¿Qué es lo que hay detrás de las recientes y públicas refriegas entre seguidores del actual primer mandatario Luis Arce Catacora y del ex presidente, Evo Morales Ayma?
Indudablemente, la historia de estos momentos –cuando sea escrita– será rica en anécdotas, admoniciones y enseñanzas. Sin embargo, siendo por definición la historia la narración de los sucesos del pasado, y confesando mi escepticismo respecto a las virtudes de la llamada Historia Inmediata, encuentro preferible presentar estas reflexiones como simples divagaciones y especulaciones
En la historia de Bolivia parecen repetirse, hasta en el detalle anecdótico, pautas y constantes. Entre estas, las que ilustran la relación entre las diversas poblaciones y estratos sociales. Hasta el presente, la población criolla es la que ha ejercido hegemonía en la conducción del Estado. La población indígena ha estado siempre supeditada. Es el esquema social típico de la colonización. Sin embargo, la población colonizada en Bolivia parece jugar un papel “colaboracionista” en ese transcurso y no de resistencia sistemática.
Este papel de colaboración coloca como subsidiario el de heroico resistente, que puede agradar a la imaginería de la insurgencia política. Pero, también desecha perder la identidad y la posibilidad histórica de recuperar preeminencia, pues la adquisición de lo nuevo siempre se realiza a partir de la particularidad de quien lo ejecuta, lo que, en esencia, ha sido el esquema general de la descolonización histórica en otros ambientes geográficos.
En este tipo de relación, al no existir una comprensión mutua entre las poblaciones ni valores culturales compartidos, se dará inevitablemente un quid pro quo, en el sentido que especula el teórico francés Dominique Temple.
En nuestra realidad, es probable que ese proceso culmine cuando se complete, por parte de la población indígena, la acumulación material e intelectiva necesaria. Aun cuando todavía no se pueden explicitar las maneras de este acopio, podemos ser categóricos afirmando que no se dará mediante la recuperación cultural o el ensimismamiento identitario.
Estos principios aclaran el espacio histórico en Bolivia. Entre población criolla e indígena se ha dado una relación en la que, paulatinamente, esta última se dirige a su emancipación, que será también la de todos los integrantes en este territorio. Esta relación solo puede darse en los parámetros criollos, pues es quien domina el Estado. De ahí que, según cada periodo, haya habido una idea dominante sobre lo indígena, quien tuvo necesariamente que integrarse en ella, para sobrevivir, pero también para acumular insumos de apoderamiento. Por lo que, necesariamente, ese proceso debe expresarse en relaciones asimétricas.
Es vital enunciar que el mito según el cual “el indio recién participa en la política nacional”, es solo eso. El indio fue siempre actor, aun cuando condicionado, sometido y revestido superficialmente de las ideologías de cada momento. Este transcurso, ordinariamente “calmo”, se ve salpicado de episodios de rebeldía, como los de 1871. Contemporáneamente, algo similar se dio a partir del año 2000. En esos episodios no sale triunfador el intento de ruptura sino quien los aprovecha para reformar –y apuntalar– el sistema colonial: Felipe Quispe sembró para que coseche Evo Morales.
En esos momentos intensos de ruptura, la masa indígena apoya con el mismo entusiasmo a quien buscaba trastocar el sistema como a quien luego se acomoda al poder, aun cuando en su íntimo interioriza la diferencia entre el uno y el otro. Y es que ambas actitudes hacen parte de su caminar liberador.
Evo Morales significó para el mundo indígena un avance en su incursión hacia los mecanismos estatales. Empero, ese apoyo está en los parámetros comunes y precarios que jalonan su historia. Pero, a esa adhesión, le dieron características trascendentales y definitivas quienes lo interpretaron como “el fin de la historia”; es decir, para el mundo criollo que se coló no como cola, sino como cabeza de ese episodio.
Esto nos permite entender la indiferencia del mundo popular e indígena cuando los acontecimientos de noviembre 2019, respecto a la suerte de Evo. Y también la actual, pues a pesar de los episodios grotescos de enfrentamiento entre bandos evistas y arcistas en ampliados o congreso campesino (que nos recuerdan los enfrentamientos entre campesinos antes de la implosión del MNR en la década de los 60), la masa popular e indígena es sobre todo observadora de los pataleos de Evo Morales al ver la silla presidencial cada vez más lejos de su alcance.
Y es que, dado que el proceso descolonizador todavía no alcanzó su apogeo, al mundo indígena le es más significativo y beneficioso quien detiene el control real del Estado, y no quien lo tuvo en su momento. Por el contrario, para el segmento criollo que gracias al indio alcanzó el poder que le era esquivo, le es –literalmente en sentido político– de vida o muerte la sobrevivencia de Evo Morales.