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Sin embargo | 20/06/2025

Telarañas en la Academia

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

La Academia Boliviana de la Lengua (ABL) recibió este 30 de mayo un reconocimiento camaral por iniciativa de la diputada María Elena Reque Ascimani, informó en un post en FB. Para quien no lo sabe, ella es diputada suplente de CC, vocal del Comité de hoja de coca de la Comisión de naciones y pueblos indígena originario campesino, culturas e interculturalidad de la Cámara de Diputados, según su página web. El reconocimiento no aparece en la página web de la Cámara, porque, según me ha comentado amablemente la diputada, los masistas filtran lo que se publica a favor de sus resoluciones. No sorprende.

Como sea, dicho reconocimiento pone a la ABL con los médicos del Hospital Arco Iris, docentes y jóvenes destacados de INCOS El Alto y otros grupos ciudadanos, a los que dicha Comisión ha hecho el mismo honor. Las lenguas también pertenecen a la interculturalidad.

Ahí constan también 124 proyectos de ley de esta Comisión, como los que declaran “Patrimonio cultural inmaterial del Estado Plurinacional a la fiesta de Jueves de comadres en Tarija” o “Capital nacional del cultivo de la frutilla al municipio de Comarapa” y otros de igual trascendencia. Es conmovedor que, con tan significativa carga legislativa y en medio de las varias crisis que vive el país, la Comisión haya pensado en la Academia.

La ABL es una entidad cuyos miembros han gozado tradicionalmente de mucho prestigio personal, pero en este caso, siendo la distinción a la institución, cabe preguntar, ¿qué de extraordinario ha hecho últimamente la Academia para merecerla?

Para hallar respuesta, comencé por el sitio web de la Academia. Sin embargo, en la sección “La Academia” donde las instituciones normalmente describen sus misión y objetivos, la ABL se limita a listar personas: miembros históricos, de número y corresponsales y a sus directores actuales, pero ni misión ni objetivos.

A seguir, fui a Wikipedia. Ahí encontré que en la lista de miembros actuales están Edgar Ávila Echazú, Alberto Bailey, Luis Ramiro Beltrán, Alberto Crespo, César Chávez, Julio De la Vega, Jorge Siles Salinas, Armando Soriano Badani, Néstor Taboada Terán y Gaby Vallejo -que Dios los tenga- y no están varios de los nuevos miembros. Como se sabe, las propias instituciones deben ocuparse de actualizar sus registros.

Google me ofreció lo siguiente: “La misión principal de la Academia Boliviana de la Lengua es velar por la unidad, integridad y crecimiento del español en Bolivia, manteniendo la unidad lingüística con el resto del ámbito hispanohablante. Se centra en estudiar el idioma, recopilar bolivianismos y colaborar en proyectos como el Diccionario de la Lengua Española”. De esto se deduce que de sus miembros se esperaría conocimientos de lingüística más que producción literaria.

Por otro lado, se podría decir que también se vela por el español en Bolivia haciendo buenas literatura o crítica. De ambas especialidades tenemos ilustres miembros en la Academia, junto a otros cuya escritura no pasa la prueba. Todos deben saber que ingresar a la Academia no es una consagración (en algunos casos prematura) con derecho a mencionar el honor bajo el nombre, sino la aceptación de una gran responsabilidad; la de contribuir a la misión arriba señalada.

Al respecto, es pertinente recordar que escritores de la talla de Pedro Shimose, Blanca Wiethüchter, Jaime Sáenz y Jesús Urzagasti no ingresaron a la ABL; lo que da una idea de lo poco relevante que es tener méritos literarios. No tienen que acomplejarse los actuales.

En la sección Boletines de la página web de la Academia se lee: “Última actualización: Boletín informativo nº136, 12.12.2022” y las actividades listadas se limitan a las ceremonias de ingreso de nuevos miembros, premios de mediano valor y presentaciones de libros: un total de diez entradas en tres años; no es mucho, a decir verdad.

Hay que retroceder nueve años para encontrar dos actividades relacionadas con su misión. “Bolivianismos en el diccionario de la lengua española”, en mayo de 2016 y “El castellano hablado en La Paz de Raúl Rivadeneira”, en agosto de 2016.

La cuestión del habla popular, y de los bolivianismos en particular, es muy interesante. Dice Azorín: “La esencia del idioma está en parte en los grandes autores clásicos, pero en parte, no menor, en el habla de los mercados”. En Bolivia, la cosa es compleja porque desde los mercados y plazas, aunque seamos país excluyente, los vocablos de origen quechua, aimara y de otras lenguas indígenas se van metiendo al uso corriente hasta ganarse algunos la distinción de bolivianismos.

Al respecto, dice Antonio Paredes Candia –quien tampoco ingresó a la ABL– en su prólogo al Coba, Lenguaje secreto del hampa boliviana de Víctor Hugo Viscarra: “Estas formas de hablar (…) reciben un nombre propio: bolivianismos cuando se trata de voces de propiedad del pueblo (…) y su uso no está vedado sino a los puristas del lenguaje”. Exagera Paredes Candia con lo de los puristas; muchos hay que se deleitan con el habla propio de la tierra.

En su introducción del libro, el propio Viscarra se refiere a la coba como “el lenguaje marginal boliviano (…) paralelo al castellano”. Esta acepción de coba no está en el Diccionario de la Real Academia (DRAE).

Viscarra era un rescatiri de palabras y ese lenguaje al que él se refiere es la colección de vocablos de otros universos lingüísticos, sin explorar aspectos que hacen a la singularidad de nuestra habla, como nuestras construcciones derivadas de calcos lingüísticos del quechua o aimara o las marcas culturales en nuestras construcciones metafóricas.

De la misión arriba citada, entre las tareas de la Academia está rescatar de la marginalidad ese lenguaje paralelo, depurarlo y reconocerlo, cuando esos vocablos son de uso corriente no solo en los mercados, sino en plazas y salones. Dígame, lector, si no usa regularmente las palabras: yapa, bajonear, chuto, cuerudo, falluto, funcar, huevear, laburo y trucho.

Puede seguirlas usando sin complejo, ya que están todas reconocidas en el DRAE, aunque aparecen como propias de Argentina, Chile, Ecuador, Uruguay o incluso Guatemala y Nicaragua –cuerudo, por ejemplo– pero no de Bolivia, o no con el significado que les damos. Tal es el caso de yapa en su acepción de añadidura que se da como regalo, que aparece en el DRAE como término propio de Argentina, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay y no de Bolivia, donde la usamos a diario.

Hay otras palabras que usamos corrientemente y no han sido aún incorporadas en el DRAE, entre otras: autero, ayuco, chichudo, chulupi, chutazo, chequear (como lo usa cualquier joven boliviano), chispeado (no de chispear, como la lluvia, sino de un poco ebrio), piñaco, pichicatero, putazo, quencha, volador (cometa en otras partes); por no hablar de las más sabrosas chojcho o huachafo; todas ellas vocablos usuales del habla de estas tierras. Está imilla, pero no cunumi.

Intente mi lector decir alguna frase usando los equivalentes castellanos de huasquiri, quencha o chojcho y si lo que le sale no expresa su sentimiento es porque, parafraseando a Heidegger, en nuestro lenguaje mora nuestro ser. Por eso la misión de la Academia de rescatar y divulgar nuestro idioma es tan importante, más, por ejemplo, que reclamar la propiedad exclusiva de la Diablada, porque al son de la lengua baila nuestra alma.

La existencia de una gran cantidad de bolivianismos en el DRAE es testimonio de que la labor de lograr su incorporación se realiza, o se realizaba, pero las muchas excepciones y el poco reconocimiento que la propia Academia da a esta tarea en su resumen de actividades, en contraste con los discursos de posesión, premios, etcétera, sugiere que no se le da la debida importancia.

De este repaso, me queda la impresión de que las actividades de la Academia –dedicadas más al culto de lo personal y esporádicas actividades literarias que a velar por nuestra lengua– solo con mucha buena voluntad la hacen merecedora de un reconocimiento, aunque sea de nuestra venida a menos Cámara de Diputados.

No sería justo dejar de mencionar que la ABL es una entidad privada sin fines de lucro, que no recibe apoyo financiero del Estado y que trabaja en condiciones precarias. Basta visitar su sede para constatarlo. Es decir, más que ceremonias y cartulinas, lo que la ABL necesita es apoyo y, en contrapartida, una reorientación de sus actividades hacia un mayor énfasis en el cumplimiento de su misión.

Pero, así vamos en Bolivia, con o sin el MAS; de a poco y lentamente, celebrando egos y laureles, con más ojo en adornar la fachada que en el arduo trabajo de enriquecer la sustancia; siempre prestos a dar y recibir galardones, con tal de que los podamos colgar en el pecho o la pared.



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