace un año, pero cuyo detalle se desconoce. Un acuerdo aparentemente recuperado solo para engrosar el discurso presidencial.
En el discurso se destacó también la venta de vinos y singani para un mercado gourmet en Europa, a través de Bélgica. Pero en términos de logros relevantes en política exterior, no hubo nada, janiwa kuna, mana imapasana, ndahániri mba’eve.
Las iniciativas mencionadas, impulsadas en gran medida por esfuerzos privados o de productores locales, como los cafetaleros de La Asunta y Chulumani con apoyo externo, son loables, sin duda. Sin embargo, no pasan de ser notas marginales en la vasta página de la economía nacional, proyectando cifras de exportación de chía que apenas alcanzan los 20 millones de dólares en el mejor de los casos, lo que representa un mísero 0,05% del PIB. Y ni hablar de los exiguos 50.000 dólares que se obtienen de las 29 toneladas de palmito. Sin rodeos, estos “logros” no son dignos de un discurso presidencial que se suponía debía infundir esperanza y delinear un rumbo claro para todo el país.
Ciertamente, en política exterior no se podía esperar mucho más de la Cancillería, una de las instituciones más desmanteladas en términos de recursos profesionales. Sin embargo, al menos algún esfuerzo se podría haber hecho para que el presidente pudiera informar sobre la continuidad de algunos anuncios realizados hace apenas unos meses, los cuales no son menores.
Por ejemplo, con Chile se hizo un anuncio sorprendente durante el discurso del Día del Mar en marzo pasado. Tras más de cinco años de silencio luego del fallo de la Corte Internacional de Justicia que rechazó la demanda boliviana para obligar a Chile a negociar una salida al mar, Arce afirmó que el gran desafío de ambos países es continuar el diálogo sobre la situación de enclaustramiento de Bolivia. Sin embargo, la propuesta que invocaba el párrafo 176 del fallo de La Haya no ha recibido respuesta desde Santiago, ni se ha iniciado ningún diálogo al respecto. Fue, en esencia, un discurso vacío, sin repercusiones ni seguimiento, como si el país ya estuviera escaldado de promesas incumplidas.
Ese no fue el único anuncio olvidado del Día del Mar. Arce también se refirió a las aguas del Silala, un tema ya casi abandonado, incluso por los potosinos. Arce informó en marzo que Bolivia “se encuentra trabajando en la restauración de los bofedales del Silala”. Pero en el discurso por el 6 de agosto, ni una palabra al respecto.
Tampoco hubo seguimiento al informe presidencial del 22 de enero de este año, por el Día del Estado Plurinacional, cuando Arce afirmó que el país “mantiene las decisiones soberanas sobre nuestros recursos naturales y la política exterior”. En este último discurso no mencionó, ni por asomo, las numerosas definiciones pendientes con Perú, país con el que mantenemos una relación bilateral fría debido a absurdas diferencias ideológicas, a pesar de la importancia de temas como las aguas del río Mauri, cuyos trasvases siguen siendo un misterio en cuanto a su impacto en Bolivia. Compartimos 370 kilómetros de aguas internacionales con Perú, lo que constituye el 33% de nuestro límite binacional.
Menos aún se abordaron los temas candentes con Brasil, país que nos tiene obnubilados con una decena de buenas intenciones de relacionamiento bilateral. Son preacuerdos que aún es necesario negociar y consolidar. Mientras tanto, los 2.672 kilómetros de extensión, el 78% del límite binacional, están compuestos por ríos, lagunas y pantanos que requieren atención, como las indispensables batimetrías para determinar en qué lado de la frontera se encuentran varias islas, seguramente ya ocupadas por la tradicional política lusitana.
Los profesionales de la diplomacia y quienes se interesan en la política exterior del país observamos con estupor cómo Bolivia atraviesa la mayor anomia en relaciones internacionales de que se tenga memoria.
Javier Viscarra es periodista, abogado y diplomático.