Un artículo de opinión publicado en Brújula Digital hace poco más de una semana, causó expectativa e incluso algarabía en ciertos círculos políticos de oposición. El autor, Jorge Richter, afirmó que “el Proceso de Cambio agoniza y que ni la candidatura única del MAS lo puede salvar”. ¿Qué mejor confirmación de que el MAS ya está en el basurero de la Historia que la opinión calificada del propio vocero gubernamental?
Es comprensible ese regodeo en la oposición, pues carece aún de los atributos que le permitirían vencer en buena lid al partido en funciones de Gobierno. Se entiende así sus periódicos y redundantes anuncios sobre la “inminente crisis económica” que pondría fin a la actual administración. Algo así como la expectativa de propietarios vecinos de un granjero, quienes celosos del éxito del colindante e incapaces de superar su auge, ponen toda su esperanza en una “inevitable” sequía que debería acabar con la bonanza del envidiado, sin darse cuenta que el estiaje también les afectaría a ellos y que, colmo de males, el clima no llega a cambiar tan drásticamente cono ellos lo desean.
En su artículo, Jorge Richter, citando al filósofo argentino Juan José Sebrelli, simplemente recuerda que “la realidad humana es transformación permanente, pero no hay cambios sin algo que permanezca ni discontinuidad sin continuidad ni presente que no esté condicionado –aunque no determinado– por un pasado que limita sus posibilidades...”. La ilusión de que una persona o un partido pueda ser “eterno” es simple pretensión de imbéciles. Si todo se agota, lo sabio es prever y agenciar lo que va a venir.
Ciertamente en 2019 se agotó el ciclo del MAS. Richter escribe: “Con entusiasmo indisimulado se repetía incansablemente en los espacios más conservadores y radicales del país que “el MAS nunca MAS (…). Y el MAS volvió, con sus capacidades de movilización territorial refortalecidas y su conexión con la corporatividad social y popular en estado pleno”. La ineptitud del “Gobierno de transición” de Jeanine Áñez, la corrupción imperante en sus funcionarios y su incapacidad de leer los cambios que había ocurrido en el país viabilizaron ese retorno del MAS.
Acertadamente señala Richter que el MAS así resucitado no se comportó como un cuerpo nuevo y sano… no podía hacerlo de ninguna manera. De la misma manera que la oposición en noviembre de 2019 no supo razonar las transformaciones que el MAS introdujo, este partido una vez reempoderado en las elecciones de 2020 no entendió que el “país había cambiado con el remezón del golpe de Estado (…), el MAS, en sus estamentos cupulares, leyó el apoyo obtenido en el proceso electoral como un ‘vale todo’, un forzado entender que los ciudadanos pueden aceptar lo que venga si la prensa les entrega titulares de optimismo. A ello, la esquizofrenia reeleccionista se da incluso a costo de pulverizar el proceso histórico y entregar el Estado Plurinacional a la posibilidad de un regresionismo involutivo que nos retraiga a las injusticias sociales y políticas de los años 90”.
Richter termina su artículo señalando: “(El proceso de cambio está) sin la unidad que construya un proyecto utópico de horizontes de expectativas, sin que la codiciada candidatura única revolucione y aleje las formas desagradables de hacer política, irritantes para la sociedad toda y que revelan una manera ya distintiva de concebir la política y porque lo discursivo carece de visión de país, proyecto de Estado y sociedad hasta reducirse a meras construcciones de relatos sin fondo; sin todo ello, el final de ciclo ya resuena en el país”.
A mi entender, lo que Richter señala es que el MAS puede retomar “su ciclo” si es inteligente y cauto en administrar sus conflictos internos, pero que puede ser más atractivo no aferrarse a un ciclo que de todas maneras terminará por caducar, sino iniciar uno nuevo… Y ello es más cómodo cuando se está en el poder. Es pues ese nuevo ciclo que debería también interesar a todos y no solo amargarse o felicitarse por lo que sucede en los límites políticos del masismo, o creer –como lo hacen ciertos adeptos de las teorías de conspiración– que Luis Arce y Evo Morales fingen querella solo para distraer y confundir a quienes se oponen a ese “instrumento político”.