Para muchos fue sorpresa que Evo Morales, en recientes declaraciones hubiese vilipendiado a los colaboradores que antes halagaba y ensalzaba: Álvaro García Linera y Susana Bejarano, entre otros. Podría parecer ingratitud –esos q’aras lo empoderaron y montaron artificios para endiosarlo, aunque cobraron por ello bastante en cuanto poder y “prestigio”– o enojo circunstancial –sus cortesanos están ahora de amarra huatos de su disidente partidario–.
En realidad, su cólera es la expresión contemporánea de la ambigua, tensa e inconexa relación que en nuestra historia señala el vínculo entre indios y criollos. En ese enlace se tejen siempre fantasías sobre el “otro”, teniendo mayor relevancia por su vinculación con el poder las que teje el mundo criollo: son construcciones ideológicas para justificar un orden político.
En ese sentido, unas veces el indio es el buen salvaje y otras el salvaje nada bueno. La construcción que el MAS implementó (con el auxilio de la corriente académica occidental posmoderna) estuvo inscrita en esta última. Uno de los mitos que se propagaron fue el que solamente con Evo Morales el indio hubiese participado en la política y en el poder en Bolivia.
El indio participó siempre en la definición de la historia boliviana. No hubo coyuntura política en el país que no se concretara sin la irrupción del indio en ese conflicto. Los indios como tropa al lado de los “conquistadores”, durante la Colonia, la proto en la Guerra de la Independencia de Tupak Katari. Los indios movilizados por Morales y Belzu; las “ovejas de Achacachi” de Bautista Saavedra; el papel del Willka Zarate en la guerra entre liberales y conservadores...
Y, en lo que se refiere a la participación en la gestión, ya Guillermo Bedregal, dirigente histórico del MNR, relataba que la oposición de entonces calificaba de chusma a la Brigada Parlamentaria de ese partido porque estaba llena de “campesinos, fabriles y artesanos”.
Sin embargo, esa relación siempre concluyó en catástrofe. En el siglo XVI, Felipillo fue el nombre que los “conquistadores” dieron al intérprete indígena que les permitió vencer y desestructurar la sociedad Inca, especialmente con su participación en la captura y ejecución del Atahualpa.
Es posible que Felipillo solamente expresara la convicción de que era posible una alianza con los recién llegados, concebida de acuerdo a los cánones culturales de su civilización. Pronto Felipillo se decepcionó de la generosidad de los invasores y adoptó una actitud contraria. Se volvió su enemigo, no de manera abierta, sino mañosa: intentó manipular la rivalidad entre Pizarro y Almagro estimulando la animosidad entre ellos. Los españoles detectaron la maniobra de Felipillo, lo capturaron y ajusticiaron, como lo harían después con Julián Apaza Nina: lo desmenbraron con cuatro caballos.
De entonces acá, ese parece ser el patrón en la conducta entre estas dos poblaciones. Engaños, malentendidos, oblaciones… El contacto y la actividad política conjunta es obligada, pero termina siempre mal. Hay recelo mutuo. Cada parte acusa de impío al otro. Es conocida la sentencia de Felipe Quispe: “No hay que confiar en un q'ara. Un q'ara siempre te va a traicionar a la media vuelta”: Q’arax q’aranipuniwa. El criollo piensa lo mismo. Guillermo Lora decía del indio: “Al campesino le falta mucho educar… el campesino es muy traidor”.
Si Evo Morales llega a las mismas conclusiones, solo queda concluir que el llamado Proceso de Cambio fue solo la reedición de frustraciones, acechanzas y defecciones centenarias, solo que con resultados más dañinos y perjudiciales, pues por primera vez hubo en Bolivia un presidente indígena.
¿Fatalidad? Simplemente constancia de que aún no se ha construido una nación plena y un Estado funcional, y que es urgente emprender esa tarea histórica, sin inventarnos fantasías sobre las poblaciones que están obligadas a ser los componentes de esa amalgama; sino aceptándolas tal como son. Aun cuando tengamos finalmente que reconocer que Alcides Arguedas tenía bastante razón con aquello de “Pueblo enfermo”.