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La aguja digital | 08/09/2025

Tejiendo y destejiendo… como Penelope

Patricia Flores
Patricia Flores

El avance histórico de los derechos de las mujeres ha sido un proceso arduo y discontinuo, marcado por la constante lucha contra la opresiva sombra del patriarcado que busca controlar sus cuerpos, decisiones y vidas enteras. Desde las imposiciones del matrimonio, incluso infantil, hasta la negación del derecho a decidir sobre sí mismas –ser madres o no, casarse o no, estudiar, pensar y actuar libremente– cada conquista femenina ha sido amenazada y tejida y desteñida como en el mito del "síndrome de Penélope".

Bajo esa vigilia oscura –como Penélope– las mujeres tejen en la noche con esperanza sus derechos y libertades: tener un nombre propio que las identifique, pensar con autonomía, decidir sobre sus cuerpos y vidas, y pertenecer legítimamente al mundo público, desde el laboral hasta el científico. Pero al llegar el día, esa urdimbre se deshace con los mandatos religiosos, culturales, políticos y las leyes conservadoras, normas rígidas, castigos y disciplinamientos sociales que perpetúan su subordinación y controlan sus existencias.

Esta maldición ancestral, que condena a las mujeres a depender del padre, del esposo o de los hijos, hunde sus raíces en mitos y tradiciones misóginas. Lilith, la primera mujer en la mitología bíblica que reclamó la igualdad, fue expulsada del paraíso por rebelarse contra Adán a la sumisión sexual y social, condenada a la penumbra eterna. Sin embargo, a pesar de los milenios su rebeldía, hasta hoy, siempre estuvo viva y desde entonces se convirtió en símbolo de resistencia y poder femenino más allá del tiempo, las culturas y las distancias.

Ese poder fue perseguido ferozmente. Las mujeres sabias, condenadas por brujas, pero guardianas del conocimiento vital, medicina, agricultura, psicología, alquimia, fueron perseguidas y quemadas porque su saber y autonomía amenazaban las estructuras patriarcales y religiosas que quieren controlar la vida y el cuerpo. Silvia Federici explica que estas acciones fueron estrategias sistemáticas para quebrar el poder femenino y consagrar un orden donde solo los hombres legítimamente gobiernan el saber y la existencia.

Durante siglos, en secreto, las mujeres transmitieron saberes ancestrales sobre los ciclos solares y lunares, la fertilidad, la crianza, la agricultura y el clima, una fuerza vital contenida bajo el manto patriarcal que las definió como oscuras y peligrosas.

En la narrativa bíblica, Eva simboliza ese castigo a la libertad femenina: morder el fruto prohibido significó ser expulsada del paraíso, condenada a parir con dolor y obligada a aceptar la maternidad y la subordinación como destino impuesto. Limitaron su autonomía y controlaron sus decisiones vitales como el matrimonio y la vida pública, mandatos amparados en los mandatos divinos, que se impusieron con la cruz y la espada.

La dualidad entre tejer y destejer derechos es la esencia del "síndrome de Penélope". Es la esperanza constante de cambios logrados que son reiteradamente deshechos, perpetuando la exclusión femenina en todos los campos del saber, no solo en el máximo conocimiento y sapiencia relacionados con la vida y su cuidado, con las máximas ciencias que la garantizan, además de sustentarlas en amor, abnegación y generosidad, para asegurar la continuidad de la especie; sino también en terrenos –más pedestres– como la educación, las ciencias diversas o la vida pública. Las mujeres luchan no solo por estudiar y dominar otras ciencias con legitimidad, sino, sobre todo, por reclamar el derecho fundamental a la autonomía, a no ser ni propiedad ni objeto de nadie, menos del Estado.

El “síndrome de Penélope” no es solo una alegoría de la espera perpetua, sino una metáfora profunda de la vida de miles de mujeres atrapadas en una postergación constante. Es la fortaleza extraordinaria de quienes, encerradas en expectativas sociales y afectivas, están atadas a estructuras patriarcales que regulan sus cuerpos, decisiones y horizontes. Más que un diagnóstico clínico, simboliza una existencia de tejido y desteje continuo, una urdimbre donde se construye y destruye el propio destino.

¿Qué sentido tiene seguir tejiendo derechos que cada amanecer son desteñidos por oleajes implacables de arremetidas patriarcales? Frente a la fuerza inagotable de las mujeres, el sistema levanta muros y voces retorcidas que sueñan con devolvernos a los pañales y la cocina. Políticos conservadores, guardianes de un orden arcaico, conspiran para desdibujar los avances y relegarnos a la sombra de un dominio que creen eterno.

El “síndrome de Penélope” también es la cruel metáfora de nuestra época: derechos conquistados, autonomía reclamada, igualdad exigida, tejidos con amor durante la noche, solo para ser desteñidos y desarmados al día siguiente. Esta espera interminable, desgastante y frustrante, es la realidad diaria de millones de mujeres que, sin perder la esperanza, envueltas en lucha y resistencia, enfrentan un futuro que siempre parece esquivo.

La lucha no termina; apenas comienza cada día que tejemos y cada noche que resistimos. Este síndrome no debe condenarnos a la espera vana, sino convocarnos a ser audaces tejedoras de nuestro destino. Reconocer este derecho inalienable es el primer paso para romper la maldición y construir una sociedad donde los hilos patriarcales, corroídos, no destejan la autonomía ni la justicia.

Somos Penélope y, pero también Lilith, incansables en labor y rebeldía. En esa resistencia continua reside la esperanza y el camino hacia un futuro justo, donde la autonomía y el respeto sean realidad, y el derecho a tener derechos, la norma sagrada para toda la humanidad…. ¡Hoy, siglos después, nos toca persistir en hacer un tejido imposible de desatar!

Patricia Flores Palacios es Mgs. en ciencias sociales y feminista queer.



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