En sus pocas semanas en la Presidencia, Donald Trump ha dado señales inequívocas de que dará a su país un giro hacia el imperialismo y el autoritarismo más marcado que el de su primera gestión. Sobe este imperialismo ya se han publicado buenos artículos, pero hay tantas señales cada día que podemos volver al tema sin repetir.
Las primeras declaraciones de Trump, negándose a excluir la posibilidad de usar fuerza militar para recuperar el control del Canal de Panamá y apropiarse de Groenlandia; ambos, según él, por necesidades estratégicas, han causado revuelo internacional y protestas indignadas. La escaramuza en la que Colombia tuvo que sacar rápidamente la bandera blanca, han dado una idea de la brutalidad con la que actuará Trump. Sus primeras declaraciones podían haber sonado a simples bravatas, pero ya se ve que anuncian un giro político significativo.
“En contraste con la imagen aislacionista que había proyectado, Trump planea redefinir los equilibrios geopolíticos del mundo, llegando incluso a anular alianzas y trazar nuevas fronteras para una Gran América” dice la revista Grand Continent. A esto se suma un deseo de revancha por las derrotas sufridas en varias desatinas intervenciones de su país. Hace 10 años, Trump advirtió que EEUU estaba en peligro. “Ya no tenemos victorias”, dijo.
En este esfuerzo de dominación, se espera que la CIA recupere su papel activo de antaño. Dice una noticia que “se espera que su nuevo director le diga al Senado cómo hacer para que ella esté más dispuesta a llevar a cabo acciones encubiertas cuando se lo ordene el presidente” (NYT, 15|01|25).
La idea de invadir Panamá o Groenlandia por razones de seguridad le da una lectura distinta de la hasta ahora sostenida por EEUU a la invasión rusa de Ucrania.
“Mucho antes de Putin (dijo Trump) Rusia avirtió que Ucrania nunca debería participar en la OTAN (…). Si Rusia tiene a alguien justo en su puerta, puedo entender su reacción (…). Había un acuerdo y Biden lo rompió” (Grand Continent, 10|01|25).
Esta lectura coincide con la de algunos analistas, entre ellos la de Jeffrey Sachs publicada en este medio. Cuando se trata de las causas de la guerra en Ucrania, Trump estaba repitiendo la narrativa rusa; lo que no impide que después diga lo contrario.
Vladimir Surkov, eminencia gris de Putin, escribe: “Cada vez son más los que sueñan con imitar a nuestra nación audaz, consolidada, guerrera y ‘sin fronteras’: (…) China teje lentamente sus ‘rutas de la seda’ por todos los continentes (…); Trump reclama Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá… En resumen, Rusia está rodeada de imitadores y parodistas, presentando un verdadero desfile de todos los imperialismos imaginables” (Grand Continent, 10|01|25).
Surkov atribuye demasiado mérito a Rusia. Estados Unidos ha dado numerosos ejemplos de ser esa “nación sin fronteras” en Guatemala, Grenada, Panamá, Vietnam, Irak, Kuwait, etc., para no hablar de las injerencias socapadas de la CIA. Rusia hizo lo suyo en Hungría, Checoeslovaquia y otros países de Europa del Este durante el régimen comunista, y lo mismo en dimensión planetaria el imperio británico, Grecia, Roma, Atila, Gengis Khan, Israel, ¡Chile!, etc.
Así que en esto no hay nada nuevo en la historia. Ni siquiera la hipocresía es novedad. Siempre hubo “buenas razones” para tomar lo deseado. Estos giros no dan carta blanca a China para invadir Taiwán, pero harían difícil condenarla con argumentos morales. Al respecto, es relevante recordar que al igual que con Rusia respecto del ingreso de Ucrania a la OTAN, Estados Unidos mantiene con China promesas incumplidas: “Richard Nixon dio garantías en privado al primer ministro chino Zhou Enlai sobre Taiwán. Nixon aseguró que reconocería a Taiwán como parte de China y evitaría afirmar que el estatus de Taiwán era indeterminado” (NYT |29|01|25).
Con su característica paciencia, China espera su momento.
Trump no ha ahorrado amenazas a sus aliados europeos. “Tampoco vamos a tolerar a la Unión Europea. No aceptan nuestros autos, no aceptan nuestros productos agrícolas, no aceptan nada. Así que tampoco vamos a seguir así con ellos”. Pero la amenaza no se limita a una guerra comercial. El New York Times habla de “Una nueva era de interferencia estadounidense en Europa” (13|01|25), ofensiva liderada por Elon Musk.
Según la nota, él está utilizando su plataforma X para “normalizar” al partido de extrema derecha alemán AfD. Dos días apenas antes de la conmemoración de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, Musk dijo en un encuentro de este partido que Alemania se centra “demasiado en la culpa del pasado”, queriendo, se entiende, minimizar los crímenes nazis.
En una visita a Gran Bretaña, Musk dijo que “Estados Unidos debe liberar a Gran Bretaña de su Gobierno tirano” y en Italia que “MAGA amará a Meloni siempre y cuando cumpla con su metas de deportación”.
En la misma vena de prepotencia global, el Congreso estadounidense ha salido en defensa de Israel contra la Corte Penal Internacional: “La Cámara de Representantes aprobó una ley por la que se impondrían sanciones a funcionarios de la Corte Penal Internacional, como respuesta a su decisión de acusar a altos dirigentes israelíes de crímenes de guerra por su ofensiva en Gaza. El proyecto de ley ordena al presidente congelar activos y denegar visados a cualquier extranjero que contribuya a los esfuerzos del tribunal por “investigar, arrestar, detener o procesar a una persona protegida; es decir, funcionarios de Estados Unidos y aliados (…) como Israel” (NYT|10|01|25).
Fíjese el lector lo que significa que el Congreso de un país tome represalias contra una corte internacional reconocida por 123 países como rechazo a sus resoluciones.
Es probable que la retórica y las acciones avasalladoras de Estados Unidos le rindan frutos en América y Europa, pero con China el juego será otro: “China sigue siendo el único país del mundo capaz de desafiar a Estados Unidos en todos los ámbitos del poder y la influencia mundiales: político, de seguridad, tecnológico, económico y militar”, dice un informe del Brookings Institution.
Ni duda cabe de que China es el gran cucu: “El secretario de Estado de Trump, Marco Rubio, ha descrito a China como una amenaza totalitaria para la influencia de Estados Unidos en la escena mundial. Ha advertido de que China podría marcar el comienzo de una ‘nueva era oscura’ de explotación y represión si consigue hacer realidad su visión de dominio mundial” (NYT, 29|01|25). ¡Visión de dominio mundial! El conejo hablando de orejas.
La noticia reciente de que la empresa china Deep Seek había desarrollado un modelo de inteligencia artificial comparable a los estadounidenses, pero con una fracción del costo, hizo tambalear a los mercados. Este modelo fue entregado al público en versión abierta, lo que permitió que los expertos pudieran ver cómo está construido y que el anuncio no contiene engaño; justificando esa reacción de “pánico” de la industria y de los mercados. Este anuncio también puso en evidencia la inutilidad de los controles impuestos por EEUU a la exportación de ciertos chips.
Se está usando el término “momento Sputnik”, haciendo un paralelo con el golpe que causó el lanzamiento del satélite ruso con ese nombre, que mostró en ese momento el liderazgo soviético en la carrera aeroespacial. Así como ese episodio se tradujo incluso en mayores énfasis en la educación científica, el anuncio chino está provocando pedidos de menos restricciones en el desarrollo de IA para hacer que la industria estadounidense sea más competitiva, lo que naturalmente aumenta los temores sobre su impacto en el futuro de la humanidad.
Uno de los aspectos complejos de la relación de Estados Unidos con el mundo es el comercio y, atada a esto, su política monetaria. ¿Quiere Estados Unidos un dólar débil para exportar más y eliminar su déficit, como quiere Trump, o uno fuerte del que pueda seguir beneficiándose como la moneda corriente preferida del mundo? Sobre esto, y sobre el papel que jugará el arma de las tarifas, todavía no hay direcciones claras y es, en todo caso, un tema que podría ser analizado por conocedores del tema.
El retorno a la Casa Blanca de la retórica imperialista abierta es como para alarmar a todo el planeta. Ya sabemos qué pasa cuando los intereses geopolíticos se arman de bayonetas. Sería engañoso encontrar alivio en el hecho de que esta parte del continente, todavía llamada Sudamérica, no está hoy entre las prioridades geopolíticas de EEUU. Cuando haya un nuevo orden mundial, nuestras altas cordilleras no nos pondrán a salvo de las malas intenciones del tío Sam.